Meade y Margarita deben declinar

«El PRI no merece ganar», Enrique Krauze...

3 de mayo, 2018

«El PRI no merece ganar», Enrique Krauze

«Debemos soportar a los Social-Demócratas del mismo modo que una soga soporta a un ahorcado», Vladimir Ilyich Ulyanov “Lenin”

«We must, indeed, all hang together or, most assuredly, we shall all hang separately», Benjamin Franklin

 

Falta poco tiempo para la elección del 1 de julio y la ventaja que tiene AMLO en las encuestas parece inalcanzable. ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo es que el país está a nada de caer en el populismo?

Cuando Fox venció al PRI en 2000, muchos pensamos que se estaba inaugurando una nueva era, que finalmente nacía la tan ansiada democracia y que habría prosperidad y bienestar para todos. Después de tres administraciones en esta nueva era, tenemos resultados muy limitados. La pobreza y la desigualdad siguen, la violencia ha aumentado como nunca y la corrupción se ha erigido como el mayor de los males de México. En suma: la democracia que tanto nos había ilusionado, ha fracasado. Y con este fracaso, la indignación de millones de mexicanos ha rebasado el umbral del dolor.

Políticos de todos los partidos han caído en la tentación y han sucumbido a la corrupción. No hay un partido que pueda deslindarse de este cáncer. Pero hay que ser claros: el primerísimo lugar lo tiene, y por mucho, el PRI: por cada panista, morenista o perredista en problemas legales, hay treinta o cuarenta priístas. La ratio no tiene parangón. Los miembros del Nuevo PRI han sido los políticos más corruptos en esta era de la democracia, y son ellos quienes más han hecho por desacreditarla. Sus miembros más eminentes (me refiero a los narco-corrupto-gobernadores) han llegado a extremos de corrupción que los mexicanos ya no estamos dispuestos a tolerar. Se podrá decir que también hay panistas, perredistas y morenistas corruptos; sí que los hay; pero en volumen, es indiscutible que el Nuevo PRI se lleva el trofeo de la corrupción y la maldad.

En 2012, tras las infructuosas administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón –infructuosas por el bloqueo sistemático del PRI–, los mexicanos tuvieron dos opciones: votar por López Obrador o votar por Peña Nieto; en otros términos, tuvieron el dilema de optar por el populismo o dar otra oportunidad a la democracia. Los mexicanos confiaron al PRI la oportunidad histórica de volver al gobierno y quitarse la infame espina de setenta años de corrupción (la dictadura perfecta, diría Vargas Llosa). Mucha gente creyó en el Nuevo PRI, un partido de jóvenes comprometidos con México. Era un relevo generacional que los priístas supieron proyectar y vender muy bien al electorado. El triunfo de Peña Nieto fue, si no contundente, sí suficiente, de modo que AMLO no tuvo pretexto para hacer movilizaciones como las de 2006. Los electores se creyeron el cuento y pensaron que este Nuevo PRI se había por fin liberado de los vicios y de los malos elementos del Viejo PRI. ¿Y qué pasó? Que el Nuevo PRI resultó ser mucho más corrupto, nocivo, pérfido, voraz y cínico de lo que nadie habría imaginado.

Los priístas más encumbrados lo han dicho: «estamos en la cúspide del poder». Los gobernadores del Nuevo PRI saquearon hasta más no poder sus Estados y provocaron que la delincuencia organizada impusiera su imperio. Javier Duarte es el rostro del Nuevo PRI. Era el campeón de Peña Nieto (campeón en sentido arcaico), y éste no se cansaba de elogiarlo públicamente y de ponerlo como ejemplo. En el cierre de campaña de Javidú, Enrique Peña Nieto, emocionado, exclamó lo siguiente: «Javier Duarte se ha propuesto llegar a la gubernatura no como un fin en sí mismo; se ha propuesto ganar para desde ahí servir, para desde ahí cumplirle a los veracruzanos: ése es el espíritu que invade a las nuevas generaciones que representan hoy al PRI.» Y en diversos foros, siendo candidato, subrayó las bondades de esa nueva generación de priístas honestos y trabajadores. Javier Duarte ganó la elección en Veracruz, y traicionó a los veracruzanos; César Duarte ganó la elección en Chihuahua, y traicionó a los chihuahuenses; Roberto Borge ganó la elección en Quintana Roo, y traicionó a los quintanarroenses. En 2012, durante una transmisión del programa Tercer Grado, Enrique Peña Nieto se refirió a ellos: «son jóvenes actores de la nueva generación política que forman parte (sic): el gobernador de Quinta Roo, Beto Borge; el gobernador de Veracruz, Javier Duarte; César Duarte, gobernador de Chihuahua; el gobernador de Campeche; todos son parte de una generación nueva que ha sido parte (sic) de este proceso de renovación del partido…» Lo que parecía un sueño, se convirtió en la peor pesadilla.

