Pocos fenómenos naturales maravillan tanto a la humanidad como un eclipse de sol, al menos a mí. En mi ya no tan corta vida he tenido el privilegio de observar tres. Uno total en 1991 ¿Cómo olvidarlo? Si hasta se cancelaron las clases en las escuelas como medida precautoria para que no nos quedáramos ciegos todos volteando a ver el sol; se idearon cualquier cantidad de artilugios para ver el eclipse. Los mexicanos demostraron su ingenio y creatividad, desde una especie de tubos en los que se podía observar la sombra, hasta cubetas de agua que reflejaban el show celestial. Como mi mamá era bastante incrédula de la incipiente tecnología, nosotros nos resignamos a ver la transmisión que hizo Jacobo Zabludovsky por tele.
En pleno siglo XX y los mitos no se dejaron esperar, además de la amenaza de perder la vista, que es real, se corrió como pólvora el rumor de que los niños que nacieran ese día iban a tener un eclipse en la frente o que si estabas embarazada y lo veías directamente, tu hijo también nacería ciego, obvio además de los presagios fatalistas sobre guerras, terremotos o cualquier otro tipo de desgracia provocada por el desorden solar (como si el sol se enterara en su tamaño descomunal que hizo fila por algunos minutos con la luna.
Egocéntricos, como somos los seres humanos, pensamos que el universo nos quiere advertir algo. A lo largo de la historia el mundo le ha dado diferentes connotaciones al hecho, incluso es mencionado en el Apocalipsis y en muchos textos antiguos. Considerando nosotros al sol como el astro máximo, la fuente de luz y calor y, por lo consiguiente, de vida, el hecho de ver que de alguna forma se apaga nos ha hecho sentir que se trata de una batalla de dioses o de un presagio muy grave. La palabra eclipse deriva de una antigua expresión griega que significa “abandono”.
“Todo el mundo tenía miedo, estaba aterrorizado porque un eclipse en el cielo era la peor profecía”, le cuenta a BBC Mundo Bradley Schaefer, profesor de Astronomía y Astrofísica en la Universidad Estatal de Luisiana, EEUU. En Babilonia ocurrió el eclipse más antiguo que se ha logrado fechar con exactitud, el llamado Eclipse de Babilonia. “Se transformó el día en la noche el 26 del mes de Sivan, en el séptimo año del reino y hubo un fuego en medio del cielo”, narran las escrituras. El eclipse se observó en el sur de Babilonia el 31 de julio del año 1062 a.C. Una referencia de la Biblia, en el Apocalipsis, relaciona los eclipses de sol y de luna con los terremotos: “Y vi, cuando abrió el sexto sello sobrevenir un gran terremoto, y el Sol se volvió negro como un tejido de crin, y la Luna toda ella se volvió de sangre” (Revelación vi:12).
En el sur de Asia, los eclipses dejaron variedad de leyendas y supersticiones en las que se interpretaba que el sol era devorado por dragones u otros monstruos. En Grecia, los astrónomos fueron grandes observadores del fenómeno y eso ha dejado varios registros históricos. En el clásico de Homero, “La Odisea”, hay una referencia a un eclipse, probablemente observado en el año 1178 a.C. en Ítaca: “… y el Sol ha muerto en el cielo y una maligna niebla todo lo cubre”.
En la América precolombina también existen mitos y leyendas relativos al cosmos y los eclipses. Los mayas y los aztecas dejaron narraciones sobre combates estelares entre dioses por obtener los mejores sitios en el universo.
Hoy en día todos sabemos gracias a los medios de información que un eclipse solar es una coincidencia predecible en la que la Tierra, la Luna y el Sol quedan en línea, dando la impresión de que el Sol es tapado por nuestro amado satélite.
Esta señora que escribe y que nunca quiere perderse de nada, hasta se despertó temprano en sábado para presenciar el evento, con sombrero y gafa para sol sentí que no estaba lo suficientemente protegida así es que recorte un pedazo de mi última mastografía y dirigí mis pasos a los Viveros de Coyoacán pensando que aquello iba a ser una sucursal de las islas de CU. Y para mi sorpresa la única persona entusiasmada era yo, busqué un claro en el hermoso espacio que son Los Viveros y me dispuse a meditar, cantar y aplaudir, había muchas personas más y nadie estaba haciendo caso, incluso había una pareja joven retozando amorosamente panza arriba sin ningún tipo de protección, de verdad espero que no hayan quedado ciegos o con un eclipse permanente en los ojos, gente haciendo Yoga y otras actividades cotidianas y que increíblemente estaban más concentrados en todo lo demás que en el extraordinario suceso que nos regalaba el cielo.
Y no es que exagere, este es un fenómeno de muy pocas veces en la vida y de un gran privilegio para quien lo puede observar, no se ve como las fotos que circulan en las redes sociales en las que un aro de fuego del tamaño de la pirámide del Sol nos ve como un ojo enorme, a simple vista tampoco es que podamos entender gran cosa, pero es hermoso y creo de verdad que nadie debería subestimarlo. Tal vez estamos ya demasiado estimulados por tanta tecnología que algo así no nos parece extraordinario y tal vez sea ese el augurio dramático de este último eclipse, nuestra poca capacidad para sorprendernos y admirarnos de lo que ocurre en el universo y no podemos controlar con un botón.
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