Hay cuestiones que son importantes y algunas que no. En mi opinión, la cuestión del escudo juarista en el Zócalo es baladí. ¿Entonces por qué escribir un artículo? Permítame explicar.
Así como hay gente que cree religiosamente que la palabra de López Obrador es una palabra santa, así también hay gente que cree a Felipe Calderón. Lo que tienen en común estos dos grupos de personas que se odian, es que muchos han renunciado a la facultad de crítica y cuestionamiento –algunos ni siquiera se han dado cuenta–. El Gobierno de la Ciudad de México, que es quien ha decorado el Zócalo con el águila juarista estas fiestas patrias, no ha infringido norma alguna, a pesar de lo dicho por Calderón, que afirma que se violó el artículo 5 de la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales.
Dicho artículo dice: “Toda reproducción del Escudo Nacional deberá corresponder fielmente al modelo a que se refiere el Artículo 2o. de esta Ley, el cual no podrá variarse o alterarse bajo ninguna circunstancia”. El artículo 2, por su parte, hace una descripción detallada del escudo que todos conocemos.
El águila juarista que decora el Zócalo no es el escudo nacional ni pretende serlo. Es la reproducción de un icono decimonono de valor histórico que incluso ha aparecido en papel moneda mexicano. Tiene un valor político innegable y, consciente de ese valor, el presidente lo ha adoptado desde 2006: fue el escudo de su “gobierno legítimo”. Y aunque el logotipo de MORENA no contiene esta águila, es verdad que este partido la ha hecho suya pues, según los morenistas y el presidente, MORENA y el gobierno tienen como modelo e inspiración el republicanismo de Benito Juárez, así que era de esperarse que el gobierno de la CDMX, que es morenista, decorara el Zócalo con águilas juaristas –insisto: el águila no forma parte del logo oficial de MORENA– y no con emblemas del PAN o del PRI. ¿Qué esperaban los opositores? ¿Que aparecieran la efigies de Echeverría y de Salinas, o las efigies de Gómez Morín y de Maquío? Por si todo esto fuera poco, este símbolo hoy es también el emblema de la Guardia Nacional.
Muchos opositores de López Obrador equiparan el águila juarista con el águila de los nazis, pero esto es un absoluto disparate, no solo porque cuando murió Juárez aún faltaban casi dos décadas para que naciera Hitler, sino porque un emblema o escudo que contenga un águila puede ser equiparado con cualquier escudo que contenga otra águila: la venezolana, la de Estados Unidos, la de los reyes católicos, la de Franco, la de la bandera egipcia, la de Zambia, el águila de lo que fue el imperio alemán, y muchas más… El águila es un símbolo recurrente en la iconografía estatal y mayestática, y ha servido a todas las posiciones políticas. Si usted quiere, hasta puede comparar esta águila juarista con las águilas del América o las de Filadelfia, ya para hacer una reductio ad absurdum.
Si lo consideramos fríamente, un águila devorando una serpiente es una imagen horrorosa que se basa en un prejuicio religioso: que la serpiente es símbolo del mal. Los ofitas y los antiguos médicos, daban a la serpiente una connotación positiva, de ahí el “Báculo de Esculapio”. Pero el cristianismo ha logrado que millones crean que la serpiente es símbolo del mal. El cristianismo está tan impregnado en la cultura que logró que hasta el mismísimo Benito Juárez, anticlerical como era, venerara un símbolo patrio que contiene una idea fundamental de la religión que decía criticar: la serpiente como símbolo del mal, cuando la serpiente ni siquiera tenía esa connotación entre los mexicas, que son los autores del símbolo. ¿Puede usted creerlo? Y como la serpiente simbolizando el mal es una idea tan arraigada en los cristianos –Benito Juárez iba a ser cura–, es improbable que la civilización occidental, que es fundamentalmente cristiana, se quite esa idea de la cabeza.
Por otro lado, el águila es un ave de rapiña, un animal carroñero. O sea, es un ave rapaz. Yo no veo ningún romanticismo en ello. Tampoco el presidente, pues suele usar el término “oligarquía rapaz” para insultar a los empresarios que lo critican, así que no me queda claro por qué tanto fervor de él y millones de sus seguidores por un animal que hurta y come despojos. Pero la cultura siempre ha ensalzado a las águilas, desde Rómulo y Remo. Es muy curioso cómo se atribuyen a ciertos animales características humanas como la nobleza (águila), la fortaleza (león inglés, oso ruso), la justicia o la sabiduría (búho de Palas). El caso de las águilas es un contrasentido: mire usted que atribuir nobleza, poder y majestad a un ave rapaz…
Usted podrá estar muy contento con nuestro escudo nacional –desde el punto de vista del diseño tiene mérito–, pero la imagen de un águila devorando a una serpiente es una imagen, al menos para mí, violenta y horrible, propia de Discovery Channel o Animal Planet. Usted podrá estar muy contento con nuestro escudo nacional –Eppens Helguera fue un gran diseñador y artista plástico–, pero permítame decirle que ese escudo es diazordacista (¿o diazordista?), es decir, fue el escudo que el ominoso presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenó diseñar para sustituir al anterior escudo implementado por Lázaro Cárdenas. Si nuestro escudo es diazordacista, nuestro himno santannista, y el origen de nuestra bandera iturbidista, ya nada debería sorprendernos.
Yo aconsejaría a todos los que están haciendo un escándalo porque el Gobierno de la Ciudad de México decoró el Zócalo con el águila juarista que, bueno, bajaran de intensidad el malestar. No vale la pena. Ahora que sí en una de esas, el presidente en un afán histórico –“juntos haremos historia”, es uno de sus lemas– quisiera cambiar el águila diazordacista, pues podría hacerlo sin necesidad de reforma constitucional. Pero mejor no demos ideas, que en una de esas la cambia. Pero tampoco sería el fin del mundo. ¿Usted estaría a favor de un cambio así? ¡Qué dilema! Mire que tener que elegir entre el Águila de Díaz Ordaz y el Águila de López Obrador no debe ser fácil.
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