«Dejad que los niños se acerquen a mí», Mateo 19, 14; Marcos 10, 14.
Desde hace mucho tiempo, quizá demasiado, no hay un solo mes sin que surja alguna noticia sobre un abuso sexual o violación cometido por un sacerdote católico en contra de un menor de edad. No únicamente en México, sino, por desgracia, en dondequiera que la Iglesia Católica tiene presencia. ¿Por qué?
Este comportamiento no es nuevo. Está documentado desde siempre: 1) los sacerdotes católicos –no todos, claro, pero sí un inquietante número– tienden a saciar sus impulsos sexuales en los niños de su entorno: feligreses, acólitos, educandos, casi siempre varones; y 2) sus superiores jerárquicos –tampoco todos, pero sí muchos– tienden a encubrirlos.
¿Por qué? ¿A qué se deben estas actitudes? No estamos hablando de casos aislados –qué más quisiéramos–, sino de agresiones y encubrimientos sistemáticos y a gran escala. Sé que estas perversiones pueden darse en muchos ámbitos –por aquello que dicen los ultracatólicos: que esto no es exclusivo de la Iglesia, que también en otras religiones pasa, como si eso aligerara la culpa–, pero yo me voy a referir a la más notoria e indignante: la de los sacerdotes católicos. Es la más notoria, porque los casos de pederastia han manchado a la mismísima Santa Sede: no se trata del párroco de un pueblo perdido en la sierra, sino de prelados a nivel de obispos y cardenales; miles de victimarios, decenas de miles de víctimas. Y la más indignante, porque estos sacerdotes se valen de su ministerio –que, según ellos, es de naturaleza sagrada y fue instituido por el mismo Jesucristo– para saciar su concupiscencia.
Ahora mismo, el cardenal australiano George Pell está siendo acusado de graves y numerosas ofensas sexuales y ha sido llamado a comparecer ante un tribunal de Melbourne el 18 de julio. El cardenal Pell no es un cardenal cualquiera: es el ministro católico de más alto rango en Australia y es el encargado de las finanzas de El Vaticano. Es uno de los hombres más poderosos que existen en el mundo católico. Para efectos prácticos, sobre él sólo está el Sumo Pontífice… y Dios. Estamos hablando de un sacerdote que está en la cúspide del poder en la Santa Sede y que maneja millones de euros. Como siempre, Pell clama inocencia y dice que demostrará –él y su súper equipo de abogados– que todas esas acusaciones que pesan en su contra son falsas. Y digo «como siempre», porque eso mismo han dicho otros prelados que han estado en circunstancias similares. Veamos:
- El cardenal Hans Hermann Gröer siempre dijo que era inocente, pero tuvo que renunciar como máximo jerarca de la iglesia austríaca después de severas acusaciones de abuso infantil en 1995. Fue algo tan escandaloso que la Santa Sede le dio la espalda.
- Bélgica fue sacudida al revelarse la violación y abuso sexual por parte de sacerdotes de las principales diócesis: Bruselas, Antwerp, Brujas, Gante, Lieja, etcétera; sacerdotes que dijeron en todo momento que eran inocentes. Cientos de casos, no solo de pedofilia, sino también de pornografía infantil.
- En Alemania, desde 1995 a la fecha decenas de sacerdotes católicos han sido procesados por crímenes sexuales contra menores. Claro, siempre dicen: soy inocente. Particularmente triste es el caso del sacerdote Peter Hullermann, quien ha sido acusado, desde los años ochenta, de múltiples ofensas sexuales contra menores, varones, para no variar. Sin embargo se las arregló para seguir ministrando el culto: siendo arzobispo de Munich, Joseph Ratzinger simplemente lo transfirió a otra demarcación –la transferencia a otra diócesis es parte del modus operandi de los encubridores–. En las diócesis de Berlín, Freiburgo y Regensburgo hubo casos similares: sacerdotes que abusaron de cientos de niños.
- El escándalo de la Arquidiócesis de Boston es monumental, en el peor sentido de la palabra, y los esfuerzos del entonces cardenal Bernard Francis Law fueron épicos, también en el mal sentido del término, para encubrirlo. Estamos hablando de cientos de abusos sexuales: siempre el mismo patrón: sacerdotes victimando menores, casi siempre varones. En 2011 el cardenal O’Malley fue forzado a publicar una lista de 159 sacerdotes de la arquidiócesis que fueron acusados de abuso sexual y violación.
