Este domingo las sociedad salió nuevamente a la calle para exigir justicia, otra vez el color morado, las canciones, el grafiti, las cruces y los letreros con consignas, no es porque fuera día de la mujer, es porque en este país, ya no hay otra forma de vivir más que protestando, la protesta es la única forma que nos queda para luchar, es el desahogo y la esperanza de las almas que aún creen que algo puede mejorar.
El caso de Debahni parece haber tocado el corazón de todo el mundo y no es porque fuera un caso aislado, fue tal vez porque por alguna razón nos espejeamos en él muchísimas mujeres y padres de familia, porque tal vez conocimos más de su historia, porque tal vez se nos hizo conocida o muy parecida a alguien que conocemos, porque tal vez nos recuerda cuántas veces estuvimos en riesgo sin saber que nuestra última foto vivas le daría la vuelta al país.
Si existiera un semáforo por desaparición de mujeres en México, estaría en rojo en todo el territorio nacional, ya no es un problema de estados fronterizos o de zonas marginales, en México las mujeres no están seguras en ningún lado a ninguna hora.
Los machistas le echan la culpa a cualquier mujer involucrada; a la chica desaparecida por andar sola en la madrugada, a sus amigas por no cuidarla y no quedarse con ella, a su madre por dejarla ir a una fiesta, las mujeres por nuestro lado buscamos culpables en cada hombre que vemos en la calle, queremos ver en sus ojos alguna respuesta o más bien alguna alarma, algo que nos indique que el que pasa junto a nosotros en la calle, el profesor, el compañero, el tío, el conductor de un taxi, el propio padre pueda ser un posible feminicida a punto de revelarse.
No hay nada que nos indique con certeza que un hombre haya tenido la vida que haya sido pueda convertirse en un violador en cualquier momento, al parecer todo viene de la formación en la infancia pero cada vez hay menos constantes y más espacios sin respuesta.
En esta marcha como en las anteriores no hay mucho nuevo que contar, solo nuevos nombres, nuevas historias, rostros que se acumulan, demandas por el mismo crimen, más indignación que se suma a la anterior, pero no hay solución, no hay justicia ni mejora, exigimos al gobierno seguridad, a la sociedad ser visibilizadas, como si con esto lográramos componer los números, los números que todos los días se mueven, las estadísticas que nos hacen temblar aun sin salir de casa, aun con la puerta cerrada, vivir con miedo y soñar cada noche la peor pesadilla del mundo, conocer el nombre de la siguiente desaparecida.
La población en México se compone aproximadamente de 128 millones de personas de las cuales el 52% somos mujeres, poco más de la mitad, en el último siglo la esperanza de vida se duplicó gracias a los avances científicos y tecnológicos, le ganamos la batalla a muchas enfermedades, en base a la prevención y detección temprana se ha logrado combatir batallas que antes se consideraban inevitablemente perdidas.
¿Va a empezar a disminuir por culpa de los feminicidios? ¿Es posible que algún día nuestro género se vea amenazado a la extinción?
¿Qué soluciones podemos buscar para estar a salvo las mujeres? Vivir siempre en un vagón rosa, atrincherarnos como cebras resguardándose del león en una especie de isla de Lesbos.
No hay consigna, ni canción, ni grito, ni color que pueda retratar esta angustia, esta humillación que sufrimos todas cada vez que una nueva hermana desaparece, cada nueva historia diferente o parecida, a la anterior, no es un tema ya de edad, ni de nivel social o económico, lo único cierto es que habitamos un mundo y por lo que nos concierne a nosotros un país en el que las mujeres son la presa de cualquier depredador que no pueda contener en algún momento sus instintos y se sienta con el derecho de destruir su vida.
No es un tema, sin embargo, de hombres y mujeres, es un tema de buenos y malos, de víctimas y victimarios. ¿Hay esperanza para la humanidad? ¿O sería mejor que un meteorito reinicie la vida de nuevo en este planeta?
Perdón, pero esta noche la tristeza no me permite ver las cosas de otro color.

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