Alegoría del horror: el socavón del #PasoExpress

Platón era un maestro de la alegoría.

18 de julio, 2017

Platón era un maestro de la alegoría. Si uno de los temas que trataba resultaba muy complejo, el filósofo ateniense se valía de imágenes y metáforas para explicarlo.

La más famosa de sus alegorías es la de la caverna, con la cual explica su muy complicada teoría del conocimiento y su visión ontológica del mundo: Unos prisioneros yacen encadenados al fondo de una caverna, de tal modo que solo pueden mirar hacia la pared. En la pared, la luz proyecta las sombras de los objetos que están afuera de la caverna, y los prisioneros creen que esas sombras son la realidad. Un día, uno de ellos se libera y se asoma hacia la entrada de la caverna. Se da cuenta que allá fuera hay un mundo real y que todo ese tiempo han vivido engañados. Al principio queda cegado por la luz, pero conforme sus ojos se ajustan a la luminosidad, se maravilla de lo que ve. Tan emocionado está, que va con los otros prisioneros, narra lo que ha sucedido y los incita a liberarse. Los prisioneros se ríen al principio, pero, fastidiados e incrédulos, deciden matarlo.

La Alegoría de la Caverna –que aparece en el libro VI de “La República”– hace comprensible lo que de otra manera resultaría casi incomprensible. Quien ha tenido la oportunidad, por placer o por obligación, de estudiar la ontología, epistemología y política de Platón, se da cuenta del gran valor que suponen las alegorías y las metáforas: de repente todo queda claro; absolutamente claro; inquietantemente claro.

La tragedia del recién inaugurado paso express de la carretera a Acapulco es muestra de lo que acontece en nuestro país; y lo que está aconteciendo es francamente incomprensible, ya no digamos indignante e insoportable. Se han dicho muchas palabras al respecto, se han vertido ríos de tinta para hablar de la corrupción, se ha exhibido a los corruptos, pero el problema persiste; persiste más que la persistencia de la memoria.

La obra pública, que debería ser un motor de este país, fuente de progreso, bienestar, orgullo y riqueza, se ha convertido en una terrible pesadilla, como si no tuviéramos ya demasiados problemas (inseguridad, narcotráfico, marginación, corrupción gubernamental, desigualdad, injusticia, pobreza, rezagos educativos infranqueables, y un larguísimo etcétera). Hoy en día emprender una obra pública significa corrupción; significa que unos pocos saldrán brutalmente enriquecidos y que la obra costará mucho más de lo presupuestado, muchas veces más cara que si la hubiesen construido los mejores ingenieros alemanes con la mejor tecnología y maquinaria, cuando en realidad la obra se va a caer sola de mal hecha.

En lo que va del siglo, la obra pública se ha convertido en un cáncer tan mórbido como la delincuencia organizada. Con espanto vemos que no hay obra pública, estatal, federal o municipal, que no esté llena de vicios y desvíos, que no esté mal hecha y que no haya costado mucho, pero mucho más de lo que realmente vale: los segundos pisos del periférico, el circuito bicentenario, los puertos y aeropuertos, trenes suburbanos, carreteras, Estelas de Luz, hospitales, escuelas, oficinas de gobierno: todo, absolutamente todo, desde una banqueta en el municipio más recóndito del país, hasta el paso express de Cuernavaca. Estamos hablando de miles y miles de millones de pesos que no se usaron para el beneficio de México ni de sus habitantes; miles y miles de millones que no fueron motor para mover a México.

La tragedia del paso express de Cuernavaca supone una horrible mácula en el gobierno federal. Pero, ¿saben qué? Ruiz Esparza no va a renunciar, ni será destituido. Él se ha encargado de la obra pública desde la administración de Peña Nieto en el gobierno del Estado de México y ha sido el interlocutor con OHL, HIGA y todas las demás constructoras corruptas que han tenido tratos con el Estado de México y con el gobierno federal. Él ha sido el artífice de toda esta infamia.

Quizá no sea posible decir que Ruiz Esparza tiene responsabilidad subjetiva, en sentido penal; pero indudablemente él y la secretaría que encabeza tienen responsabilidad objetiva y moral –en sentido ético y jurídico–. Quiero ser claro y que esto no se preste a un equívoco: es muy difícil, desde el punto de vista jurídico, atribuir responsabilidad subjetiva a Gerardo Ruiz Esparza: nuca pisará la cárcel por el socavón del paso express. Pero eso no es óbice para sostener que el señor Ruiz Esparza tiene responsabilidad moral (de nuevo, en sentido ético y jurídico): la corrupción que él y su secretaría representan ha producido resultados mortales: ahora mismo, dos ciudadanos honrados –padre e hijo, que además pagaron las muy caras cuotas de peaje– están muertos. Fueron enterrados vivos. Ojalá que ni Ruiz Esparza, ni el presidente, ni los constructores, ni los altos funcionarios directamente involucrados en esta tragedia; ojalá nunca sufran, ni ellos ni sus familias, algo tan horrible como lo que provocaron.

Consideremos esta alegoría:

México es la carretera. El socavón es la corrupción. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes representa a los gobiernos: el federal, los estatales, los municipales. Las víctimas mortales son la ciudadanía.

Y para terminar, consideremos este colofón:

El presidente Peña Nieto ha ordenado que la SCT haga peritajes y que la Secretaría de la Función Pública realice una auditoría, para deslindar responsabilidades. Lo único que falta es que designen a Virgilio Andrade para encabezar una investigación exhaustiva.

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