Mis abuelos maternos vivían en la esquina de Insurgentes Sur 635, y Yosemite, en la lejanísima colonia Nápoles, a la que se mudaron a finales de los años 30. Su casa estaba ubicada a un par de cuadras del Parque De La Lama, donde hoy se encuentra el World Trade Center.
A mi abuelita le gustaba caminar en dirección al sur, por la apacible Avenida de los Insurgentes y a mí me gustaba acompañarla. En aquel entonces nos iba siguiendo el chofer por si ella se cansaba. El tráfico de entonces permitía lo que hoy sería el detonador de un inmenso embotellamiento vehicular.
Yo debo haber tenido poco más de ocho años cuando se dio la ocasión de encontrarnos caminando de esa manera, con el expresidente Don Adolfo Ruiz Cortines, que también disfrutaba caminar, pero él en dirección hacia el norte, sobre la misma acera que nosotros.
Don Adolfo iba acompañado solamente por un señor; los automovilistas que lo veían, lo saludaban con el sonido de sus bocinas, a lo que el expresidente respondía agitando su sombrero en señal de saludo.
Cuando estuvimos frente a él, se descubrió para saludar a mi abuelita y a mi mamá (a las que no conocía). Entonces yo, sin tener idea de la barrabasada, le dije;
- Señor presidente, ¿eso es sombrero o abanico?
Don Adolfo me miró con ojos de amigable picardía, y me respondió;
- ¿Por qué preguntas eso, hijo?
- Porque lo lleva usted más tiempo agitándolo con la mano, que puesto en la cabeza.
Don Adolfo soltó una carcajada de muy buena gana, mientras mi mamá y mi abuelita se querían morir de la vergüenza ajena.
- ¡Ah que chamaquito! Pareces veracruzano por ingenioso. No es abanico hijo; lo que sucede es que los transeúntes y los automovilistas me saludan amablemente y a mí, me da gusto responder sus saludos.
La anécdota que les comparto aquí describe en buena medida la auténtica austeridad del expresidente que habiendo sido capitán pagador del Ejército Mexicano, estuvo a cargo de recoger e inventariar el tesoro público que llevaba Venustiano Carranza en el Tren Olivo, cuando fue asesinado en Tlaxcalantongo en 1920.
En aquella época, el ya General Plutarco Elías Calles anotó en el parte de novedades, que había que seguir de cerca la carrera del joven Ruiz Cortines cuya honestidad había quedado de manifiesto, porque pudiendo haberse quedado con talegas de centenarios de oro, o lingotes, o monedas de plata, dejó cuenta detallada hasta del último centavo sin apropiarse siquiera de uno solo.
Por cierto que Don Adolfo vivía en una casa ubicada en la calle de José María Ibarrarán, a pocos metros de Insurgentes Sur, en la colonia San José Insurgentes. Muchos años más tarde, tuve mi despacho de abogado en Insurgentes Sur 1650, esquina con Barranca del Muerto, a muy corta distancia de la casa del ex presidente. En ese entonces iba yo a cortarme el cabello a una cerrajería, en la que atendía el mismo peluquero que en otro tiempo había tenido como su cliente a Don Adolfo.
El Presidente Ruiz Cortines fue un hombre proverbialmente inteligente; profundo conocedor de la naturaleza humana; PATRIOTA sin aspavientos; señor presidente y PRESIDENTE SEÑOR sin títulos falsos ni pretensiones académicas; pero SABIO.
Ayer celebramos el día internacional de la mujer, y por eso, hoy he querido recordar a ese gran presidente de México que sin proclamarse “transformador”, el 17 de octubre de 1953 promulgó la reforma constitucional que reconoció a la mujer mexicana el derecho a votar; derecho que fue ejercido por primera vez en las elecciones del 3 de julio de 1955.
En uno de sus primeros actos de campaña como candidato del PRI a la Presidencia de la República, en el Parque 18 de marzo en la ciudad de México, ante las veinte mil mujeres asistentes, se comprometió a darles la igualdad política plena:
“Si el voto nos favorece en los próximos comicios, nos proponemos iniciar ante las Cámaras las reformas legales necesarias para que la mujer disfrute los mismos derechos políticos del hombre”.
En cumplimiento de su promesa, Ruiz Cortines presentó la iniciativa de reforma constitucional al artículo 34, el 9 de diciembre de 1952; fue aprobada por unanimidad y promulgada el 17 de octubre de 1953.
El artículo 34º constitucional ya reformado, decía a la letra:
“Son ciudadanos de la República los varones y las mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos reúnan además los siguientes requisitos: haber cumplido 18 años de edad, siendo casados, o 21 si no lo son y tener un modo honesto de vivir.”
El presidente Ruiz Cortines nunca se parapetó detrás de vallas, verjas, bardas ni muros para evadir a las mujeres; lejos de descalificarlas como golpistas, derechista, neoliberales o violentas, reconoció sus derechos y su condición de igualdad con el hombre, en lo que verdaderamente fue una transformación que desde luego, él no se autoproclamó sino que su legado ha quedado para la historia.
Ruiz Cortines era hombre de palabra, no de palabrería; su reforma al artículo 34 constitucional fue el cumplimiento de una promesa de su campaña por la presidencia cuya investidura honró.
Su esposa, Doña María Izaguirre, sí fue primera dama y dama de primera; los dos permanecieron casados hasta el fin de sus días.
Don Adolfo gustaba especialmente de jugar dominó en los portales del puerto de Veracruz, donde iba sin escoltas ni ayudantías, ni guaruras; y siempre que estaba ahí, tomando café, las mujeres que pasaban cerca de él, lo saludaban con cariño y respeto, y muchas de ellas le agradecían haber sido el precursor de la verdadera democratización de México, porque hasta su sexenio, el 50% de la población adulta, no tenía derechos políticos.
Al escribir estas líneas, recuerdo que mi padre me contaba cómo, durante los combates de la revolución en el norte, las soldaderas embarazadas, aun así, seguían a “sus juanes” a la batalla, y parían sujetándose de la rama baja de algún árbol, y, después de cortar el cordón umbilical, echaban al recién nacido a su espalda, suspendido con su rebozo, y seguían adelante en su lucha por un México que de nuevo prevalecerá.
Una patria con mujeres así, siempre saldrá triunfadora sobre cualquier adversidad.
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Para Dominique Blaschke
Stahringen am Bodensee
Baden Wurttemberg, Alemania
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