He aquí una lista de gobernadores priístas de los últimos años (de la alternancia para acá), todos ellos, o en la cárcel, o bajo investigación, o bajo señalamientos de la Auditoría Superior de la Federación; he aquí el rostro del Nuevo PRI: César Duarte (Chihuahua), Javier Duarte (Veracruz), Rubén Moreira (Coahuila), Aristóteles Sandoval (Jalisco), Eruviel Ávila (Estado de México), Rodrigo Medina (Nuevo León), Roberto Borge (Quintana Roo), Jesús Reyna (Michoacán), Mario Anguiano (Colima), Miguel Alonso Reyes (Zacatecas), Francisco Olvera (Hidalgo), Jorge Herrera (Durango), Roberto Sandoval (Nayarit). Y no estoy mencionando a priístas más veteranos cuyos gobiernos coexistieron con esta nueva era del PRI: Fausto Vallejo (Michoacán), Andrés Granier (Tabasco), Humberto Moreira (Coahuila), Egidio Torre Cantú (Tamaulipas), Carlos Lozano (Aguascalientes), Tomás Yarrington (Tamaulipas) y Eugenio Hernández (Tamaulipas). Muchos Estados representados: si hasta parece el concurso Señorita México. A esta “pléyade” de narco-corrupto-gobernadores habría que agregar los personajes relacionados con escándalos de corrupción en la obra pública (Gerardo Ruiz Esparza), en PEMEX (Emilio Lozoya), en SEDESOL (Rosario Robles, Luis Enrique Miranda), en la Función Pública (Virgilio Andrade que no encontró, por más que buscó, conflicto de intereses en el asunto de la Casa Blanca y la casa de Malinalco); y ni qué decir de los Gerifaltes Mayores y Régulos de ese partido: Manlio Fabio Beltrones, Luis Videgaray, Emilio Gamboa, Osorio Chong, César Camacho Quiroz, Carlos Salinas, Carlos Romero Deschamps, René Juárez Cisneros, Pedro Joaquín Coldwell, Roberto Madrazo… y un infinito etcétera (el Gober Precioso no puede faltar, ni Arturo Montiel… la lista sigue…). Ah, claro, el mismo Enrique Peña Nieto en la súper-cúspide del súper-poder. Con toda razón tuvieron que elegir a Meade como el candidato: todos los demás estaban impresentables. Por eso en 2016 el PRI perdió siete de doce gubernaturas, y este año, además de perder la presidencia, el PRI será derrotado en ocho de nueve elecciones a gobernador.

Yo creo que estos malos priístas –también hay gente muy honorable y preparada, hay que decirlo, yo mismo conozco a varios; lamentablemente han sido sobrepujados por los malos elementos– pensaron que el poder jamás se les iba a acabar. Ahora escucho a muchos de estos malos priístas decir que AMLO está enfermo de poder, lo cuál podría ser cierto; pero lo que es seguro es que los priístas son los que están enfermos de poder, no tanto porque no lo hayan tenido, sino porque el poder sin límites los ha podrido. Considere usted esto: hace unos días, con bombo y platillo, el equipo de Meade y los priístas en San Lázaro anunciaron la aprobación de la ley que elimina el fuero. Hasta crearon el hashtag #LeyMeade. ¿Y qué pasó? Una burla. Unos días después, los senadores priístas la congelaron. ¿Por qué? Porque, ya con más calma, analizaron el escenario en el que AMLO gana la presidencia. Imagínense a AMLO presidente y a los priístas sin fuero. ¡Qué miedo! Ahora que los van a coger por corruptos, no se van a arriesgar a que los agarren encuerados, es decir, sin fuero, aún si de paso le hacen el favor a AMLO y a MORENA, que se van a beneficiar del fuero para hacer de las suyas cuando lleguen al poder. Así se maneja el PRI, y creen que el elector no se da cuenta. Estos malos miembros del PRI (todos los que mencioné en párrafos anteriores y muchos otros más que se me escapan) no estarán nunca dispuestos a perder sus PRIvilegios; lo que menos les importa es el país. Critican a AMLO con el tema de la Amnistía, pero en el fondo la impunidad que el PRI ha promovido sistemáticamente, piénselo usted bien, es una forma de Amnistía Perenne, Permanente y Continua; y por eso priísta que tiene poder, priísta que hace de las suyas: perdón y olvido para toda fechoría, eso es la amnistía (amnistía y amnesia son palabras griegas con la misma raíz: el olvido); y una forma de amnistía más perversa que la que propone AMLO, que ya de por sí es muy perversa.

