Tantas veces que si me merecí que alguien me rompiera mi mandarina en gajos: por ser pasadita con alguien en la escuela, por sentirme muy salsita en el antro, por manejar como loca pensando solamente en llegar rápido a donde yo quería, porque hablé de más en donde no se me requería. Cuándo me iba a imaginar que por culpa del perro de mi hermano –aclaro como siempre: su mascota– me iba a jugar el físico en pleno jardín Allende enfrente del Mercado de Coyoacán.
Juro que no me había tomado ni un tequila y mucho menos que había hablado de mis preferencias políticas ni de lo que opino de la gente que asegura hablar con ángeles y esas cosas ¡Nada! Estaba yo solo siendo amable y amistosa con unos niños hijitos de unos artesanos que se acercaron a acariciar al susodicho animal. Bajé la guardia con la correa, la verdad es que es un perro muy tranquilo y no porque esté bien educado sino porque ya carga muchos años sobre su canoso lomo, tiene pocos dientes y una flojera enorme hasta para acomodarse en su cama.
Estábamos alegremente intercambiando piropos y comentarios sobre la inconsciente mascota cuando pasó una señora con una perrita Chihuahua vestida de bailarina, yo sé que es algo que hace doler los ojos, no culpo a mi perro, ¿pero de eso a irse sobre de ella con una ferocidad inusual? Me pareció que no era para tanto, de hecho sigo creyendo que sobreactuó y que solo quería pegarle un susto. Todo pasó en cuestión de segundos. Vi que la dueña le dio una patada a mi perro para separarlo de la bailarina en cuestión, el caso es que logramos separarlos a tiempo y no pasó a mayores. El Boti, nombre que mi inconsciente hermano le puso al inocente animal, que ya de por sí no es muy agraciado y seguramente no tuvo una vida muy feliz a juzgar por heridas y cojera, ya no tiene ni dientes, ignoro sus vidas anteriores pero seguramente tiene tristes recuerdos con el ballet o algo así porque jamás había atacado a ningún perro por muy feo o ridícula que fuera.
El tema es que en vez de ofrecernos una disculpa como yo creo que correspondía en adultos conscientes de que esas cosas pasan cuando sacas a pasear a tu perro a calles llenas de gente y de mascotas, la dueña del perro se fue sobre mí furiosa. A nada estuvo de tundirme a golpes. Entiendo que estuviera ansiosa y preocupada, molesta y que quisiera vengar el orgullo de su Chihuahua, pero en primer lugar no le hizo nada y en segundo cómo se va a trenzar uno a golpes en una plaza pública.
Pacífica como soy, hice lo que pude por calmarla y no es por nada pero tuve un gran sentido cívico porque los insultos y gritos si eran como para responderle con un empujón, como se podrán imaginar, el escándalo no pasó inadvertido y hasta círculo hizo la gente para ver en qué acababa la disputa. Obviamente yo no iba a irme a los golpes en la calle con una desconocida por un tema de mascotas. Afortunadamente, la ofendida se acabó yendo con su bailarina en brazos, no sin dejar de gritarme ya a media cuadra todo tipo de insultos y amenazas.
El tema y lo que realmente me cuestiona es cuánta rabia tenemos dentro los mexicanos, hombres y mujeres, que a la menor provocación estamos dispuestos a pelearnos a golpes en la calle. Si esta mujer hubiese traído una pistola, habría sido capaz de vaciármela en la cabeza. ¿Qué le pasa en su vida, en su casa o en su trabajo que está tan enojada? Eso no lo sé como tampoco sé por qué al Boti le caen tan mal las bailarinas. Lo que sí sé es que ya hay que salir a la calle con protección, casco y rodilleras por si alguien que no controla sus emociones te quiere agarrar de costal de box para liberar su estrés y sus ganas de matar a todo el mundo.
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noviembre 5, 2024