Sobre el asunto de José Ramón López Beltrán, hijo del presidente López Obrador

A través de sus discursos, el presidente López Obrador ha criticado a quienes no llevan una vida alejada del lujo y del materialismo, discursos que contrastan con el modus vivendi de uno de sus hijos.

1 de febrero, 2022

Hace unos días, Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) publicó una investigación sobre el estilo de vida de José Ramón López Beltrán en Houston. En su conferencia matutina, el presidente se refirió a este tema y dijo que se trataba de un ataque de sus adversarios porque están desesperados a causa de que el gobierno está haciendo que las grandes empresas paguen impuestos. 

El presidente no desmintió la investigación ni la objetó ni dijo que fuera una calumnia. Hizo una refutación general ad hominem, que, como sabe cualquier estudiante de bachillerato en la clase de Lógica, no es una refutación en sentido propio. Y si bien de la investigación no se sigue ni se puede inferir válidamente que empresa alguna haya sido favorecida con contratos gubernamentales a causa de alguna recomendación de José Ramón López Beltrán o su cónyuge, ni se sigue ni se puede inferir que el hijo o nuera del presidente hayan cometido algún delito, desde luego el modo de vida de esta pareja contradice el ideal de austeridad que tanto ensalza el presidente.

Desglosemos el asunto en cuatro puntos. El primero: la publicación a que he hecho mención sostiene que José Ramón López Beltrán y su esposa, Carolyn Adams, vivieron en una casa, en Houston, propiedad de un alto funcionario de una empresa americana que tiene contratos con PEMEX. Segundo: la publicación habla de una segunda casa, también en Houston, que es donde actualmente viven José Ramón y su esposa, y que aparece a nombre de ella. Tercero: la publicación señala que José Ramón López Beltrán maneja un vehículo muy suntuoso y tiene una vida lujosa en Estados Unidos. Cuarto: la publicación hace énfasis en una circunstancia: la asignación de algún contrato por parte de PEMEX a dicha empresa americana es contemporánea al tiempo en que el matrimonio López-Adams habitaba la casa del alto ejecutivo de tal empresa.

Sobre el primer punto, insisto: la investigación no prueba actos de corrupción, pero sí deja ver que algo podría estar fuera de lugar y que podría haber un posible conflicto de intereses. Según el texto, el matrimonio López-Adams vivió, durante 2019 y 2020, en una casa en Houston, propiedad de un tal Keith Schilling, ejecutivo de alto nivel de Baker Hughes, empresa que tiene contratos con PEMEX desde 2017. En agosto de 2019, esta empresa obtuvo un nuevo contrato con PEMEX, por 85 millones de dólares y actualmente es proveedora de la refinería de Dos Bocas. No se ve bien, por buena voluntad que uno tenga, que el hijo del presidente de México habite una casa propiedad de un alto funcionario de una empresa que tiene contratos con PEMEX. Los que defienden al presidente dicen que cuál problema, si Carolyn Adams tiene dinero y además ha trabajado durante muchos años en el sector energético. El hecho de que la nuera del presidente lleve años trabajando en empresas del sector y pudiera tener alguna relación personal con ejecutivos de la industria, no hacen que esta circunstancia quede bonificada. Por muy buena voluntad que se le tenga a AMLO, no se puede negar que esto parece un caso de posible conflicto de intereses. Y a lo mejor no lo hay, y qué bueno que así fuera, pero de entrada se ve, digamos, desaseado, más si tenemos en consideración que López Obrador siempre ha sido muy crítico de este tipo de cosas. 

Sobre el segundo punto, la nueva casa en la que desde el año pasado habita el matrimonio López-Adams, también en Houston, está registrada a nombre de la esposa, quien, al parecer, es rica: como dijo López Obrador en conferencia matutina: “la señora tiene dinero”. Si bien el hecho de que Carolyn Adams tenga dinero y haya adquirido una casa lujosa no acredita la comisión de ningún delito, si pone también de manifiesto la contradicción entre el discurso de su suegro, el presidente, y el estilo de vida de esta pareja. López Obrador no solo se refiere con ahínco a la austeridad republicana, casi franciscana, sino que ha hecho la invitación a todos los mexicanos para que vivan una vida austera, alejada del lujo y de la vanidad, porque esa es una fuente del mal y hace perder consciencias, según sostiene el presidente. “No al lujo –ha dicho en repetidas ocasiones–. Que lo que tengamos se use para lo indispensable, para lo básico. Si se puede tener un vehículo modesto para el traslado, ¿por qué el lujo?” Una camioneta Mercedes-Benz de 68 mil dólares, como la que usa José Ramón López Beltrán, quizá vaya a contrapelo de este ideal.

