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Autoría
Macarena González Portilla
Estudiante de doctorado en el Departamento de Psicobiología, Universitat de València
Marta M Rodriguez Arias
Catedrática de Universidad Departamento de Psicobiología, Universitat de València
Sandra Montagud Romero
Profesora Ayudante Doctora, Universitat de València
En mayor o menor medida, el
estrés forma parte de nuestra vida. En principio, esta afirmación no debería parecer un hecho que generara preocupación. Aunque la misma palabra haya adquirido una clara connotación negativa,
es una respuesta altamente adaptativa que prepara el organismo para reaccionar ante cualquier amenaza.
Cuando notamos el ritmo cardiaco acelerado, la respiración rápida, la atención focalizada y las manos sudorosas es porque la activación del eje hipotalámico-hipofisiario-adrenal (HPA) y el sistema simpático han preparado al
cuerpo para luchar o huir.
Las consecuencias negativas del estrés aparecen cuando se mantiene durante largos periodos de tiempo y el estado de alerta se cronifica. Desgraciadamente, este patrón de respuesta es muy frecuente en nuestra vida cotidiana. La extraordinaria capacidad cognitiva del ser humano permite que seamos capaces de anticipar y preocuparnos (incluso más que ocuparnos) de infinidad de posibles amenazas.
Tradicionalmente, el foco de la investigación se ha centrado en estudiar las consecuencias negativas del estrés en aquellos individuos que lo padecen. Sin embargo, son muy pocos los trabajos que evalúen los posibles efectos que inducen estrés en los sujetos que son solo testigos de la situación.
Te puede interesar:
Testigos del sufrimiento ajeno
Para estudiar este fenómeno, los investigadores suelen utilizar pruebas como
el test de estrés social de Trier (TSST), donde el participante debe realizar tareas que son percibidas como estresantes por la mayoría de la población.
El voluntario tiene que preparar una pequeña presentación oral en el contexto de una entrevista laboral. Para ello se le proporciona una hoja que luego se le retira repentinamente. Durante toda esta exposición, los supuestos jueces permanecen con caras inexpresivas. Al final, la prueba incluye una tarea sorpresa que consiste en una serie de ejercicios de aritmética mental.
Como es de esperar, el test induce una respuesta de estrés que se ve reflejada en varios marcadores fisiológicos: incremento de la tasa cardíaca, sudoración, aumento de los niveles de hormonas del estrés (cortisol), etc.
Las investigaciones recientes muestran que cuando una persona observa al participante del TSST pasar por esta odisea de pruebas, experimenta una respuesta bastante similar a la del sujeto que hace la prueba. Es decir, no solo sufrimos por nuestro propio estrés, sino que también nos vemos afectados por el que pasan los demás.
Sin duda, ser capaz de sentir en carne propia el sufrimiento ajeno tiene un claro significado evolutivo, ya que puede resultar una estrategia muy ventajosa a la hora de aprender a evitar posibles peligros y conductas que nos perjudiquen. Entendemos mucho mejor ahora el refrán popular que afirma “cuando las barbas del vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”.
Ratones angustiados por la derrota de un congénere
El estrés vicario no es un fenómeno exclusivo del ser humano.
Estudios iniciales mostraron que cuando los ratones observan un encuentro agresivo con un congénere, presentan conductas típicas de congelamiento. Curiosamente, son mucho más marcadas si el sujeto está socialmente relacionado con ellos (compañero de jaula, miembro de la misma camada, etc).
Investigaciones más recientes han demostrado que presenciar una confrontación entre dos roedores macho por la dominación de un territorio induce en los testigos una respuesta completa del sistema simpático y del eje HPA. Es decir, también los ratones sufren estrés tras presenciar la derrota de otro ratón y experimentan algunos de sus efectos adversos.
Al igual que los machos vencidos físicamente, los roedores testigos de esa derrota social presentan una disminución de la interacción social, un incremento en la ansiedad, conductas depresivas y sufren de forma más intensa los efectos reforzantes de las drogas como el alcohol o la cocaína. Incluso se observó que experimentaban un perfil inflamatorio semejante al de los ratones estresados.
