El periodista Ciro Gómez Leyva, conductor del noticiero televisivo estelar de la empresa IMAGEN, pareció romper los códigos básicos no sólo de naturaleza laboral, sino del sentido común mismo. Los refranes son sabios, se dice que “la ropa sucia se lava en casa”. El tuit del Señor Gómez Leyva, del día martes 15 de febrero por la noche –misterioso, por no decir “intrigante” desde su primera letra hasta la última– aparentemente exhibió a la empresa donde labora. La exhibió como intolerante y que ejerce la censura (al menos eso especularon no pocos tuiteros suspicaces). Nada más alejado de la realidad. Si acaso hubo un diferendo, como los que existen todos los días en las relaciones humanas, creo este debió ser procesado de forma civilizada, y hacia el seno mismo del consorcio de medios.
¿Que el tuit fue por el aniversario del programa? Falso. Con semejantes agradecimientos públicos a la audiencia solo evidenció que algo no andaba bien. Es grave y poco común lo que ha sucedido. Rebasaría, incluso, los límites de la libertad de expresión un berrinche hecho público. Solo por citar un ejemplo a bote pronto, cabe recordar la forma en la que, en 1989, Guillermo Ochoa salió de TELEVISA, por pasar al aire en su histórico noticiero “HOY MISMO” una entrevista de archivo hecha al recién caído en desgracia líder petrolero Joaquín Hernández Galicia “LA QUINA”. El Señor Ochoa, en ese caso, nunca, hasta el día de hoy, más de 30 años después, se ha atrevido de ventilar detalles reales de ese asunto tal y cómo ocurrió hacia adentro de la empresa; agradecido y un Caballero, Don Guillermo conoce el sentido común, la mesura, y sobre todo, la gratitud para la que fue su casa de trabajo por décadas- aunque haya habido serias diferencias en sendos momentos.
Respecto de lo anterior y también a bote pronto, se me viene la imagen, nada de buen gusto, de Aguilar Camín, esperando (no sé si yo si bajo los influjos del alcohol) el calificativo de “PENDEJO” al presidente de la República al aire y en vivo. Sin duda, pareciera que en México la libertad de expresión no se sabe manejar todavía de la forma más óptima. Solo pediría recordar casos como el de “EL LOCO” Valdés, que por expresar una inocente ocurrencia cómo aquello de “bomberito Juárez” en su programa de televisión fue vetado de los medios un buen tiempo directamente por orden presidencial; o un hecho mucho más opaco y dramático: el caso del influyentisimo periodista Manuel Buendía, en el año de 1984, para ilustrar los avances que hemos experimentado en México en la materia. Muchos pues, no valoran a cabalidad las nuevas libertades, innegables insisto, de expresión casi sin límites, tanto que se suele convertir a ésta en un estéril libertinaje.
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