¡Si te pegan, pega!

La reciente golpiza protagonizada por estudiantes de la universidad Anáhuac de Puebla, ha desatado una ola de indignación entre la ciudadanía.

12 de septiembre, 2023 golpiza por estudiantes de la universidad Anáhuac de Puebla

Un día son hermosos niños que piden juegos de video como “Mortal Kombat”  a un amoroso Santa Claus… 20 años después son protagonistas de una terrorífica riña entre adolescentes en la que ocho someten a uno y no contento uno de ellos con la brutal golpiza, le propina con toda su fuerza una patada en el rostro de magnitud tal que lo deja inconsciente y con riesgo de perder un ojo.

¿Qué produjo en estos jóvenes hijos del privilegio un enojo tal que casi matan a golpes a un igual en una fiesta? Jóvenes que no vivieron pobreza en su niñez, que no saben de carencias y no tienen la más mínima una idea de lo que es vivir en la calle, ser víctimas de abuso, de inclemencia, de injusticia social; jóvenes que fueron siempre desayunados al colegio, que tuvieron juguetes, ropa, medicinas, techo seguro, vacaciones, fiestas de cumpleaños, que no conocen el significado de segregación.

No es nuevo ni propio de ninguna cultura, la violencia ha existido entre los seres humanos desde el principio de los tiempos, para obtener la mejor fruta del árbol y para proteger a la tribu de otros semejantes que pretendían invadir y adueñarse de lo que con el trabajo diario habían logrado recolectar. Violencia por territorio, violencia por protección, violencia por identidad, por honor y por lealtad a una comunidad, un país, un dios o una ideología.

En términos filosóficos se han escrito infinidad de tratados al respecto. Decía Thomas Hobbes que las personas viviríamos en un perpetuo estado de guerra si no nos subordinamos a la autoridad y las leyes. Por su parte, Rousseau pensaba todo lo contrario, en su teoría “El salvaje noble” las personas somos originalmente puras y felices, es la sociedad la que nos corrompe. Nietzsche por su parte asegura que somos belicosos por naturaleza y que atacar es un instinto. ¿Nacemos violentos o nos volvemos?

La Neurociencia ha llegado a múltiples conclusiones a partir de la observación y la investigación de campo y laboratorio. En estudios hechos a reos y personas sumamente violentas se han encontrado que en sus cerebros existen similitudes, como la falta de desarrollo de la corteza prefrontal, la encargada de tomar decisiones con base en las emociones y en una amígdala más reducida, siendo esta la parte del cerebro que controla el miedo y la agresión.

En estudios de laboratorio con ratones y otros animales se ha observado que dos ratas tienen un comportamiento parecido al encuentro con un estímulo tranquilo, pero que si una de estas es estresada reaccionará violentamente después al mismo contacto y no solo eso, hasta tres generaciones de este animal tendrán comportamiento violento aunque no sean estresados y ni siquiera conozcan a su padre.

La violencia puede ser hereditaria y puede también ser provocada por factores medioambientales, si un niño crece dentro o en presencia de un entorno violento es altamente probable, más no forzoso, que desarrollará un carácter agresivo y que en su edad adulta cometa delitos y violentos contra otros miembros de la comunidad.

Esto sí está sujeto hoy en día hasta cierto punto por el espacio geográfico, hoy en día una de cada cien personas en España es violenta, en Mexico veinte de cada cien y en Honduras setenta de cada cien. Ello nos demuestra que el entorno social, los medios de comunicación, el ambiente familiar y, por qué no, el estímulo que reciben desde pequeños los niños varones principalmente a través de juegos de video y juguetes bélicos, la admiración a personajes de ficción altamente agresivos y la normalización de la muerte a mano de otras personas que producen los videojuegos, juegan un papel importante en este tipo de conductas agresivas.

Mucho se ha trabajado en temas de conciencia y justicia social pero pareciera que somos los mismos seres humanos los que nos empeñamos en prevalecer la tradición de la violencia dentro de nuestras familias, procurando a nuestros hijos juegos, entretenimientos y conversaciones cargadas de un contexto violento en el que se encargan de transmitir de generación a generación la idea de la supremacía y la certeza de que si no ejercemos la ley de la selva somos menos competitivos y poderosos que el de al lado y, por ende, vulnerables a ser sometidos en esta guerra inevitable que es la convivencia humana.

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