El presidente Andrés Manuel López Obrador se ha anticipado, como casi nadie lo hubiese pensado, en dar el banderazo de arranque al proceso presidencial 2024 apenas en el verano de este 2021, antes incluso de llegar a la mitad de su gobierno. Esto es un acierto a todas luces, así haya quien no atine a darle lectura. Los aspirantes o incluso “suspirantes” a suceder a Andrés Manuel, junto con sus aliados y camarillas políticas, tienen la oportunidad de ir demostrando de una buena vez sus lealtades; pero además se puede evidenciar la fragilidad o de plano falsedad y de mero oportunismo vulgar de sus intenciones políticas, el tamaño y la realidad de sus motivaciones dentro del servicio público, los alcances de sus intereses en cuanto a su ética a la hora de competir, exhibiendo, de plano, a los que carezcan de principios y/o escrúpulos.
Y en efecto ya vemos abierto nerviosismo en cuanto menos, tres actores de primer nivel, también su camaleonismo, alguno incluso fuera de toda realidad, declarando que va a estar en la boleta electoral presidencial sí o sí en 2024. Otro de ellos ya experimentó filtraciones a la prensa por parte de algún miembro poco leal de su equipo cercano, al ventilar una comida con la motivación expresa al 2024, o quizás fue premeditado, por el mismo Canciller, un riesgo calculado; no lo sabemos. Pero al dar comienzo a esa carrera, no pocas veces despiadada, y al ampliar su baraja sucesoria al tiempo también de limitarla, tan solo con simples y hasta veladas, pero poderosísimas menciones de nombres o apellidos en sus conferencias de prensa, aventaja a unos, mete a otros, y de plano descarta a uno que otro, que quizás se sentía más que adentro.
El presidencialismo mexicano, principal característica de nuestro sistema político, podrá ir cambiando, pero lo hace más en sus formas que en su verdadero fondo. La tradición pesa porque es cultural. Para cambios más hondos se necesitan muchos años, tal vez décadas. Pero si se adivina un cambio en esta ocasión, al abrir la competencia, que de todas maneras se daba ya, pero con formas más sutiles y hasta hipócritas, o sea, con acciones que van, desde golpes en buena lid, pero también hasta los muy bajos y todo con ‘patadas por debajo de la mesa’. Se quiera o no, ahora es mucho más público, como el movimiento de Sheinbaum de llevar a Martí Batres a su secretaría de gobierno; la ya mencionada reunión de Ebrard y su posterior fijación de postura; y los evidentes extravíos de Monreal. También el silencio fino y prudente del Doctor Juan Ramón de la Fuente, quien se sabe fuera de todo escándalo como el del Metro de CDMX, y a quien el presidente nunca ha dejado fuera de los primeros lugares de su lista, así sea para confundir y/o despistar a los demás, cuando menos de momento. Al ser ya público dicho proceso, cruel y encarnizado siempre, pero ya ahora llevado mucho más que en el anterior régimen de partido de Estado por cauces institucionales. En la decisión del ungido como sucesor, pesará mucho más la opinión ciudadana. El Pueblo será testigo de las habilidades, torpezas, lealtades y deslealtades y también capacidades y miserias de los contendientes, pesando esta vez y más que nunca, su opinión.
En la decisión final, por las características de fortaleza popular del presidente en funciones, tal parece que tiene la fuerza de fungir, como dijo José López Portillo, ya como ex presidente en sus memorias “el fiel de la balanza”, porque instrumentos para frenar, acelerar e incluso eliminar a algún contendientes a la candidatura por MORENA al 2024 le sobran. Es más, tan solo mediante la Unidad de Inteligencia Financiera le bastaría para tales fines. Es decir, el presidente López Obrador le empieza a quitar la tutela presidencial al electorado, dándole mucho más autonomía y peso en la decisión definitiva, donde por cierto, el factor que más va a pesar, por sobre todos los demás, es la cuestión de quién es el personaje indicado para continuar con el ya iniciado proyecto de Nación de la llamada cuarta transformación. El sucesor tendrá que garantizar que dicho proceso histórico se cristalice y no quede en un eslogan o logo sexenal, como la grosera águila mocha del foxismo, sino que realmente quede en los libros de Historia consignado cómo eso: una transformación de fondo, que le devuelva la brújula a la Nación mexicana, rescatando al Estado de la decadencia, y devolviéndole sus alcances que le dan su razón de ser.
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