La muerte de Umberto Eco, la semana pasada, ha dado mucho de que hablar en distintos medios que reconocen a cabalidad la valía de este extraordinario, filósofo, escritor y semiólogo italiano, pilar fundamental de la academia en las disciplinas vinculadas con los sistemas de signos.
Muy a pesar de que uno de sus textos es esencial para quienes estudian comunicación y filosofía, su lamentable deceso pasó inadvertido para muchas universidades.
A Eco, el público más amplio lo conoce por la película El nombre de la Rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986), basada en su novela homónima, que generó también el videojuego La abadía del crimen. Además de la obra ya citada, escribió otras seis novelas: El péndulo de Foucault, La isla del día de antes, Baudolino, La misteriosa llama de la Reina Loana, El cementerio de Praga y Número cero. Aunque en prácticamente todas sus novelas está implícita la influencia de su disciplina como teórico, en tres, a mi juicio esa presencia es más clara: El nombre de la rosa, que tiene elementos de thriller y novela histórica y en donde uno de los elementos esenciales del relato es la segunda parte de la Poética de Aristóteles y en donde se expresan conceptos sobre la humildad clerical y la risa como un aspecto negativo del hombre.
Otra es La misteriosa llama de la Reina Loana, en donde la pérdida de la memoria se vincula a los medios de comunicación y productos de la cultura popular como el cómic, como anclaje de la formación de la edad temprana y la personalidad del personaje en particular, pero de la condición humana en general.
Número cero, cuya trama, un tanto paródica, gira en torno al periodismo y un hipotético y siempre en proyecto Domani, un diario que se estima utilizar para chantajear a personajes encumbrados o de la política. Es una obra en la que utiliza algunos de los conceptos sobre la objetividad pretendida del periodismo, la ética y el profesionalismo de esta actividad informativa, conceptos que ya habían sido publicados, en forma de libro, en Cinco escritos morales (Lumen, 1997).
Como incontrolable defensor de las ideas y el pensamiento, mostró sus reservas a proyectos como la Wikipedia, lo mismo que a las redes sociales. Sobre estas última llegó a decir que dichos recursos tecnológicos generaron una invasión de imbéciles, al tiempo que permitieron hablar a multitudes de idiotas.
Aún con la defensa a ultranza de la libertad de expresión, podemos considerar que en este último asunto hay algo de razón.
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