“… uno sólo está casado de verdad cuando está más comprometido con sus votos que con la persona a quien aluden”. Esta frase permite una reflexión interesante: el vínculo que se asume de forma voluntaria y los individuos que lo forman son instancias distintas y que sin embargo necesitan generar equilibrios entre las necesidades del uno y del otro.
En la lectura de la novela Fortuna, de Hernán Díaz, encontré una reflexión interesante. No explicaré cómo se llega este momento, puesto que está bastante al final y no quiero desvelar la trama. La frase que llamó mi atención fue la siguiente: “… uno sólo está casado de verdad cuando está más comprometido con sus votos que con la persona a quien aluden”*.
Aquí el personaje coloca el vínculo matrimonial en sí mismo por encima de la relación con la persona. Para él es más importante el hecho de “estar casado” que la relación que efectivamente desarrolla con su esposa.
Esto permite una reflexión interesante: el vínculo que se asume de forma voluntaria y los individuos que lo forman son instancias distintas y que sin embargo se necesitan mutuamente. Para conservar la conexión requieren generar equilibrios entre las necesidades del uno y del otro.
Cada uno de los cónyuges, de los amigos, de los socios, de los miembros de una asociación política o los empleados de una empresa son parte fundacional del vínculo que los une –y que tiene sus reglas, exigencias y presupuestos intrínsecos– y, al mismo tiempo, son entidades separadas con inquietudes y necesidades propias.
Cabe preguntarse qué es más importante para cada uno de nosotros: los vínculos en sí a partir de los cuales adquirimos un compromiso –matrimonio, amistad, empleo, filiación ideológica– y lo que “exige” honrar esa interrelación, o adaptarse de forma flexible a la necesidad propia en cada momento de la relación.
Pensemos primero en el matrimonio. ¿Qué ocurre, por ejemplo, si uno de los integrantes necesita enfocarse en algún aspecto profesional y requiere dejar en el otro todo el peso de la cotidianidad? ¿O si uno de los dos se había comprometido a sufragar un gasto importante o asumir un rol determinado dentro de la pareja y de pronto ya no le es posible?
Pero éste no es el único tipo de vínculo que exige comportamientos o reacciones predeterminadas. Formar parte de una empresa o de un proyecto laboral exige compromisos y lealtades. Pero ¿qué ocurre si la organización requiere de llevar a cabo prácticas poco éticas para evitar la quiebra? ¿Qué sería más apropiado: la traición que implicaría la denuncia o el silencio cómplice del empleado “comprometido” y leal? ¿Qué sucede si pertenezco a un partido político y en el fragor de la campaña se me exige mentir para dañar o desprestigiar al oponente?
No hay respuestas simples puesto que se trata de un asunto complejo. Las posturas maximalistas, puritanas, moralistas e inflexibles producen ruptura y sufrimiento. Pero tampoco parece que la laxitud ética y moral ofrezcan soluciones mejores por sí mismas. Necesitamos estructuras, límites, principios, líneas rojas que orienten nuestro comportamiento, nuestras creencias, nuestras convicciones y éstas nos las aportan las reglas predeterminadas del vínculo. Se trata de contratos que delimitan los derechos y las obligaciones de tal modo que señalan maneras apropiadas de actuar y los valores más importantes en cada caso. Por otro lado están las necesidades y convicciones individuales que también merecen ser atendidas.
A fin de cuentas se trata de un balance, de la búsqueda de un equilibrio saludable. Un individuo no puede existir en aislamiento. La conexión interdependiente con los demás es inevitable. El vínculo en sí determina la manera en que los individuos se relacionan. Para un equilibrio apropiado entre vínculo e individualidad existen varias herramientas que se pueden utilizar. La comunicación asertiva, la empatía, la capacidad para alcanzar acuerdos y negociaciones equitativas figuran entre los principales. También es indispensable tener claros los principios, los códigos éticos y morales, los límites que no estamos dispuestos a cruzar, pero también desarrollar la capacidad de adaptación, de aceptación, de cambio y de tolerancia.
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*Díaz, Hernán, Fortuna, Séptima Edición, España, Anagrama – Panorama de Narrativas, 2023, Pág. 414
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