Una de las figuras políticas que esta semana estuvo muy solicitada y citada en los medios, fue Margarita Zavala a raíz de una encuesta publicada por un diario de circulación nacional, en donde salió bien posicionada como aspirante a la presidencia de nuestro país, en el 2018.
En las diversas entrevistas que concedió a los medios, aseguró que estará en la boleta electoral sea por el PAN o como candidata independiente. No le resto méritos personales o menosprecio su carreta política, pero hay un tema que para mí la alcanza negativamente, en la construcción del país con aspiraciones verdaderamente democráticas como el nuestro, y que es el ejercicio del poder por herencia o lazos de sangre.
En el Poder Legislativo es muy común el tráfico de influencia que han ejercido personajes de la política, para darles una curul a sus descendientes, como Amalia García o Elba Ester Gordillo, por citar dos ejemplos. Los hermanos Moreira, en Coahuila, e históricamente en Michoacán tenemos el caso de los linajes gubernativos con los Cárdenas: Lázaro, Dámaso (hermanos), Cuauhtémoc y Lázaro, abarcando tres generaciones. En estos y en otros casos el velo de la legalidad se puede invocar y sí, el ejercicio del poder tiene bases jurídicas que lo sustentan, pero han demostrado que van en contra de los principios democráticos, más bien caracterizado por cacicazgos y prebendas de familia.
Los coqueteos de perpetuarse en el poder presidencial han sido varios. Desde la “exploración” que se dice hizo Carlos Salinas para su reelección, pasando por la pretendida candidatura de Martha Sahagún y la tres veces candidatura de Cárdenas Solórzano al gobierno federal.
La endogamia política, como la biológica, es negativa al no permitir la incorporación de genes nuevos al sistema de que se trate, y así como en las monarquías hay una lista de aspirantes al trono, en las democracias deberían existir candados que limiten la concepción del ejército del poder como algo que se hereda y a lo que se tiene derecho sólo por los lazos de familia.
Cierto, los procesos electorales hacen legítimo el acceso al poder de los personajes que se encuentran en esos supuestos, pero el asunto trasciende ese escenario. El tema es más de fondo.
Desde la selección de candidatos en los partidos, pesan diferente los apellidos Zavala y Cárdenas, en el PAN y en el PRD, respectivamente, frente a otros como Anaya y Mancera, y aunque se sabe que Cuauhtémoc Cárdenas no será el candidato (pues ya no pertenece a ese partido), ejemplifica cómo las castas divinas adquieren “carta de naturalización” en los partido y, por qué no decirlo, en el imaginario político y colectivo.
La cosa pública no incumbe sólo a las familias que se han adueñado del poder, sino a la colectividad. Como país debemos considerar la constante renovación de los cuadros de dirección de juego político. El ejercicio democrático del poder debe considerar la necesidad de tener las condiciones de generar nuevos actores, mientras que aquellos que han ejercido el poder, sobre todo el ejecutivo, puedan jugar un papel menos protagónico y definitorio, en la perpetuación de los cuadros que hacen política.
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