El Alt-Right es un movimiento que aglutina diversas corrientes de extrema derecha en los Estados Unidos. Alt-Right significa Derecha Alternativa (Alternative Right). Algunos lo asocian con el sector más conservador del Partido Republicano (el Tea Party), pero esto es impreciso; de hecho, el Alt-Right es un movimiento sumamente crítico del conservadurismo tradicional, al que considera tímido, insuficiente, débil, ineficaz y pernicioso. Los males que aquejan a los Estados Unidos no solo se deben a los movimientos de izquierda –a los que el Alt-Right abomina, al grado de afirmar que Obama es un musulmán cuyo propósito es destruir al país–, sino también al propio Partido Republicano, que ha actuado como cómplice de los demócratas y los movimientos de izquierda.
El Alt-Right es un movimiento de blancos, por blancos, para blancos. Si bien no hay un documento fundacional o un manifiesto ideológico –lo más parecido a ello sería el escrito La elección del vuelo 93, al cual me referiré más adelante, o los libros de Jared Taylor–, sí existen rasgos muy distintivos; y existe un instrumento de propaganda que ha probado ser muy efectivo: la plataforma de noticias Breitbrat, cuyo cerebro es Steve Bannon, actual Jefe de Estrategia de la Casa Blanca (Chief Strategiest).
En cierto modo podría decirse que los seguidores del Alt-Right son blancos frustrados por el desempleo y la pobreza. Vayamos al origen:
Paralelamente al genocidio perpetrado en contra de las tribus nativas en Norteamérica, los blancos europeos fundaron los Estados Unidos –el genocidio se extendió por todo el siglo XIX–. Al principio fueron los ingleses, pero también llegaron a esas tierras muchos alemanes, suecos, holandeses y escoceses. Era una población europea, casi en su totalidad anglo-sajona y germánica. Los pobladores de raza negra no tenían el estatus jurídico de personas ni de ciudadanos, eran como piezas de ganado; y no lo tendrían hasta las enmiendas 13 y 14 de la Constitución, que fueron el fruto de la Guerra Civil.
La derrota del bando confederado en la Guerra Civil es un hecho traumático en la historia de los Estados Unidos, especialmente de las entidades del sur, que hasta la fecha se han sentido humilladas y despojadas. Fue una herida que nunca se curó y hoy está manifestándose de la peor manera. Poco después de terminada la Guerra Civil (1865), un grupo de oficiales del extinto ejército confederado fundó el Ku Klux Klan; bajo la premisa de la supremacía blanca, el KKK es el padre de todos los movimientos de extrema derecha en los Estados Unidos. Sin temor lo digo: quien escribiese un libro sobre el Alt-Righ, tendría que empezar con su piedra fundacional: el Ku Klux Klan.
Conforme avanzó el siglo y llegaron migrantes de todos lados, y considerando la vejación que experimentaron los blancos del sur al verse obligados a aceptar que los negros fuesen ciudadanos conforme a la constitución, y por lo tanto sus pares; llegó un momento en que esos blancos empezaron a sentirse amenazados. A mediados del siglo XIX llegaron miles y miles de irlandeses e italianos, católicos, por supuesto; y a final del siglo llegaron miles y miles de judíos. Los blancos más recalcitrantes sintieron de algún modo que estaban perdiendo su país. No obstante, seguían siendo la inmensa mayoría.
En el sureste de los Estados Unidos estuvo vigente, hasta muy entrado el siglo XX, un apartheid. Había baños para blancos y baños para afroamericanos; había secciones de los autobuses donde no podían estar los negros; había lugares off bounds para la población afroamericana. En los Estados del sur, los negros no podían acudir a las escuelas de blancos, mucho menos a las universidades. En un año tan tardío como 1954 la Suprema Corte de los Estados Unidos determinó que la segregación racial en las escuelas era anticonstitucional, y aún en 1960 fue necesario que el gobierno federal enviara agentes a escoltar a la estudiante afroamericana Ruby Bridges para que pudiera ingresar a una escuela elemental en Louisiana. Durante los años 50 y 60 el KKK estuvo muy activo impidiendo en esas regiones que proliferaran los movimientos en pro de las libertades civiles. Entre los muchísimos casos, hubo uno todavía más infame en 1964, que consistió en el asesinato de tres activistas en Mississippi. El FBI intervino en la investigación: los asesinos habían sido funcionarios de la policía del condado de Neshoba, quienes además pertenecían al KKK; no solo perpetuaron los asesinatos, sino que todo el aparato burocrático estatal y del condado impidieron y obstruyeron la acción de la justicia. Para los racistas del sur, todo era culpa del libertino gobierno federal.
