¿Con cuánta gente nos cruzamos diariamente, en las calles, en los centros de trabajo, en las tiendas? Pocas veces reparamos en conocer a nuestros vecinos más cercanos y mucho menos a saber sus historias.
Como fanática irredenta de la comida del mar que soy, tengo a mi “Marchante” especializado en el Mercado de Coyoacán. Todas las semanas tenemos una charla sobre los pescados de temporada y lo más que hemos profundizado ha sido sobre los beneficios del Omega 3 para el cerebro.
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Hoy en un volteón brusco de él y mi natural distracción, le pase el carrito de la compra por encima de un pie, de verdad creí que no había dejado gravemente lastimado, ya traía yo toda la compra de la semana.
Le ofrecí cientos de disculpas y me ocupé ver que se sentara y observarlo para en todo caso acompañarlo a alguna clínica a que lo revisaran. Don Antelmo es un hombre de menuda complexión, piel morena y cana cabellera, su trato siempre amable y su mirada suave pero profunda. Afortunadamente no le rompí ningún hueso y después del incidente nos quedamos conversando un buen rato. ¿Cuántas historias puede contar la persona que tenemos al lado sin que lo Imaginemos siquiera?
Don Antelmo Durán es un hombre de 87 años, jamás se los podría haber calculado, no solo lo veo siempre trabajando al frente de su pescadería, no usa calculadora para hacer las cuentas ni anteojos, tiene una piel muy bien conservada y en general toda su apariencia es sana y vigorosa. Él dice que porque su alimentación se basa principalmente en comida del mar y porque nunca ha dejado de trabajar.
Originario de Tlaxcala, llegó a la Ciudad de México a los 9 años, buscando a un especialista que sanara a su padre, algo que no ocurrió. Fue por eso que su madre y hermanos se vieron en la necesidad de hacer todo tipo de trabajos para subsistir. Él entró al principio como ayudante y mandadero en el Mercado viejo, el que estaba en el gimnasio cerca del centro de Coyoacán y que ahora es ring de box. En todas los anecdotarios del barrio siempre te cuentan que anteriormente allí era el Mercado al que iban Frida y Diego. Más adelante los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Feliz Candela diseñaron y construyeron el Mercado que todos conocemos y al que la que escribe va por lo menos con cualquier pretexto tres veces a la semana.
Después de muchos años, su patrón de aquel entonces le ofreció un puesto pagado en abonos y así fue como se hizo de su local en el que por 40 años ha vendido todo tipo de productos del Mar que trae todos los días de La Viga y con lo que logró sacar adelante a 4 hijos que a su vez mantienen y ya les dieron carrera a sus cinco nietos.
-Me imagino en estos años lo que no habrá visto Don Antelmo. ¿Cuánta gente habrá pasado por aquí?
-Yo nací en el 35. Imagínese, en este tiempo he visto a quien no se puede imaginar. Han sido mis “Marchantes” Emilio El Indio Fernández, Dolores del Río, Sara Garcia, Salvador Novo, los mismos Frida Kahlo y Diego Rivera. Gente de mucho dinero, artistas famosos y también gente que se quedó sin nada después de los terremotos del 57, el 85 y el 17. A esos no les cobramos, les damos el pescado gratis aunque digan que luego regresan a pagar. Cuando yo estaba como de su edad me dijeron que no volvería a caminar. Por tanto tiempo estando parado desarrollé un problema de circulación. Ya tenía las piernas negras y no soportaba los dolores (y yo pisándole un pie), pero un yerbero que estaba aquí en aquel tiempo me recetó una pomada y que me vendaran las piernas. Y mire, aquí ando de pie (afortunadamente no terminé con su historial de buena salud). Una vez me hizo una entrevista la señorita Cristina Pacheco (me contó orgulloso). Y yo, como le digo a mis hijos, me voy a morir en la raya: a esta vida vinimos a luchar no a llorar, a mí me van a encontrar trabajando hasta el último día de mi vida.
Habrán sido unos veinte minutos los que platiqué con Don Antelmo en los que me cercioré de que sí seguiría caminando y en los que su hijo me hizo favor de pelar los camarones que compré para cocinarle a mi familia unos taquitos Gobernador.
Regresé sonriendo a mi casa, segura de que esta plática me motivaría por mucho tiempo y que las circunstancias de la vida, incluso las accidentales, pueden siempre traernos una gran enseñanza.
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Me despedí de él con un fuerte apretón de manos, prometiéndole llevarle una prueba de mis tacos Gobernador y la copia de esta corta pero muy gratificante entrevista.
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