- En la arquidiócesis de Los Ángeles se cuentan, en las últimas tres décadas, al menos 581 víctimas de abuso sexual y violación por parte de sacerdotes. La arquidiócesis a la fecha ha pagado más de 600 millones de dólares en indemnizaciones. Así que nos son víctimas imaginarias, sino reales, que en los tribunales han ganado dichas indemnizaciones.
- En México tuvimos nuestro propio escándalo con el padre Maciel. También él decía que era inocente; es más, la sola sospecha indignaba a toda su congregación. El cardenal Norberto y el mismo Pontífice le creyeron, hasta que su imperio de maldad se resquebrajó y la verdad fue conocida por el mundo entero. Desgraciadamente el caso del padre Maciel no es el único: hay muchos más.
Podría yo decir –aunque no es bueno generalizar– que no hay país con presencia católica sin escándalos de esta naturaleza: sacerdotes que abusan sexualmente y violan niños: Francia, Inglaterra, Italia, Irlanda, Malta, Holanda, Polonia, Noruega, Eslovenia, España, Suecia. En América ni se diga: Estados Unidos, México, Argentina, Canadá, Brasil, Chile, Perú. Y también Australia, Nueva Zelanda, Filipinas y numerosas naciones africanas. Hay que aceptarlo: los sacerdotes católicos tienen un serio y grave problema sexual –no todos, insisto, pero sí muchos–. Si no lo reconocen, están perdidos. Esta propensión sin duda es un feo síntoma de una enfermedad que probablemente esté aquejando a toda la jerarquía eclesiástica y a la Iglesia en general.
¿Hay algo en la formación que inclina a los sacerdotes a estas conductas sexuales? ¿Será el extremo rigor? Orígenes, padre de la iglesia, se castró luego de interpretar literalmente un pasaje bíblico que a continuación citaré. Los sacerdotes de hoy no tienen el arrojo de Orígenes.
Por un lado, el mismo Cristo dijo que si nuestro ojo o nuestra mano son ocasión de pecado, mejor sacarnos los ojos o cortarnos la mano que perder el reino de los cielos: «Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala y échala de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno» (Mateo 5, 30). Esta es palabra de Dios, pero parece que a los sacerdotes pederastas les tiene sin cuidado, porque, por otro lado, basta el sincero arrepentimiento y un genuino acto de contrición para alcanzar el perdón y por ende la salvación, sin importar una vida entera en el crimen y en la maldad.
No deja de sorprender la constante en la figura de las víctimas: una amplia mayoría son niños y varones. Claro que también las mujeres han sido víctimas, pero no deja de llamar la atención esa tendencia de atacar sexualmente a los del propio sexo: es decir, la preferencia es homosexual, hecho que los sacerdotes critican y condenan con vehemencia: les parece peor la homosexualidad (simple preferencia sexual) que la pedofilia (verdadero delito), en sus modalidades de abuso sexual, violación, violación equiparada, corrupción de personas y trata. Increíble incongruencia.
Vamos a ver qué pasa con las acusaciones en Australia contra el cardenal Pell. Ojalá que la Santa Sede no utilice su maquinaria de impunidad. Sería lamentable. Lo que sí podría yo asegurar desde ahora es que 1) el cardenal Pell, como príncipe de la iglesia que es, viajará en primera clase, a diferencia de Jesús, a quien supuestamente imita, que caminaba o viajaba en un burrito; y 2) que el cardenal estará asistido por un equipo de abogados, los mejores que el dinero puede pagar, a diferencia de Jesús, a quien –insisto– supuestamente imita, que enfrentó su juicio absolutamente solo. ¿Y quién paga todo? Eso no es problema si uno es el encargado de finanzas de El Vaticano. Lo pagamos todos los fieles.
¿Será que los sacerdotes han dado el más abyecto sentido a las palabras de Jesús, a quien, por encima de todo, pretender imitar? ¿Qué dijo Jesús? «Dejad que los niños se acerquen a mí; no se los impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos». Quizá los sacerdotes pederastas quieren, en su torcido y pervertido entender, un pequeño adelanto de ese Reino.
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