A pesar de las fricciones raciales, los años 50 y 60 fueron para los Estados Unidos una época de bonanza económica. Las grandes armadoras de autos tenían miles de empleados; y sí, casi todos los trabajadores eran propietarios de autos, de viviendas, de bienes, y podían ir de vacaciones; los índices de delincuencia eran mucho más bajos que ahora. Este es precisamente el ideal económico del Alt-Right: volver a esos años dorados en los que la clase trabajadora blanca vivía muy bien: una clase trabajadora fuerte, próspera, pujante. Pero algo sucedió: después de cincuenta o sesenta años, la clase trabajadora blanca, a juicio del Alt-Right, se ha empobrecido y ha perdido todo lo que tenía. ¿Quién es el culpable?
Según los principales personajes del Alt-Right, el capitalismo esplendoroso y dorado de aquellos años, cuyo eje central era la clase trabajadora, se desvirtuó por culpa de las grandes corporaciones y por culpa del gobierno federal. En los años dorados, la industria estadounidense, según el Alt-Right, no era egoísta, de ahí las óptimas condiciones laborales. Pero conforme avanzó el siglo, la industria se corporativizó y se globalizó, y esos grandes emporios transnacionales se volvieron cada vez más voraces, y en esa misma medida se desvaneció su vinculación con Estados Unidos: eran corporaciones globales, transnacionales, y ya no tanto estadounidenses. Lo que importaba era el dinero, no la nación. No les importó a estos emporios llevar sus plantas a otros países –México, principalmente, y en un segundo momento China– para pagar mano de obra barata, con tal de obtener más riqueza; y el gobierno estuvo siempre facilitando esta labor. El gobierno no servía al pueblo; el gobierno servía a las corporaciones. Y mientras los obreros blancos perdían trabajos bien remunerados, la inmigración, sobre todo mexicana, proveyó al mercado estadounidense de una mano de obra barata, y con ello provocó que los salarios se cayeran o estancaran.
El Alt-Right va en contra de ese capitalismo corporativista. Es una visión simplista de las cosas que deja fuera muchas variantes, pero es lo que creen. Y de ahí surge una serie de teorías conspiracionistas que ellos suscriben al pie de la letra. Las corporaciones son el enemigo a vencer. Los gobiernos son instrumentos de las corporaciones, en Estados Unidos y en Europa. La Unión Europea no está para el bienestar de los europeos, sino para el beneficio de las corporaciones. Y por eso ven con muy buenos ojos al Brexit y cualquier gobierno que quiera salirse de la Unión. Corporativismo es sinónimo de globalización; lo contrario es el nacionalismo y el aislacionismo económico: hay que cerrar las fronteras.
El Alt-Right se caracteriza por el racismo, la idea de la supremacía blanca, el antisemitismo (creen que todo esto es un complot de los judíos), la islamofobia, el filonazismo, la xenofobia, el nacionalismo y el odio en general a todos los migrantes, a quienes atribuyen el desempleo, la tremenda alza en los índices de criminalidad y la decadencia moral de los Estados Unidos.
De acuerdo a lo dicho por los principales ideólogos del Alt-Right, el conservadurismo tradicional del Partido Republicano ha sido ineficaz para solucionar los problemas. Las vías institucionales no han sido suficientes para salvar al país. Están hablando de una “salvación” urgente. Si la política tradicional es incapaz de esta “salvación”, entonces es necesario poner en práctica métodos alternativos, aún si fueren incendiaros. No es casualidad que varios personajes destacados del movimiento veneren a Hitler y griten en los rallies el nefasto Heil! que a todos horroriza. A juicio del Alt-Right, hay que llevar a cabo acciones inmediatas y radicales.
Mientras el movimiento fue marginal, percibíamos a sus integrantes como unos locos extraviados. Pero las cosas han cambiado. Ahora los principales líderes del Alt-Right están en algunas de las posiciones más importantes de la Casa Blanca. Trump no es precisamente un miembro del Alt-Right, sino un instrumento. El Alt-Right se ha empoderado, no por la figura de Trump, sino por el poder detrás, Steve Bannon, paladín de la ultraderecha. Bannon es quien incita a Trump. El presidente no es un intelectual, nunca lo ha sido y no pretende serlo; es un hombre bastante limitado en lo cultural. No quiero decir que Bannon sea un intelectual de altura, pero él sí tiene esa pretensión, y eso lo hace todavía más peligroso.