El PRI es impresentable, period! Por eso tuvieron que designar a un no priísta como candidato, para ser competitivos, pero ni así han podido. Lo he dicho siempre, y lo digo una vez más: José Antonio Meade es una persona íntegra y un funcionario de excelencia; lástima del partido que se carga en la espalda. ¿Por qué entonces aceptó ser el candidato de esta pléyade del mal? Meade tendrá que contestar esta pregunta.

El PRI ha hecho mucho daño a México. Sus gobernadores y miembros más encumbrados han saqueado hasta más no poder, pensando que la historia jamás les pasaría factura, y que podrían seguir así per saecula saeculorum. Es este Nuevo PRI quien está entregando el poder al populismo y quien nos tiene a todos metidos en un problema mayúsculo. Los electores no se la van a perdonar una vez más, aunque su candidato sea una persona muy honorable y preparada. Así que, por dignidad, por una obligación moral, para resarcir una deuda con nuestra Historia, por vergüenza política, tenga el PRI tantita madre y decline en favor de Anaya. Esa sería la única forma de lavar medianamente sus culpas y alcanzar un poquito de redención ante la Historia. Son ellos los que nos están entregando a los tentáculos del populismo, por sus abusos, por sus expolios, por sus cinismos; son ellos los que tienen que ceder, no Anaya, que va en segundo lugar.

Por otro lado, veo un expresidente panista y a su esposa, candidata independiente, en una actitud que no alcanzo a comprender del todo –soy naïf, lo siento–: odian tanto al candidato del PAN que preferirían entregar el país al populismo antes que ver a ese candidato ganar. ¿Por qué? Porque Anaya les arrebató el liderazgo del partido. Que si fue a la buena o a la mala, es cosa que sólo concierne a los panistas. Lo que concierne a todos es la posibilidad del populismo ante un panismo fragmentado. Felipe Calderón debería recordar que cuando él tenía el control del PAN, lo ejercía despóticamente. No había lugar para el disentimiento. Y ahora que él ha perdido el poder, ¿será capaz de entregar la presidencia a AMLO, su archienemigo, antes que a Anaya, el candidato de su partido? Por solidaridad, por una cuestión de principios, y por responsabilidad ante la historia, Margarita Zavala también debería declinar en favor del candidato panista. Si lo hace a tiempo, podrá asumir el triunfo como propio. Si no lo hace, será causa eficaz y directa, junto con el PRI, del advenimiento del populismo.

Si bien la figura de la declinación no está contemplada en la legislación electoral, y no es posible que los votos a un candidato se computen a otro, declinar se traduce en un acto mediático y político de alto impacto, en un acto de apoyo moral, un sumarse a un proyecto, un ceder para salvaguardar el interés que se considera superior. Si el PRI no está dispuesto a tanto, al menos que la declinación se traduzca en un apoyo tácito al candidato panista, o por lo menos implique el cese del ataque sistemático al cual ha sido sometido dicho candidato.

Si Meade y Margarita ceden, deberán ser acogidos por la coalición Por México al Frente; y si Anaya triunfa, creo que deberían formar parte del gobierno –un verdadero y genuino gobierno de coalición–, sobre todo José Antonio Meade, cuyo talento, honestidad, experiencia y preparación lo colocan en aptitud de aportar mucho a México. Meade y Margarita serían artífices del triunfo, si el triunfo se presenta; o artífices de la derrota, si no declinan –la derrota, si no declinan, seguro se presenta–, con la responsabilidad histórica que ello supone. Lo que es absolutamente cierto e innegable es que, si logra ganar Anaya, está obligado a emprender el gobierno más transparente de nuestra Historia, y ahí estaremos todos para vigilar y exigir que así sea. Una decepción más, como esta del Nuevo PRI (un Nuevo PAN), sería el final. Quizá sea esta la última oportunidad de nuestra democracia.

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