Meade no tiene la culpa: la caída del PRI

«El PRI no merece ganar», Enrique Krauze

19 de abril, 2018

«El PRI no merece ganar», Enrique Krauze

Empezamos a ver signos de desesperación en el PRI. José Antonio Meade no levanta y los jerarcas priístas, según comentan algunos medios, están pensando en un plan alternativo, como si el candidato tuviera la culpa de este desastre, y como si de verdad cambiando de candidato fueran a ganar las elecciones. De ser cierto, esto sería muestra de que los priístas viven una realidad paralela e ilusa, según la cual todo está tan bien que no cabe en ningún entendimiento el por qué la gente está tan disgustada y con unas ganas incontenibles de mandarlos al demonio.

La verdad es que Meade era el mejor candidato para ellos; al menos el único presentable. ¿Se imagina usted si el candidato fuera Osorio Chong, Videgaray o Beltrones? Sin duda irían en quinto lugar, atrás de El Bronco y de Margarita Zavala. Yo lo escribí en su momento: que Meade era la mejor carta del tricolor, aunque no fuera priísta –precisamente porque no era priísta–, y que sería muy difícil y pesado cargar sobre la espalda con el desprestigio y hasta odio social que existe contra ese partido.

La estrategia priísta ha sido desastrosa en varios sentidos, pero subrayo dos: ha catapultado a López Obrador a un primerísimo lugar y ha evitado que Ricardo Anaya crezca lo suficiente como para competir con posibilidades de triunfo. Los priístas pensaron que eliminando a Anaya la gente no tendría otra opción más que votar por Meade, y para ello se valieron de un arma muy ruin: el uso faccioso de las instituciones, en este caso la PGR, para someter a Anaya a una persecución. El daño que han causado con esta estrategia podría ser irreparable. La mayoría de las encuestas sitúan a López Obrador muy por encima del segundo lugar, algunas –como la que publicó El Reforma el día 18 de abril– hasta con más de veinte puntos de diferencia. El tiro le salió al PRI por la culata: no sólo los mandó a la lona, sino que estancaron al segundo lugar y enaltecieron a AMLO. «Unos genios», diría Meade. Atacar a Anaya no benefició a Meade; benefició a AMLO, quien, hoy por hoy, a menos que ocurra algo realmente extraño y extraordinario, estaría triunfando y se convertiría en el próximo presidente de los Estados Unidos Mexicanos.

El destino sonríe a López Obrador, o al menos eso parece (del plato a la boca, a veces se cae la sopa). Ningún ataque en su contra ha tenido éxito. Al contrario, cada ataque es contestado con presteza y hasta ingenio. Cada día conquista seguidores, aún en zonas del país en las que no tenía popularidad. Si antes se pensaba que el norte no votaría por él, habría que ver los sondeos en las Californias, en Sonora, en Sinaloa y en Zacatecas. Y del sur ni hablar: con excepción de Campeche, Quintana Roo y Yucatán, el sur le pertenece. AMLO y su equipo están tan seguros de la victoria, y no sin razón, que se dan el lujo de pedir a los ciudadanos que voten por sus candidatos al Senado y a la Cámara de Diputados, para tener un Congreso, dicen, verdaderamente libre, y poder echar atrás las reformas de Peña (Saving Mexico se convertirá en Screwing Mexico).

Según Massive Caller, los candidatos al Senado por parte de MORENA podrían triunfar en diecisiete entidades y serían la primera fuerza en dicha cámara, algo histórico, ya que el PRI, hasta hoy, ha dominado el Senado. Pero aquí no acaban las desgracias para el PRI. Según Massive Caller, el tricolor sólo triunfaría en Campeche, de modo que únicamente tendría esos dos senadores de mayoría, una verdadera catástrofe. Según esta misma encuestadora, los candidatos al Senado por parte del PAN ganarían en trece Estados. El Estado que falta, para completar las treinta y dos entidades, es Jalisco, que sería ganado por un candidato independiente: Pedro Kumamoto. Así las cosas, y sin contar las asignaciones de senadores por representación proporcional (plurinominales), Morena tendría 48 senadores (34 de mayoría y 14 de primera minoría), el PAN 36 (26 de mayoría, 10 de primera minoría) y el PRI 10, sí, leyó usted bien: 10 (2 de mayoría y 8 de primera minoría). Las cosas en la Cámara de Diputados pintan todavía peor. De modo que, si gana AMLO, es muy factible que sus legisladores sean primera fuerza en cada una de las cámaras.