Los métodos de los movimientos radicales tienen un denominador común a los largo de la historia, y el Alt-Right no es la excepción. Una de sus tácticas es sembrar la duda, de tal suerte que la mentira parezca verdad. Cuando se incendió el Reichstag en Berlín, los nazis culparon a los comunistas, y en medio de la indignación y del descontrol, se llevó a cabo un exterminio; porque eso fue: las brigadas nazis fueron el terror de las calles y mataban, ipso facto, a cualquiera que tuviera pinta de comunista. Otro tanto ocurrió en la Gran Marcha sobre Roma: Mussolini –que ejercía el periodismo, y en eso se parece a Bannon– y sus allegados montaron una campaña violenta para que el país cayera en el desorden y la ingobernabilidad, y en medio de esa efervescencia marchó a Roma con miles de seguidores y el rey no tuvo otra opción que darle el poder por temor a que el país se fuera a una guerra civil. Así actúan los movimientos radicales. Así actúa el aparato propagandístico del Alt-Right: Breitbart News, cuyo cerebro es Steve Bannon.
Pongamos un ejemplo: las encuestas de la prensa, digamos liberal (CNN, NBC, ABC, New York Times, Washington Post, US Today, etcétera), señalan que Trump tiene la peor desaprobación de un presidente al inicio de sus funciones, y que un porcentaje mayoritario de la ciudadanía no apoya el muro. La reacción: sembrar la duda en cuanto a la veracidad de esos medios: fake news; esos medios son izquierdistas, y los izquierdistas son islámicos, y los islámicos son los enemigos; el New York Times pertenece a un magnate mexicano, y por eso no puede ser veraz. Solo Fox News (y a veces ni siquiera ellos) y Breitbrat News son confiables. Otro ejemplo: Trump perdió el voto popular. La reacción: decir que esos tres millones de votos de diferencia fueron ilegales, y por tanto no contaban, de modo que no perdió, e incluso se da el lujo de ordenar una investigación. Se siembra la duda: ¿de verdad hubo votos ilegales? Bajo estas premisas, lo que necesita la Casa Blanca con urgencia es un atentado islámico en Estados Unidos: la población estará aterrada y Trump y el Alt-Rigth dirán: “¡Ya ven! ¡Se los dijimos! ¡No debe entrar un solo musulmán a los Estados Unidos!” Y comenzarán las redadas, las deportaciones, las detenciones arbitrarias. Trump tendrá el placer de satanizar al juez James Robart –el mismo que dejó temporalmente sin efecto la orden ejecutiva que impedía la entrada a personas de siete naciones islámicas– y hacerlo aparecer como enemigo público, como antiamericano. Y lo peor de todo: muchos lo creerán y pedirán su cabeza.
Además de todo lo dicho, el Alt-Right profesa un virulento desprecio a la homosexualidad, a la eutanasia, al aborto (incluso si se trata de violación), al matrimonio igualitario, a la adopción de parejas del mismo sexo, al uso de la marihuana, al uso de métodos anticonceptivos y de control natal y niegan el cambio climático. Sobra decirlo, pero son sumamente intolerante (bigots). Eso sí, son muy cristianos, ya sea desde el protestantismo o desde el catolicismo.
Sí: hay motivos de sobra para que todos estemos muy preocupados.
Para terminar este artículo, una muy breve semblanza de los principales personajes de la extrema derecha norteamericana, algunos de ellos abiertamente Alt-Right y otros férreos simpatizantes. No de todos, porque nunca acabaría.
Stephen Bannon
Abiertamente Alt-Right. Cerebro operativo y estratégico de Breitbart News, actualmente Jefe de Estrategia de la Casa Blanca. Hoy por hoy, el hombre más poderoso de los Estados Unidos. Fue jefe de la campaña de Trump y a él se debe la estrategia que asumió el candidato: un discurso de odio, homofóbico, islamófobo, antimexicano, misógino. Ah: por supuesto el muro. Si usted quiere conocer el pensamiento político de Bannon, visite Breitbart News. Se va a horrorizar.
Jeff Sessions
Senador Republicano por Alabama, actualmente Attorney General (algo así como Procurador General) de los Estados Unidos, no solo se opone férreamente a la inmigración ilegal, sino también a la legal. A su juicio, toda inmigración deprecia los salarios y produce desempleo. Es uno de los principales impulsores de la construcción del muro. Es escéptico en el tema del cambio climático. Durante su gestión como legislador, propuso una enmienda constitucional para prohibir en todo Estados Unidos el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Stephen Miller
Mano derecha de Steve Bannon, actualmente es Consejero Senior del Presidente, con lo cual goza una posición de privilegio en la Casa Blanca. Su carrera ha estado ligada a Jeff Sessions. Se opone a la globalización, a la inmigración y actualmente trabaja en una estrategia para poner fin a las ciudades santuario. Es coautor, con Bannon, del discurso inaugural de Trump.
