Napoleón, Beethoven, Luis XIV y… AMLO

Permítame contarle dos anécdotas históricas:

4 de octubre, 2018

 

Permítame contarle dos anécdotas históricas:

Beethoven compuso la célebre Tercera Sinfonía, llamada “Eroica” (sin hache, pues utilizó la palabra italiana), inspirado en un hombre que admiraba: Napoleon Bonaparte. Pero al enterarse de que el Gran Corso se había coronado emperador, Beethoven cogió la página de dedicatoria, la rompió y la echó a la chimenea. Ante el asombro de los presentes, que sabían para quién había sido escrita esta magna obra, Beethoven, decepcionado, exclamó: “¡es como cualquier otro hombre, y sucumbirá a la ambición!”

La otra anécdota sucedió casi ciento cincuenta años antes de la composición de la “Eroica”. Luis XIV, rey de Francia –llamado Le Roi Soleil (el rey sol)– nombró como Surintendant des Finances, o sea, Ministro de Finanzas, a Nicolás Fouquet. El ministro Fouquet ejerció el cargo entre 1653 y 1661 y no hizo otra cosa más que enriquecerse de manera indebida. Fouquet era amante del lujo, de la ostentación y del fatuo. El rey ya había sido advertido de los desfalcos al erario, pero no había ordenado ninguna investigación contra el ministro. Cierto día, sabiendo que el rey pasaría cerca de Vaux, Fouquet lo invitó a su castillo. El joven monarca acudió con un séquito de seiscientas personas, lo cual ya era un lujo desmedido. Pero la ostentación y el derroche con los que Fouquet agasajó al rey fueron más allá de lo concebible. Lejos de halagarlo, le hicieron sentirse humillado. Y créanme que para hacer sentir menos al Rey Sol se necesitaba algo fuera de este mundo.

AMLO no es Bonaparte ni César Yáñez es Fouquet, aunque estoy seguro que a este último no le molestaría la idea. Yo he subrayado desde el principio que AMLO fue el único candidato a la presidencia que estaba consciente del momento histórico. Lo he dicho en varios artículos: supo canalizar el hartazgo de los mexicanos hacia la corrupción y el privilegio. Con todo el aparato gubernamental a disposición, incluida la Procuraduría General, ningún enemigo de AMLO ha sido capaz de demostrar que el tabasqueño haya participado en actos de corrupción ni que sea propietario de inmensas riquezas. A lo más que han llegado sus enemigos es a mostrar que AMLO tiene dos departamentos, por cierto muy equis, en Copilco: eso es todo. Por eso estoy seguro que Andrés Manuel no tenía idea de la clase de fiesta que iba a ser la boda de su muy fiel colaborador César Yáñez. De haberlo sabido, muy probablemente no habría asistido. Pero ya ahí, me pregunto, ¿habrá sentido alguna incomodidad el presidente electo durante la boda, como la que sintió el Rey Sol en el castillo de Fouquet? AMLO, creo –y espero que mi creencia no sea producto de mi candidez o estulticia–, es un hombre austero, sobrio y honesto: sólo necesita un catre y una hamaca en Palacio Nacional, no habitará Los Pinos, no se subirá al avión de Peña porque se le caería la cara de vergüenza (a AMLO, no a Peña); es el único que ha dicho: “me canso ganso que acabo con la corrupción”. No creo que haya estado a gusto en la boda de su fiel amigo.

