El 4 de junio de 2017 podría ser la fecha de defunción de los gobernadores priístas. Ese día, Alfredo del Mazo y Miguel Ángel Riquelme ganaron las gubernaturas del Estado de México y Coahuila. En su momento escribí que ellos dos podrían ser las últimas personas en ganar una elección a gobernador por parte del Partido Revolucionario Institucional, y hubo gente que se molestó mucho por el comentario.
Ganar el Estado de México era vital para el PRI, porque creían que ganando ese Estado ganarían las elecciones de 2018. Pero se equivocaron: si el 4 de junio de 2017 marcó la extinción de los gobernadores priístas, el 1 de julio de 2018 se firmó el acta de defunción del Revolucionario Institucional. El mismo Peña Nieto lo dijo unas semanas después de la elección: «El Partido Revolucionario Institucional debería cambiar de nombre y de esencia, si conserva los mismos apellidos, entonces no funciona.»
El desprestigio del PRI es y ha sido mayúsculo. Aunque en todos los sexenios del PRI hubo corrupción, derroche y expolio por parte del gobierno, el sexenio de Enrique Peña Nieto llevó las cosas al paroxismo. Después de doce años en la presidencia, el PAN acabó desgastado y desprestigiado. Así que no había opción para la mayoría de los electores, y eso lo supo muy bien capitalizar López Obrador.
El “Nuevo PRI” tuvo la oportunidad histórica de volver a Los Pinos. Si hubiera hecho las cosas bien, si hubiera mitigado la corrupción y hubiese gobernado con un espíritu social, el PRI habría sido mucho más competitivo en la elección de 2018. Pero lejos de eso, el “Nuevo PRI” resultó ser mucho más pérfido y corrupto que cualquier otro gobierno. No faltó quien equiparó a Peña Nieto en estulticia y traición con Antonio López de Santa Anna. Cuando el ciudadano común escucha la expresión “Nuevo PRI”, de inmediato siente un rechazo, casi una repulsión (claro, los neo-priístas aplauden, pero cada vez son menos). Y si a ello sumamos la muy vil estrategia de Peña Nieto (et alii: Aurelio Nuño, Enrique Ochoa, el mismo Meade, que tuvo que asentir, y toda la plana mayor del equipo de campaña) de golpear a Ricardo Anaya con una acusación falsa al principio, cuando la brecha con López Obrador no era insalvable, tenemos todo el derecho a decir que, en buena medida, fue gracias al PRI que ganó AMLO (claro, AMLO tiene méritos propios). Ser priísta implicó apoyar a Morena y a AMLO, aunque no se haya sido consciente de ello. El PRI se buscó a pulso su caída y desaparición.
Esta semana, los gobernadores priístas se reunieron con el presidente López Obrador para respaldarlo en la cuestión del INSABI. Mientras los gobernadores panistas se desmarcaron y pusieron en duda la implementación del INSABI en sus Estados, los gobernadores priístas corrieron a rendir homenaje al presidente y a manifestarle un apoyo, digamos, casi incondicional. Hay una foto que se publicó a propósito de esa reunión. En esa foto aparecen todos los gobernadores del PRI, con excepción de la sonorense Claudia Pavlovich, quien, se dijo, no acudió por motivos de salud. Esta foto podría ser historia pura, porque los individuos que en ella aparecen bien pudieran ser los últimos gobernadores priístas en la Historia mexicana.
Véalos bien. De izquierda a derecha: Omar Fayad (Hidalgo), Carlos Miguel Aysa (Campeche), Marco Antonio Mena (Tlaxcala), José Ignacio Peralta (Colima), Héctor Astudillo (Guerrero), Quirino Ordaz (Sinaloa), el presidente AMLO (él no cuenta como gobernante priísta –no dark sarcasm in the classroom–, aunque el PRI es su origen), Alfredo del Mazo (Estado de México), Alejandro Murat (Oaxaca), Miguel Ángel Riquelme (Coahuila), Juan Manuel Carreras (San Luis Potosí) y Alejandro Tello (Zacatecas).
Muy entusiasmado, Omar Fayad declaró al finalizar la reunión: «Total y absoluto respaldo político a las medidas y políticas públicas en materia de salud para el tema del INSABI que nos está comentando el Presidente de la República, nosotros estamos de acuerdo. Todos los gobernadores priístas, nosotros estamos listos para cuando les pase la firma el INSABI, si es de aquí al día 30 estamos listos y de acuerdo en las medidas que adopte el gobierno federal.»
También con alegría y determinación, el otrora enemigo en EdoMex, Alfredo del Mazo, dijo: «Manifestamos nuestro respaldo al Presidente para trabajar de la mano en el proyecto de salud que ha planteado con la salud universal, con la gratuidad del sistema de salud y en donde se ofrezca medicamentos gratuitos, infraestructura adecuada, médicos necesarios y suficientes.»
