Jordi Roca Jusmet Catedrático de Economía, Universitat de Barcelona
“No se nos debe juzgar por nuestros recursos naturales, que son un regalo de Dios (…). El petróleo y el gas, el viento, el sol, el oro, la plata, el cobre… todos son recursos naturales. Los países no deben ser culpados por llevar recursos naturales al mercado porque el mercado los necesita. Las personas los necesitan”.
Son palabras del presidente de Azerbaiyán, pronunciadas en la inauguración de la última Conferencia de las Partes (COP29) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) en Bakú.Discurso del presidente de Azerbaiyán en la inauguración de la COP29.
Dado que el principal factor del cambio climático es la quema de combustibles fósiles, ensalzar sus virtudes no parece lo más pertinente en una reunión que pretende avanzar hacia una reducción rápida y radical de las emisiones de gases de efecto invernadero, algo matemáticamente imposible sin reducir rápida y radicalmente el uso de estos combustibles. Pero el discurso presidencial puede tener una derivada positiva: poner en evidencia el elefante en la habitación que se ha mantenido prácticamente invisible en la larga historia de la CMNUCC.
Los acuerdos nunca han planteado compromisos de limitación en la extracción de combustibles fósiles, aunque sería la vía más directa –y la única segura– de reducir las emisiones del principal factor causante del cambio climático.
Un propósito que ha quedado en papel mojado
Los combustibles fósiles son protagonistas del cambio climático, pero los grandes ausentes de los acuerdos. A lo máximo que se llegó es a incluir en la COP28 de Dubái (Emiratos Árabes Unidos) un inconcreto propósito de “una transición para dejar atrás los combustibles fósiles”. Y este propósito no se ha ratificado en la COP29 debido sobre todo a la presión de Arabia Saudí.
En términos económicos, el enfoque de los acuerdos ha sido siempre por el lado de la demanda: se espera que las acciones de los países (como el impulso de energías renovables o el fomento del transporte público) o la penalización en el uso de los combustibles fósiles (como poner precio al carbono) llevará indirectamente a la disminución de combustibles fósiles puestos en el mercado. Y ciertamente es muy probable que sea así, aunque las rentas de los negocios fósiles son tan elevadas que los resultados pueden ser pobres o incluso inexistentes según cuales sean las políticas y la reacción de los propietarios de los recursos.
La búsqueda de compromisos planificados por el lado de la oferta no está en la agenda de las COP, aunque la mayor parte de las reservas de combustibles fósiles que se consideran explotables –y son hoy activos con valor económico– no se han quemarse si queremos aproximarnos a los objetivos climáticos de la CMNUCC: han de quedar bajo tierra.
Las emisiones mundiales de CO₂ no han disminuido porque el uso de carbón, petróleo y gas natural han crecido hasta máximos históricos en 2024.
Cómo limitar la explotación de combustibles fósiles
Sí ha habido propuestas de limitación. Por ejemplo, los economistas Paul Collier y Anthony J. Venables plantearon un plan secuencial de abandono del carbón que comportaría obligaciones progresivas de no aumento y de cierre de explotaciones en diferentes fases temporales para distintos países en un orden justo según criterios de capacidad de pago, emisiones per cápita y responsabilidades históricas.
Aunque son malos tiempos para la cooperación internacional, y para tomar como comparación los acuerdos sobre armas nucleares, vale la pena citar también que el profesor de Relaciones Internacionales Peter Newell y el economista político Adrew Simms abogaron por un tratado de no proliferación de combustibles fósiles a semejanza del tratado de no proliferación nuclear, una iniciativa a la que se han adherido algunos Estados y ciudades.
Ha habido también iniciativas individuales como la de no explotar petróleo en una zona del Parque Nacional del Yasuní, en Ecuador, dada su excepcional biodiversidad y la existencia de poblaciones en aislamiento voluntario, y con el argumento también del beneficio climático de las emisiones evitadas.
La propuesta fue asumida en 2007 por el entonces presidente Rafael Correa condicionándola a que la comunidad internacional compensase económicamente parte de los ingresos monetarios sacrificados. Pero ante la escasez de aportaciones al fondo de compensación creado, Correa decidió renunciar a la iniciativa y permitir la explotación petrolera.
Ecologistas, comunidades afectadas y académicos reclamaron un referéndum y, tras años de litigio, la justicia reconoció el derecho a la consulta. En agosto de 2023 ganó por amplia mayoría (casi el 60 %) el sí a que las citadas reservas de petróleo “se mantengan en el subsuelo de forma indefinida”. Los valores monetarios no siempre prevalecen ni siquiera en países pobres, aunque el gobierno ecuatoriano está posponiendo el mandato del referéndum de desmantelar las instalaciones.
Regalo para unos, maldición para otros
El caso anterior y muchos otros, como el del delta del Níger (Nigeria), donde la compañía Shell explota el petróleo desde 1958, nos recuerdan que el “regalo de Dios” de disponer de recursos naturales del que hablaba el presidente de Azerbaiyán también puede ser una maldición.
Lo que es un regalo para algunos, quizás compañías multinacionales o minorías del país, puede ser maldición no solo para el planeta, sino para la población local que padece la devastación ambiental y social provocada por la explotación de los recursos y que cuando protesta solo recibe represión.
Fue en lugares como Nigeria y Ecuador donde surgió la consigna activista de “dejar los combustibles fósiles bajo tierra”. Los movimientos sociales que se oponen a la minería del carbón o a la extracción de hidrocarburos, que a veces tienen éxito, contribuyen objetivamente –desde la oferta– a frenar el cambio climático, aunque su motivación sea principal o únicamente la protección de su territorio.
Junto a los movimientos sociales es importante el debate académico y político sobre criterios ambientales y sociales para definir cuáles deberían ser las zonas prioritarias donde impedir la explotación de combustibles fósiles, quizás estableciendo en algunos casos compensaciones económicas. En este sentido, Martí Orta-Martínez, de la Universidad de Barcelona, lidera un proyecto para definir geográficamente los yacimientos de combustibles fósiles que no deben quemarse, presentado en un seminario en el marco de la COP29.
Puede sonar utópico buscar acuerdos internacionales desde la oferta, pero lo cierto es que es imposible entrar en la senda de reducción de emisiones mundiales hacia la descarbonización sin un rápido decrecimiento en la extracción de combustibles fósiles. Las COP no deberían cerrar los ojos frente a esta evidencia.
Ante la magnitud del reto climático, no se trata de decidir entre políticas de demanda o de oferta, sino de utilizar ambas, promoverlas en cada país y discutir acuerdos a nivel internacional.
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