La boda de César Yáñez es un mal inicio (¡todavía ni empiezan!). Todo mundo tiene derecho a casarse y a hacer una fiesta que rivalice con las de Fouquet, si se tiene el dinero suficiente. Pero, ¿qué habrían dicho los seguidores de AMLO y Morena si la boda de Yáñez hubiera sido la de un priísta encumbrado? No cabrían en sí mismos de la cólera y la indignación. Les parecería una grave ofensa al pobre y sufrido pueblo mexicano, un pueblo bueno y sabio que padece pobreza a causa de la rapacidad de los poderosos. Pero como la boda fue la de un morenista de los más encumbrados, y a ella acudió el mismísimo líder, bueno, pues entonces la boda está bien. Claro que no está bien; no porque no tengan derecho los contrayentes a echar la casa por la ventana y llevar a Matute y a Los Ángeles Azules (desde Iztapalapa para el Mundo; y desde el Mundo para Yáñez) y hacer una boda como el Festín de Balthazar; tienen derecho a ello, más aún si lo pagan con su dinero: es más, tienen derecho a que el banquete lo sirva Fouquet’s Paris, si así lo desean y le llegan al precio. El punto es que ese tipo de actitudes son las que los mexicanos detestan; por ese tipo de actitudes, los mexicanos repudiaron al PRI y al PAN. El mensaje es de lo más incongruente, de lo más inexplicable, de lo más grotesco, de lo más indolente. Y cuanto más indolente, grotesco, inexplicable e incongruente, cuanto más pienso que AMLO no tenía idea de la clase de espectáculo al que asistía: yo vi a Andrés Manuel en las fotos publicadas por la prensa: siempre austero, traje oscuro y corbata azul, del brazo de su esposa, también austera, sobria, elegante y distinguida. AMLO no es un pillo, y, como escribí en otro artículo, creo que su pretensión es ir por la historia, no por el varo (o baro) ni por la vanagloria; pero es imposible decir lo mismo de sus colaboradores: ellos sí que van por el varo, por los grandes negocios, por el fatuo y la vanagloria. ¿Será el gran líder capaz de controlarlos? La Cuarta Transformación puede ser un sueño que se haga realidad; o podría ser una horrible pesadilla que se hace realidad.

Beethoven pensó que Napoleón (Bonaparte, no Gómez Urrutia) había traicionado los ideales de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad; que el fin del Ancien Régime había sido sólo una ilusión y que Bonaparte terminaría convertido en un tirano. Por eso dijo que el corso era como cualquier otro hombre: indulgente con su ambición y su vanidad. La dedicatoria original fue cambiada por esta otra: Sinfonia Eroica, composta per festeggiare il sovvenire di un grande uomo… Para celebrar la memoria de un gran hombre. Si bien la imagen de AMLO sigue incólume (sobre todo para sus seguidores irreflexivos), ciertamente la de Yáñez no tanto (o quizá sí, también para morenistas irreflexivos, que los hay por millones): ha sucumbido a su ambición y vanidad. Espero que sólo sea un caso aislado entre los muchos colaboradores de AMLO, de lo contrario La Cuarta Transformación será La Cueva de Alí Babá y los Cuarenta Ladrones (ojalá que sólo fueran cuarenta, pero podrían ser muchos más).

Después de ver la insultante ostentación del ministro de finanzas, el rey de Francia se convenció de que las acusaciones de desfalco eran reales. Ordenó la detención y proceso de Fouquet, que fue sentenciado a prisión. Ahí murió este espíritu vano, encerrado en un calabozo por casi veinte años. Seguro que tuvo tiempo suficiente para reflexionar sobre la vanidad. El gran banquete con el que creyó agasajar al rey, selló su suerte, porque profanó la dignidad real, del mismo modo que Baltasar profanó con su pantagruélico festín los vasos del Templo de Jerusalén, que sirvieron para que los convidados bebieran los más exquisitos vinos. AMLO es un hombre religioso y sabe de los relatos bíblicos y de lo que ellos significan. El Festín de Yáñez profanó en cierto modo las esperanzas de un pueblo que pensó que, finalmente, la era del abuso, del privilegio y del despilfarro de los gobernantes, había llegado a su fin. O no sé. A lo mejor no profanó nada, al menos para ojos de los seguidores incondicionales de AMLO, que están dispuestos a purificar de toda mácula al movimiento.

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