No se trata de comparar, como algunos han señalado, este asunto con aquel de la Casa Blanca y el conflicto de interés que AMLO vio ahí entre la esposa del presidente Peña y la constructora HIGA, contratista del gobierno en aquel entonces –recordemos que Virgilio Andrade investigó y no encontró ningún conflicto y que aquella exoneración causó indignación a millones de mexicanos, incluido un servidor–; ni se trata de culpar al presidente por las acciones de alguno de sus hijos o nueras; pero para un hombre como López Obrador debió haber sido desagradable ver que su primogénito era el primero en desoír públicamente los consejos de austeridad y justa medianía que pregona, no solo como una obligación moral de todo funcionario, sino como un modelo de vida que deberían adoptar todos los mexicanos de buena voluntad. Y aunque uno no tiene dominio sobre los hijos ni puede ser responsable de lo que ellos hagan, no se puede negar que López Beltrán, aún sin ser funcionario de gobierno, está haciendo quedar mal al discurso de López Obrador. Algunos lo negarán y dirán que todo es belleza y armonía y que este hijo y este padre son buenos con B mayúscula e incapaces de mal, pero que el hijo está haciendo ver mal al padre, lo está haciendo ver mal. Punto.

Desde luego, nada cambiará la devoción de los seguidores del presidente, quienes encontrarán las formas para explicarse todo y justificarlo a él y a su hijo. Tampoco prueba esta investigación que el presidente sea él mismo corrupto; solo deja ver, en mi humilde opinión, un posible conflicto de intereses que, por salud republicana y transparencia, debería ser aclarado. Lo que es innegable es que el modo de vida de José Ramón López Beltrán está haciendo quedar mal a su padre. Estoy seguro que AMLO, que es un hombre sensible, debe estar molesto con su hijo a causa de este tema.

El texto publicado por MCCI no ha sido hasta el momento desmentido ni por el presidente (en los términos que expresé en el segundo párrafo de este artículo), ni por su hijo, ni por Keith Schilling, quien ya emitió una comunicación fue la empresa Baker Hugues. En ella dice que el inmueble a que se refiere MCCI no les pertenece ni lo administran, que pertenecía a un empleado que dejó la empresa en 2019 (debe ser Keith Schilling) y que dicho empleado no tenía que ver con las operaciones en México. También Carolyn Adams se manifestó publicando en una historia de su instagram un texto escrito por una tal Blanca Salces: “Cientos, me atrevería a decir, miles de hijos de políticos, funcionarios, líderes sindicales y expresidentes que viven en casas de lujo y encontraron al único que no la obtuvo con recursos públicos. Eso es talento.” No obstante, estas publicaciones no desvirtúan: 1) que los López-Adams hayan habitado la casa de un alto funcionario de una empresa que tiene contratos con PEMEX; ni 2) que de algún modo el estilo de vida que llevan contradice el discurso de López Obrador. Por lo demás, nunca se dijo que la segunda casa, la que aparece a nombre de Carolyn Adams, se haya adquirido con recursos públicos.

Y para terminar, el 26 de julio de 2021 publiqué que me había encontrado a Carolyn Adams y a José Ramón López Beltrán en City Market de Pedregal, Ciudad de México, y que por lo que pude ver, manejaban un perfil discreto, cosa que llamó mi atención en un muy buen sentido. No llevaban un aparato ostentoso y prepotente de seguridad. Escribí que en otros tiempos, los familiares de presidentes y funcionarios se conducían con prepotencia, vanagloria, grosería y brutalidad, y algunos no dudaron en ordenar el cierre de vialidades y establecimientos para que sólo ellos tuvieran acceso, ni en mandar clausurarlos si los hacían esperar o no los atendían como ellos creían merecer, y que en la medida en que los políticos y sus familiares dejaran de pensarse que son la nobleza de este país –observé que no son la nobleza, sino más bien la vileza–, en esa medida daríamos pasos para alcanzar una sociedad más igualitaria. Esa tarde en City Market vi a una bonita pareja, discreta, carismática y amable, y no dudé en hacer buenos comentarios, los cuales, por cierto, fueron bien recibidos por los simpatizantes de López Obrador, y mal recibidos por los críticos. La señora Carolyn Adams tiene todo el derecho de contraer nupcias con quien quiera, de comprar inmuebles en Estados Unidos (ella es estadounidense) si tiene el dinero suficiente, y de llevar un modo de vida lujoso, como se aprecia en sus redes sociales. Eso es incontrovertible y haríamos mal en invadir su esfera privada. Pero la circunstancia de que ella y su cónyuge, el cual sucede que es el hijo del presidente de México, hayan habitado la casa de un funcionario de una empresa que tiene contratos con PEMEX, aunque ello no signifique per se hechos de corrupción –no lo dije ni lo estoy diciendo–, no deja de verse mal ni de levantar suspicacia. López Obrador y sus seguidores habrían sido los primeros en criticar y denunciar algo así si se tratara de un adversario, más aún en tiempos en que él mismo era el gran opositor. No se trata ni de condenar a priori (opositores de AMLO), ni de exculpar a priori (seguidores de AMLO). Se trata de razonar las cosas con inteligencia y frialdad.

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