Y si todo esto fuera poco, en las nueve elecciones a gobernador, MORENA tiene aseguradas al menos cuatro: Ciudad de México, Morelos, Chiapas y Tabasco; y muchas posibilidades de ganar también Veracruz y Puebla.

¿Qué es lo que está pasando? ¿Se debe el crecimiento de MORENA a méritos propios u obedece al hartazgo y depresión –sí: depresión– de los mexicanos? La debacle del PRI se está llevando de corbata al PAN y sus aliados. La gente no está dispuesta a tolerar más abusos. La podrán engañar una vez, dos veces, diez veces… pero siempre hay una última ocasión –claro que esta no sería la última ocasión, pues si la gente vota por AMLO pensando que todo va a mejorar, es muy factible que se lleven una decepción peor que la que ya tienen–. Parece que muchos mexicanos no creen el cuento de que ahora sí los funcionarios del gobierno, si gana el PRI e incluso el PAN, se van a portar bien y ejercerán sus cargos patrióticamente, de conformidad con la ley y en beneficio de todos los mexicanos. José Antonio Meade, que es una persona íntegra y ha sido un diligente y recto funcionario, simplemente no ha podido, y por lo visto no va a poder, desligarse del PRI. Ya sabemos lo que la gente tiene en mente cuando habla de ese partido –mucha gente, claro, excepto los priístas, pero a veces incluso ellos–: el partido de la corrupción, de la Casa Blanca, de los desfalcos en obra pública, el partido del Socavón, de la Estafa Maestra; el partido de los Duarte y los Moreira, de Borge, de Yarrington y decenas de gobernadores que no se han cansado de robar: el partido de la impunidad, de los narcogobernadores, de los corruptogobernadores; el partido de Salinas, Gamboa, Beltrones, Montiel y Peña –también, hay que decirlo, el partido de origen de AMLO–. Seamos francos: esta caída la tienen bien merecida.

¿Y sabe usted qué es lo más irónico del caso? Con todo el odio y desprestigio que carga el gobierno de Peña, los indicadores le son favorables en rubros fundamentales: generación de empleo, inversión extranjera, turismo, desarrollo agropecuario, creación de infraestructura, estabilidad económica y crecimiento, y un largo etcétera. Claro que podrían ser mejores, pero los números no son malos. El desprestigio de su gobierno obedece principalmente a dos factores: los espantosos escándalos de corrupción que involucran a los más importantes miembros del PRI (incluso al propio presidente y su familia), y la violencia incontenible, terrible, inhumana, en casi todo el país, ante la cual el gobierno se ha visto impotente. He aquí la paradoja: no ha sido un mal gobierno –pudo ser mejor, sí, pero, insisto, el balance general no es malo–, y sin embargo es odiado como si fuese el peor de toda nuestra historia: peor que Santa Anna. Y esta paradoja es dramática, casi sarcástica, porque nuestro país está, con todos los graves problemas y desigualdades que padece, y muy a pesar del enojo y la depresión social; está en el camino correcto, y no obstante es posible que el populismo se apodere de él y que México pierda toda esperanza de progreso. Y todo esto, repito, no es culpa de Meade, ni mérito de AMLO. Todo esto se debe a los excesos y al cinismo del PRI: tuvo la oportunidad histórica que le confirieron los mexicanos en 2012 tras setenta años de dictadura perfecta y corrupción, y luego de los dos ensayos fallidos de Fox y Calderón, y, lejos de haber estado a la altura de las circunstancias, el Nuevo PRI traicionó a México y provocó un malestar social sin precedentes desde el ocaso del porfiriato. Como dice Enrique Krauze: «el PRI no merece ganar.»

Hay una terrible desilusión frente a la democracia, que llegó en el 2000, pero que no ha sido capaz de erradicar la desigualdad ni la miseria; una democracia que no ha podido frenar la violencia ni ha propiciado bienestar a millones de mexicanos –no que los subsidie y les resuelva la vida, como falazmente propone el populismo, sino que genere condiciones, si no idóneas, al menos favorables, para el desarrollo económico, que es la única vía para combatir la pobreza–. Esta decepción y este malestar social es oro molido para ese populismo que está a punto de apoderarse de nuestra Nación.

A mediados de 2016 se hacía la broma en el sentido de que el peor escenario sería Trump al frente del gobierno de Estados Unidos, y AMLO como presidente de México. Nadie creía que eso fuera a ocurrir. Hoy vemos que la pesadilla del peor escenario se ha realizado parcialmente, y está a punto de completarse. La otra pesadilla, igual o más horrible, es que México podría convertirse en una Venezuela. Mejor ni hablar.

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