¿Por qué las mujeres no pueden ser sacerdotes y qué hace una mujer en «La Última Cena» de Da Vinci?

De las tres grandes ramas del cristianismo, sólo las iglesias o congregaciones protestantes han abierto el sacerdocio a las mujeres. Esta marginación era entendible y...

13 de abril, 2017
 
 
 
De las tres grandes ramas del cristianismo, sólo las iglesias o congregaciones protestantes han abierto el sacerdocio a las mujeres. Esta marginación era entendible y razonable al inicio de la era cristiana, es decir, hace dos mil años, por las circunstancias históricas; pero en pleno siglo XXI parece una medida discriminatoria. El papel de las monjas en las iglesias católica y ortodoxa no deja de ser marginal y auxiliar.
 
¿A qué se debe la prohibición del sacerdocio para las mujeres? 
 
Una primera razón es que Dios es concebido como Padre, de modo que el cristianismo necesariamente es patriarcal en su origen. Existe un pasaje de San Pablo muy claro: «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.» (Efesios, 5, 22-24).
 
Por otro lado está el hecho de que todos los apóstoles eran hombres. Al instituir la Eucaristía en la Última Cena, no había ninguna mujer presente, según los evangelios canónicos. Ninguna. Así que el sacerdocio es cosa de hombres. ¿Por qué? Porque así lo quiso Cristo, al menos en opinión de los teólogos. 
 
Cualquiera diría que en el contexto cultural en el que vivió Cristo no hubiese podido ser de otra manera. Pero los teólogos insisten que ese no es el motivo: no que Cristo haya estado atado, por decirlo de algún modo, al contexto cultural, sino que deliberadamente así lo prescribió. Tan es así, dicen, que Cristo, en su trato con las mujeres, no siguió ningún patrón cultural: he ahí el ejemplo de la conversación con la samaritana (Juan 4, 27), o la pecadora que le lava los pies (Lucas 7, 37), o la mujer con flujo menstrual que toca su manto (Mateo 9, 20), o la adúltera que es perdonada (Juan 8, 4); o el hecho muy notable de que Jesús, en su predicación, se hiciera acompañar de los doce apóstoles y de mujeres como Magdalena y Susana (Lucas 8, 1-3). Pues aún con todos estos casos –son muchos más–, los teólogos tradicionales sostienen que fue voluntad de Cristo que el sacerdocio solo fuera ejercido por hombres. Y, no obstante, no podemos dejar de observar que son mujeres (Magdalena y María) las primeras que lo ven una vez resucitado (Mateo 28, 8).
 
La fundación de la Iglesia, dicen los creyentes, fue voluntad de Cristo; con la designación de Pedro, es el mismo Cristo el que funda el papado: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mateo 16, 18). Pedro es el vicario de Cristo. La misión de los apóstoles es llevar la Palabra al mundo entero y evangelizar: y esa es precisamente la misión del sacerdocio. Como dije antes, a la Última Cena no asistió ninguna mujer; y siendo la Cena el acto fundacional de la Eucaristía, queda claro que las mujeres no pueden ejercer el sacerdocio. Es más, en los Hechos de los Apóstoles hay un pasaje que habla sobre la sustitución de Judas. Era necesario reemplazarlo. Pudiendo elegir a cualquier persona, incluso una mujer, los once apóstoles eligen a un hombre: Matías (Hechos, 1, 26). Los apóstoles son los primeros sacerdotes; al no haber ninguna mujer, los teólogos entienden que fue voluntad de Cristo que las mujeres quedaran fuera del sacerdocio.
 
Esos son los argumentos por los cuales las mujeres están impedidas para ejercer el ministerio.
 