Estos hallazgos son muy relevantes para el estudio y tratamiento de trastornos,
como la obesidad, las adicciones y
diversas enfermedades mentales, en las que el estrés es el mayor factor de riesgo.
La sociedad debe comprender que no solo las víctimas directas reciben el impacto negativo del estrés.
Los refugiados de guerra, los compañeros de una víctima de
acoso escolar o los hijos de una pareja en la que se ejerce
violencia de género presencian situaciones muy angustiosas que pueden tener un fuerte impacto en su desarrollo psicológico y emocional.
Te puede interesar:
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string(3957) "La vida fértil de la mujer disminuye con el paso del tiempo. Las mujeres nacen con un determinado número de óvulos cuya eficacia de generar un embarazo va disminuyendo con la edad. Teniendo en cuenta esta realidad biológica
¿Cúal es la mejor edad para quedar embarazada?
Para responder esta pregunta debemos tener en cuenta distintos puntos de vista. En primer lugar cuál edad es óptima para la mujer; cuál es la edad óptima para el desarrollo del embarazo y sus posibles complicaciones y, por último, cuál es la edad óptima desde el punto de vista de la salud reproductiva.
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Autismo, TDAH, dislexia… La importancia de diagnosticar los trastornos del aprendizaje (ruizhealytimes.com)
Atendiendo al primer punto, evidentemente, será la edad en que la mujer haya adquirido la suficiente madurez, tanto personal como laboral, para afrontar la experiencia de tener un hijo (con las consecuencias que ello supone).
Con respecto al segundo punto, la edad ideal desde el punto de vista estrictamente obstétrico, es entre los 20 y los 30 años, edad en la que el organismo está preparado para asumir la sobrecarga metabólica y cardiovascular que un embarazo supone para afrontarlo con los menores riesgos posibles.
Por debajo de los 20 años el organismo materno aún está adquiriendo madurez biológica y, por tanto, embarazos por debajo de esta edad se asocian con mayor riesgo de morbimortalidad materna y neonatal (como consecuencias de trastornos hipertensivos, mayor tasa de prematuridad y crecimiento intrauterino retardado). Por encima de los 40 años existe una mayor dificultad de asumir la sobrecarga metabólica que supone un embarazo y por tanto existe mayor riesgo de complicaciones, sin olvidar que aumenta en esta edad la incidencia de trastornos cromosómicos.
Con respecto al momento óptimo de fertilidad de una mujer, éste se sitúa a los 20 años, decreciendo paulatinamente la tasa de fecundidad propia a partir de este momento, con un primer escalón de descenso de fertilidad a los 35 años y otro más importante a partir de los 40 años.
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En resumen, teniendo en cuenta todos los puntos de vista, debemos recomendar evitar el embarazo por debajo de los 20 años (educación sexual adecuada a los adolescentes para afrontar las relaciones sexuales con responsabilidad) y, en caso de deseo de retrasar el momento de embarazo por encima de los 30 años, recurrir a la crioconservación de ovocitos, para conservar la tasa de fertilidad con el paso de los años y poder dedicarse a adquirir la madurez personal y profesional deseada.
Las circunstancias sociales hacen que cada vez más mujeres decidan retrasar la
maternidad por encima de los 40. Nosotros, como profesinales, no desaconsejamos el embarazo, pero si nos gusta informar a nuestras pacientes de que hay una clase de situaciones con las que se puede encontrar. En EGOM disponemos de una
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Egom
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Autoría
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En mayor o menor medida, el
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Cuando notamos el ritmo cardiaco acelerado, la respiración rápida, la atención focalizada y las manos sudorosas es porque la activación del eje hipotalámico-hipofisiario-adrenal (HPA) y el sistema simpático han preparado al
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Testigos del sufrimiento ajeno
Para estudiar este fenómeno, los investigadores suelen utilizar pruebas como
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Ratones angustiados por la derrota de un congénere
El estrés vicario no es un fenómeno exclusivo del ser humano.
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