Ricardo III es una de las tragedias que más impresionan de cuantas escribió William Shakespeare. El personaje Ricardo III es sinónimo de lo más bajo y ruin que se puede concebir: maldad pura, ambición sin medida. El cuerpo deforme y jorobado del monarca es una parodia de su fealdad interior. Junto a Ricardo III, Lady Macbeth parece una hermana de la caridad. The Tragedy of King Richard the Third, por William Shakespeare, finalizada alrededor de 1597, basada en un episodio de la historia de Inglaterra: ¿qué no escribiría el bardo si hubiese tenido a su alcance las terribles historias que se generan en nuestro país todos los días? ¿Se imaginan The Tragedy of Arthur Durazo, o The Tragedy of the lost Realm of Mexico? Sin duda una de las más grandes y trágicas de estas hipotéticas piezas teatrales sería The Tragedy of Javier Duarte.
Shakespeare nos presenta a un Ricardo que tiene en la mente convertirse en monarca y ejercer el poder total, no importa por encima de quién tenga que pasar. Pondrá en práctica un plan lleno de fraude, sexo, traición, asesinato y arbitrariedad. Al final, el conde de Richmond (futuro Enrique VII, padre del famoso Enrique VIII) lo vencerá y lo matará. Así que, después de todo, el final no es tan desolador: se hace justicia.
Javier Duarte es una especie de Ricardo III mexicano, región IV, diríamos: un hombre que piensa que puede atropellar a cualquiera y hacer lo que sea para amasar poder y riqueza. Su físico (no me refiero a su obesidad, sino a sus gesticulaciones cínicas cuando es interpelado o cuestionado) parece una parodia de su maldad interior, de su indolencia. Ha sido capaz de lo indescriptible: se ha reído en la cara de una madre cuya hija fue secuestrada y muy probablemente ya esté muerta; se ha reído cada vez que un periodista desaparecía en Veracruz y al poco tiempo aparecía su cadáver; se ha reído del padre de familia que clamaba castigo a los violadores de su hija y que, de no ser por las redes sociales, habrían quedado impunes; se ha reído de la Procuraduría General de la República y de la Secretaría de Hacienda cuando salió del Estado, como Juan por su casa, a bordo de un helicóptero del gobierno con rumbo desconocido, una vez que supo de las órdenes de aprehensión que existían en su contra por delincuencia organizada y operación con recursos de procedencia ilícita (alguien le informó, pues no es que la PGR emita atentas cartas a la gente diciendo: “Querido ciudadano, le informamos que un juez federal ha ordenado su aprehensión inmediata”); se ha reído de todos, de su partido, de los veracruzanos; se ha reído hasta del Presidente Peña Nieto, quien al principio, no sé si ingenuamente, se refirió a él (y a Borge, ¡vaya dúo!) como esa cara del nuevo PRI, ese PRI joven, pujante y honesto que todos los mexicanos estábamos esperando. Yo no sé si Javier Duarte tenga un tick nervioso que le haga reír cuando se siente presionado, pero sé que su sonrisa cínica es más repulsiva que la deformidad de Ricardo III.
¿Qué son veintitrés millones de pesos para Javier Duarte? No son nada. Los deja como si nada en una de sus propiedades en la colonia del Valle de la Ciudad de México. ¿Qué son veintitrés millones de su caja chica si los comparamos con el desfalco patrimonial de más de treinta y cinco mil millones de pesos que ha sufrido Veracruz, un estado donde casi el sesenta por ciento de la población vive en pobreza? ¿Sabemos de lo que hablamos cuando decimos “treinta y cinco mil millones de pesos”? ¡Es un treinta y cinco seguido de nueve ceros! ¿Qué son veintitrés millones de pesos de su caja chica comparados con un treinta y cinco seguido de nueve ceros? ¿Qué son veintitrés millones de pesos al lado de los más de quinientos millones que fueron desviados a empresas fantasmas? Los fantasmas existen, al menos en Veracruz; y no son almas en pena, sino empresas ficticias a través de las cuales Javier Duarte desvió recursos públicos y amasó una fortuna increíble.
Pero más allá de cualquier consideración, más allá del dinero, más allá de los millones de veracruzanos que viven en pobreza; más allá de todo ello hay un crimen que no tiene nombre: un crimen peor que todos los anteriores. De ser cierta la acusación que ha formulado Miguel Ángel Yunes, Ricardo III sería un pobre e ingenuo aprendiz junto a Javier Duarte: la aplicación de tratamientos y medicamentos falsos a niños enfermos de cáncer. Sí: niños que viven en pobreza extrema, que tienen cáncer, que están sufriendo dolor, y que tienen la esperanza de curarse. ¿Podemos imaginar alguien más vulnerable e indefenso que un niño en pobreza extrema que tiene cáncer? ¿Es posible concebir que alguien tenga el alma tan corrupta y podrida que sea capaz de aplicar medicamentos falsos a enfermos graves, con tal de “transarse” un dinero”? ¿Para qué quiere ese alguien tal dinero? ¿Para comprarse una pick up y manejarla por el Estado mientras escucha música de banda? ¿Para tener a las mujeres más voluptuosas de la región? ¿Para fumar un habano mientras bebe Royal Salute y ve la puesta del sol en Boca del Río? ¿Eso es lo que vale la vida de los niños con cáncer?
Me imagino una conversación entre los artífices de esta infamia:
–Mira, esos mil millones los agarramos de salud…
–¿De dónde, en concreto?
–No sé. Para eso eres el de las finanzas, ¿no? Y me los pones en esa empresa…
–Como digas, jefe…
–Y ya sabes: cuando nos vengan a chingar los de Hacienda, restituyes la feria de otro lado, y la volvemos a sacar…
–Va. Solo quiero señalarte que escarbar de salud está complicado. Nos va a armar un pancho la gente…
–A ver, a ver: ¿a quién se le ocurre una solución? Tenemos que agarrar la lana de donde no nos vayan a estar jodiendo…
No faltó el genio:
–Jefe, vamos a justificarlo con las quimios. Total, de todos modos se van a morir…
Me imagino las carcajadas obscenas de los presentes. Seguramente esa noche todos bebieron Royal Salute. El jefe no. El Royal Salute es para los subordinados y se consigue hasta en Superama. El jefe bebió Balvenie 50 Year Old. ¿Qué son treinta mil dólares de una botella de buen whisky comparados con un treinta y cinco seguido de nueve ceros?
Al final de Ricardo III brilla la justicia. Quizá después de tanta sangre ese brillo parezca pálido: el tirano ha muerto y ha dejado tras de sí un camino sembrado de traición y violencia; pero vienen tiempos mejores para el reino. Yo no sé si en la tragedia de Veracruz (que no de Javier Duarte –quise ajustarme a la nomenclatura del corpus shakesperiano) al final brille la justicia. Ojalá que sí, y que sea pronto. No exagero si afirmo que los tratamientos falsos a niños con cáncer en Veracruz es un asunto que desborda a las instituciones mexicanas; creo que debería sustanciarse en la Corte Penal Internacional.
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