Hay algunos otros, débiles a mi juicio, como aquel que supone que las mujeres son fuente de tentación y perdición: en los libros sapienciales hay claros ejemplos, como el que hayamos en Proverbios 5; y en concordancia directa con dicho pasaje están las palabras de Cristo: «Si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo lejos de ti. Más vale perder una parte del cuerpo que ser arrojado entero a la gehena» (Mateo 5, 17-30). Cristo se refiere a la tentación que podría causar una mujer casada. Las mujeres tientan incluso a los ángeles; al menos esa es la interpretación de la teóloga J.W. Knust (The Bible’s surprising contradictions about sex and desire, capítulo 6; Harper Collins, 2011) al enigmático pasaje en el que Pablo ordena que las mujeres se cubran la cabeza en el templo: «por causa o por respeto de los ángeles» (Corintios 11, 10).
 
Otro argumento, aún más débil, es el del «llamado»; llamado de Dios, por supuesto. Ser sacerdote no es como ser profesionista. Uno dice: «quiero ser ingeniero o abogado o médico, y en tal virtud me matricularé en una universidad; tengo la vocación.» No es que uno «quiera» ser sacerdote; ni siquiera se trata de que uno «tenga» vocación, sino que Dios «llama» a uno al sacerdocio. Un hombre se hace sacerdote no por sus propias fuerzas, lo cual sería blasfemo, sino por gracia de Dios. Por eso cuando un joven entra al seminario, los sacerdotes se cercioran de que la «vocación» se corresponda con el «llamado». Ahora bien, Dios ha llamado a muchos hombres al sacerdocio, según explican los católicos y ortodoxos, pero no ha llamado a ninguna mujer. Y nunca la va a llamar, porque ha sido Su Voluntad que el sacerdocio sea ejercido exclusivamente por hombres. ¿Cómo ve usted?
 
La situación en las iglesias protestantes es distinta. Ahí sí pueden las mujeres ejercer el ministerio (aunque hay que señalar que en las congregaciones evangélicas propiamente no hay sacerdotes, sino pastores o reverendos, con la excepción de la iglesia anglicana y otras iglesias nacionales, en la que sí hay jerarquía clerical): en Noruega desde 1938, en Suecia desde 1945, y en Dinamarca desde 1947. En la Iglesia Anglicana las mujeres pueden ser sacerdotes (sacerdotisas) desde 1994, y desde 2015 pueden ser obispas.
 
Si en verdad es cierto que a la Última Cena sólo asistieron hombres (los apóstoles), usted se preguntará qué hace una mujer en el famosísimo «Cenacolo» (Última Cena) de Leonardo da Vinci. ¿Qué hace una mujer al lado de Jesús en esta «Cena»? ¡Al lado de Jesús, co-presidiendo! A Pedro para nada le agrada la intromisión; si por él fuera, esa mujer no tendría por qué aparecer en el cuadro. Observen su mano: es un gesto amenazador, como si quisiera degollarla, casi como si le dijese: «ahora estás protegida, pero deja que se vaya el Maestro y no te la vas a acabar».
 
La sola idea de ver a una mujer, más aún si se trata de María Magdalena, en la «Cena», es una locura para las iglesias católica y ortodoxa. A partir de esta suposición se han generado las teorías más estrambóticas y variopintas que uno pueda imaginar: desde «Caballo de Troya» hasta «El código da Vinci». La verdad no es para tanto. 
 
A lo largo del tiempo he revisado varios textos de especialistas, porque este es un asunto que siempre me ha llamado la atención. Examiné hace algunos años el monumental libro de Frank Zöllner sobre Leonardo, obra publicada por la muy prestigiada editorial Taschen; una obra excelente que, hoy por hoy, es la más seria y autorizada sobre el genio italiano (para que se den una idea, este libro pesa más de 10 kilos). Pues bien, revisé con todo cuidado los comentarios y los análisis de Zöllner sobre «Il Cenacolo», y resulta que la que parece mujer al lado de Cristo es el apóstol Juan. En ningún momento se sugiere que se trate de María Magdalena. En efecto, ha sido una costumbre en las artes europeas que los personajes muy jóvenes –Juan era el apóstol más joven– sean representados con características femeninas, o de plano como mujeres. Así que malas noticias para los que creen en las teorías de la conspiración. 
 
Se ve difícil, si no imposible, que podamos ver mujeres sacerdotes en las iglesias católica y ortodoxa. Tendría que haber una verdadera revolución.
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