Los otros nueve gobernadores del PRI se sumaron al júbilo de Fayad y del Mazo y se tomaron la que será –si no es que ya lo es–, una foto legendaria. Los once gobernadores salieron muy contentos y complacidos, respaldando al presidente en uno de los asuntos más delicados y con resultados más pobres en lo que va de la administración: el sistema de sanidad pública.
De los doce gobernadores priístas que quedan, los últimos en asumir el cargo, y por ende, los últimos en terminarlo, son del Mazo y Riquelme. Del Mazo termina el último minuto del día 14 de septiembre de 2023; Riquelme sale el 30 de noviembre, también de 2023. Según mis proyecciones, de aquí a septiembre y noviembre de 2023 es el tiempo que le queda de vida a esa especie de animales políticos que tanto daño han causado al país: los gobernadores priístas. Y voy a explicar brevemente las razones.
Llámese PAN, Morena, PRI o el que usted diga, todo partido político es expansivo, como el cristianismo o como el islam. De lo que se trata es de ganar tantas posiciones como sea posible. Y esto no tiene nada de malo, es connatural a la esencia de un partido. Imagínese un partido que no quisiera crecer ni ganar posiciones. Imposible. En la medida en que un partido va conquistando escaños legislativos (federales y estatales), gubernaturas y presidencias municipales, se fortalece y, de conformidad con las leyes mexicanas, recibe mayor presupuesto. Así que si AMLO y Morena quieren ganar absolutamente todo y están trabajando arduamente en ello, no hay absolutamente nada que reprochar. Y a juzgar por lo que ha sucedido hasta el momento, ninguna otra fuerza política está teniendo la clase de éxito del lopezobradorismo. Esto duele mucho a la oposición, que se siente abatida e impotente. Y en esa frustración, la oposición piensa que no sólo ella, sino el país entero están siendo ultrajados y que todo se encamina a un régimen totalitario alla Mao o al estilo Cuba-Venezuela. Esto es imposible dada nuestra relación con Estados Unidos. Pero ese es otro tema.
AMLO quiere las gubernaturas de los Estados gobernados por la oposición. De aquí a 2021 habrá al menos catorce elecciones a gobernador, quizá quince, si la Suprema Corte determina que el periodo de Bonilla en Baja California es de dos años y no de cinco. Es muy probable que Morena gane todos los estados en donde actualmente gobierna el PRI: Colima, Guerrero, Sinaloa, San Luis Potosí, Sonora, Tlaxcala, Zacatecas y Campeche. Puedo asegurar como un hecho que Morena arrebatará al PRD la única gubernatura que le queda: Michoacán. Con lo que Morena ganará en perjuicio del PRI y del PRD, podría sumar nueve gubernaturas a las siete que ya tiene (Ciudad de México, Chiapas, Morelos, Tabasco, Veracruz, Baja California y Puebla). Y bien podría cantar victoria en Nuevo León con Tatiana Clouthier como candidata, con lo cual, para el segundo semestre de 2021, Morena tendría bajo su poder hasta diecisiete Estados. Nada mal para un partido que estaría cumpliendo apenas siete años de existencia (se fundó en julio de 2014). Baso estas predicciones en el inédito crecimiento que ha experimentado Morena en las legislaturas estatales. Hoy en día, Morena tiene siete gobernadores, pero controla tranquilamente unas diecinueve o veinte legislaturas en los Estados. Sé que para los opositores recalcitrantes de AMLO estas líneas son inverosímiles y malintencionadas, y ese es precisamente el problema del grueso de la oposición: todavía no despiertan de sus ensueños, son incapaces de ver ni de aceptar la realidad.
El PAN será más competitivo –los gobernadores de ese partido no están en peligro de extinción–, aunque es muy factible que pierda Baja California Sur. Claro, lo perdería a manos de Morena, no del PRI, y entonces podrían ser dieciocho los gobernadores morenistas. Es factible que el PAN retenga Chihuahua, Querétaro y Nayarit, pero no debe dormirse en sus laureles porque podría llevarse una fea sorpresa, especialmente en Chihuahua, Estado cuyo Congreso, conformado por 33 legisladores, está divido a partes iguales entre el PAN y sus aliados (13 diputados) y Morena y aliados (13 diputados). Los otros 7 diputados están repartidos entre el PRI, el Verde y Alianza Social, y ya se vio que la tendencia de la “chiquillada”, incluido el PRI, es someterse a Morena.
Es difícil que algún priísta gane una elección a gobernador. Lo más probable es que pierdan todas. No lo digo por animadversión, como algunos supondrán, sino basado en la evidencia. Los gobernadores priístas son una especie, no en peligro de extinción, sino ya en extinción. Del Mazo y Riquelme serán los últimos gobernadores del otrora omnipotente Partido Revolucionario Institucional, así como Peña Nieto fue su último presidente.
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