Beatriz Gutiérrez Müller interpretó recientemente su propia versión de “El necio”, un conocido tema del cantautor cubano Silvio Rodríguez. El video fue publicado desde la página de Facebook y desde el canal YouTube de Andrés Manuel López, esposo de Beatriz. La canción está conquistando miles de views y likes, lo cual no me extraña porque es una buena canción, está muy bien interpretada y ha sido muy bien producida. Forma parte del documental “Este soy yo” que Epigmenio Ibarra realizó sobre Andrés Manuel López Obrador.
El vídeo está muy bien hecho y la grabación de audio –desde el arreglo musical, pasando por la toma de la voz e instrumentos, hasta la mezcla final y masterización– es de profesional nivel. La señora Beatriz Gutiérrez Müller tiene talento musical y eso nadie podría ponerlo en duda: no cualquiera entraría a tiempo en la frase del puente musical que dice “Yo me muero como viví”, en anacrusa, en un compás de 6/8 de tiempo ágil; ni cualquiera conservaría la afinación en esa escala descendente (fa#, mi, re, do#, si, sol, fa#, mi). La afinación es acertada y no percibo el uso ni el abuso del autotune, ese afinador electrónico que puso de moda Cher en los años 90 y que usan hoy en día prácticamente todos los cantantes en todos los géneros de la música popular para disfrazar desafinaciones y hacer que la voz suene a robot.
Silvio Rodríguez es uno de los máximos exponentes de la Nueva Trova, movimiento musical que surgió en Cuba y que ha exaltado a la Revolución y a la figura de Fidel Castro. Es un movimiento que ha tenido una gran proyección en América Latina y que ha inspirado a miles y miles de jóvenes, desde los años 60’s, que han visto en la poética de estos trovadores (canciones de protesta) un acicate revolucionario. Muchos de estos cantautores fueron proscritos por las dictaduras (Argentina, Chile, España, Nicaragua) y algunos de ellos sufrieron persecución y encarcelamiento.
De todos estos cantantes, quizá Silvio Rodríguez sea uno de los mejores. Sus letras son muy buenas, y para muestra “El necio”. La poética y la metáfora de sus canciones pueden alcanzar niveles sublimes y son testimonio de su inquebrantable compromiso con la Revolución Cubana. Cuando estos trovadores eran jóvenes, tuvieron un sueño –y también ahora que están en la tercera edad–: una América Latina bajo la égida del comunismo y sus próceres: Fidel y el Che Guevara; una América Latina emancipada de las garras del Imperio Yankee (el yankee por antonomasia es Lincoln; si supieran que Marx lo admiraba tanto). El sueño nunca se hizo realidad, pero la Poética de la Revolución ha sobrevivido hasta nuestros días y es el credo de quienes abrazan lo que hoy se conoce como el Proyecto Bolivariano: las Américas guiadas por Cuba y Venezuela. Algunos de estos románticos –por así llamarlos– son cercanos a López Obrador y saben que si México se convierte, sería líder indiscutible de esta nueva Revolución. El nombre de Andrés Manuel López Obrador brillaría con la intensidad de los nombres de Fidel Castro y del Che Guevara.
Pero volvamos a la canción. “El necio” tiene una estructura tripartita que me recuerda la dialéctica marxista (tesis, antítesis, síntesis). Silvio Rodríguez sabía perfectamente lo que hacía cuando la escribió:
- Tesis: La Tentación. El héroe revolucionario no teme a la amenaza; el poder intenta seducirlo.
- Antítesis: La Misión Salvífica. El héroe revolucionario tiene una misión redentora.
- Síntesis: El Sacrificio. El precio de la redención es la emasculación del héroe.
La tentación del poder: primera estrofa
Para no hacer de mi ícono pedazos,
para salvarme entre únicos e impares,
para cederme un lugar en su Parnaso,
para darme un rinconcito en sus altares,
me vienen a convidar a arrepentirme,
me vienen a convidar a que no pierda,
me vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda.
Exégesis:
Para evitar que difamen al héroe o salvador (hacer de su ícono pedazos), la tentación de los poderosos es ofrecerle un lugar entre los privilegiados (los únicos e impares), un lugar en su morada (Parnaso, morada del dios Apolo), para que esté junto a ellos, endiosado (un rinconcito en sus altares). Los poderosos –la mafia del poder, dirían– quieren doblegar al héroe y lo fuerzan a arrepentirse y a que renuncie a sus ideas (lo convidan a indefinirse); le ofrecen toda clase de promesas (lo van a convidar a tanta mierda). El héroe sabe que son promesas vanas.
Misión mesiánica: segunda estrofa
Yo quiero seguir jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un hijonuestro.
Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo partiré soñando travesuras,
acaso multiplicar panes y peces.
Exégesis:
El héroe revela su misión: la salvación del pueblo… y ha de cumplirla. A pesar de todo, el héroe revolucionario mantiene la esperanza (seguir jugando a lo perdido), se afirma a la izquierda y se decanta por los débiles y desposeídos (hacer un congreso del unido, rezar a fondo un hijonuestro –en vez de un padrenuestro: la religión es opio del pueblo). El héroe se erige como un mesías del caribe, un salvador cubano que obrará milagros (multiplicar panes y peces), a pesar de que la gente, como sucedió a Cristo, le dé la espalda y no sea digna de salvación (dirán que la gente es mala y no merece).
El sacrificio: tercera estrofa
Dicen que me arrastrarán por sobre rocas,
cuando la Revolución se venga abajo,
que machacarán mis manos y mi boca,
que me arrancarán los ojos y el badajo.
Será que la necedad parió conmigo,
la necedad de lo que hoy resulta necio:
la necedad de asumir al enemigo,
la necedad de vivir sin tener precio.
El héroe no rehúye a su destino, como Cristo, que bebió el cáliz y subió a la cruz. La inmolación del salvador es asumida con estoicismo soviético (es un decir, porque el estoicismo es una doctrina griega que surgió algunos siglos antes de Cristo), aún a riesgo de que la Revolución sea en vano (arrastrarán al héroe por sobre rocas cuando la revolución se venga abajo). El salvador será brutalmente torturado (machacarán sus manos y su boca, le sacarán los ojos y le cortarán el pene –me arrancarán los ojos y el badajo): lo emascularán. Pero este redentor del caribe, como un Cristo, un Sigfrido o un Parsifal, será vehemente, pues la necedad es su madre (la necedad parió conmigo): por eso vencerá todo obstáculo y será incorruptible (la necedad de asumir al enemigo, la necedad de vivir sin tener precio).
En el estribillo –que se canta después de cada estrofa– el héroe afirma su vehemencia:
Yo no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino,
yo me muero como viví.
* * * * *
Dialéctica revolucionaria un poco trasnochada, “El necio” fue publicada en 1992, cuando ya ni siquiera existía la Unión Soviética y Cuba se había quedado sin campeón –campeón en el sentido medieval: protector, defensor, el que da la cara por uno en combate personal o en ordalía–; de ahí que la segunda estrofa pregone “dirán que pasó de moda la locura”. Sea como sea, esta canción fue cuidadosamente elegida por el equipo de Epigmenio Ibarra; y él sabe muy bien lo que hace, por algo es uno de los fundadores de la productora Argos, una de las más exitosas desde hace casi tres décadas (el otro fundador es Carlos Payán, quien también es fundador de La Jornada). Beatriz Gutiérrez Müller es una persona muy cercana a Epigmenio Ibarra desde hace varios años: trabajó para él en Argos (¡qué chiquito es el mundo!). No cabe duda: con esta canción han vuelto a hacer una gran mancuerna.
No deja de ser irónico que para grabar este himno revolucionario –himno que suscribirían con regocijo todos los que anhelan el sueño bolivariano y quieren ver postrado a El Imperio– se haya empleado tecnología del enemigo y sus aliados, quizá por aquello de dar al adversario cucharada de su propio chocolate: la canción fue grabada con el sistema Pro Tools, made in USA, lo mismo que el ordenador Mac; se utilizó un precioso micrófono AKG de fabricación austriaca (y digo precioso porque conozco estos equipos y he trabajado con ellos, aunque podría ser también un exquisito Neumann alemán), unos audífonos alemanes marca Senheiser y otros marca Shure (los que utiliza AMLO), y un par de monitores Yamaha hechos en Japón. Como amante del vintage gear que soy, no puedo dejar de admirar el piano eléctrico Rhodes que es parte de la decoración en la sala de audio. Inspiración cubana-revolucionaria, tecnología del Imperio y sus secuaces.
* * * * *
El quid: La interpretación de Beatriz Gutiérrez Müller es muy buena, muy digna y muy respetable. Nada que ver con los intentos de Angélica Rivera (Nada es tan fácil), actual primera dama, o de Paulina López Portillo (Desilusión –desilusión la que se llevó México en el sexenio de su padre), hija de José López Portillo, quienes en un momento dado pensaron que tenían el talento y las conexiones suficientes para ser grandes cantantes. Y menciono a ellas tres, a propósito de cónyuges o familiares de quienes han sido presidentes –legítimos o constitucionales, como usted quiera–, y han desarrollado el arte del canto.
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