Michael Anton
Anton ha hecho carrera como escritor de discursos. Trabajó para el magnate Rupert Murdoch. Recientemente escribió un panfleto incendiario que causó conmoción en Estados Unidos: La elección del vuelo 93. El vuelo 93 fue uno de los secuestrados ese fatídico 11 de septiembre de 2001. Los pasajeros opusieron resistencia a los terroristas y derribaron el avión antes de que alcanzara su objetivo. Anton escribió el artículo anónimamente. Comparó la elección de noviembre de 2016 con aquel vuelo: “o tomas la cabina, o mueres”. Obama y Hillary Clinton representaban a los terroristas dentro de la cabina: o los eliminas, o mueres. Votar por Trump significaba tomar la cabina. La elección del vuelo 93 es un escrito de culto para el Alt-Right. Ahora Anton funge como Oficial Senior de Seguridad Nacional y trabaja en la Casa Blanca.
John F. Kelly
General retirado, actualmente ocupa el cargo de Secretario de Seguridad Interior (Secretary of Homeland Security). Está convencido de las bondades del muro, y por eso Trump lo designó en tan importante cargo. Kelly, cuya postura es muy hostil a la inmigración, es el funcionario encargado de erigir el muro. Al respecto ha dicho que el muro puede construirse en dos años y que empezará por las secciones de la frontera en donde más urja, y desde ahí se irá extendiendo hasta cubrir toda la frontera. Cree en el muro y piensa que él es el indicado para hacerlo. Ha dicho también que debe haber mecanismos tecnológicos que aseguren aún más la frontera. No tiene esperanza en que México haga más de lo que está haciendo para detener el narcotráfico y el flujo de migrantes (en eso quizá tenga razón).
Jared Taylor
Taylor es uno de los principales intelectuales del Alt-Right: estudió filosofía en Yale y en el Instituto de Estudios Políticos de París. Por lo general, los simpatizantes del Alt-Right se caracterizan por su pobre aparato crítico. Taylor es una excepción –por desgracia no la única–. Su filosofía está expuesta en un libro, que también es de culto para la extrema derecha: American Renaissance (Renacimiento Americano). En resumen, Taylor abiertamente habla de la supremacía blanca y ha dicho en entrevistas por televisión (una de ellas con Jorge Ramos) que los afroamericanos y los latinos son menos inteligentes que los blancos. Afirma que America –pongo América en cursivas y en inglés, porque con ese nombre se refiere a los Estados Unidos– ha sido robada a los americanos, que ahora los blancos son una minoría sin derechos, humillada y marginada; que los blancos son los únicos y verdaderos americanos y que tienen todo el derecho de segregarse de otras razas; y que el interés de los negros e hispanos no puede ser el interés de America. Niega el Holocausto y es abiertamente antisemita. Abomina las libertades sexuales y el aborto.
David Duke
Negador del Holocausto, antisemita, racista, Duke es legislador en Lousiana y ha sido líder máximo (Grand Wizard) del Ku Klux Klan. Intentó ser candidato a la presidencia en 1988 y en 1992. Según él, la mafia judía controla las finanzas y los medios de comunicación de los Estados Unidos, y por eso la prensa libre es izquierdista, facinerosa y no merece ninguna credibilidad. Propone la segregación racial y el apartheid como medidas necesarias que debe implementar el gobierno. Es un terrible opositor de la homosexualidad y, hoy por hoy, es uno de los principales entusiastas de Trump.
Richard Spencer
Uno de los miembros más jóvenes del Alt-Right (nació en 1978), no solo propone el cese inmediato de toda inmigración, sino, más aún, propone una limpieza étnica (ethnic cleansing) en los Estados Unidos. Sus seguidores –que cada vez son más– no se andan con rodeos: con orgullo hacen el saludo nazi: Heil Trump! Heil our People! Heil Victory! Es uno de los antisemitas más recalcitrantes hoy en día. Cualquiera pensaría que con semejantes puntos de vista, Spencer tendría que ser algo así como un bebedor de cerveza barata que mastica tabaco todo el día; pero no: Spencer estudió Literatura Inglesa y Música en la Universidad de Virginia, obtuvo una Maestría en Humanidades en la Universidad de Chicago y realizó estudios de Doctorado en Historia en la prestigiosa Duke University.
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