Lo único que está claro en las elecciones estadounidenses que se celebrarán el próximo mes de noviembre es que el vencedor saldrá del partido republicano o del partido demócrata. Estados Unidos es un sistema esencialmente bipartidista y siempre lo ha sido. De hecho, todos los presidentes, desde 1853, han pertenecido a uno u otro partido. Todo gira en torno al rojo (republicanos) y al azul (demócratas). No hay más colores, como ocurre en la gran mayoría de los países europeos o latinoamericanos.
Pero ¿significa esto que no existen otras alternativas políticas? Pues no. Hay otras opciones: los denominados terceros partidos (third parties) que concurren a la carrera presidencial y presentan candidatos. Aunque tienen pocas opciones de ganar. Su transcendencia en la política interna es más bien escasa y no digamos a nivel internacional. Votar por la tercera vía es visto como un voto de castigo a las dos grandes formaciones.
Suele ser habitual que junto a los republicanos y demócratas concurra el partido verde y el partido libertario, además de independientes. En estas elecciones, por ejemplo, presentó su candidatura Robert F. Kennedy Jr. –sobrino de John F. Kennedy e hijo de Bobby– quien, tras abandonar la formación seña de su familia, esperaba aglutinar el voto de los descontentos. Finalmente ha dejado la carrera presidencial y ha dado su apoyo a Donald Trump.Vídeo en el que Robert F. Kennedy presenta su candidatura en español.
Quien aún se mantiene es el outsider Cornel West, un profesor universitario de Filosofía que destaca por su activismo en pro de los derechos civiles y por sus duras críticas contra la gestión del expresidente Obama. Se presenta bajo el partido Justice for All –Justicia para todos– y es uno de los intelectuales más sobresalientes de Estados Unidos.
El bipartidismo imperante se puede explicar por la propia configuración del sistema electoral estadounidense. Contar con colegios electorales, con un sistema de voto presidencial indirecto, desmotiva que el electorado apoye a terceras opciones por las pocas posibilidades de éxito. Y la configuración de distritos uninominales provoca que el partido que gane se lo lleve todo (winners take all). Esto propicia la concentración del voto.
Causas históricas
Estados Unidos se forma como una nación bajo los principios del republicanismo y el liberalismo. Estos valores gozan de gran consenso nacional. Por eso la diversidad política ha sido menor que en otros países europeos. Cualquier partido que difiera de esos dogmas tiene muy difícil calar entre la población. La controversia partidista gira en torno a cómo se aplican esos principios, no sobre ellos mismos.
Históricamente, el sistema bipartidista ha sido muy habitual en Estados Unidos. Aunque al principio el Congreso estaba formado por representantes sin pertenencia a ningún partido, pronto cambió esta situación y se formaron dos facciones, que evolucionaron hasta la división actual. Y, así, desde hace más de 170 años el mando presidencial de Estados Unidos queda bajo poder republicano o demócrata.
Además, los dos grandes partidos aglutinan fácilmente las nuevas reivindicaciones del electorado gracias a su flexibilidad organizativa, ya que son en esencia grandes coaliciones de intereses. Puede ocurrir que los representantes de una agrupación política tengan diferentes posturas sobre una misma cuestión. Como consecuencia, el margen de nuevos partidos con ideas distintas es muy estrecho.
Dificultad financiera
A todo esto hay que añadir que tanto las primarias como el sistema de financiación desincentivan la aparición de terceras fuerzas. Un candidato alternativo difícilmente podrá acceder a los fondos públicos y tampoco atraerá a contribuyentes privados, ya que estos concentran sus esfuerzos en aquellos con expectativas reales de ganar.
Además, se une la presencia en el ámbito mediático. La prensa focaliza su atención en los grandes partidos y deja al margen a los third parties y a los candidatos independientes. Localizar información sobre las opciones minoritarias es más complicado.
Por contradictorio que pueda parecer, en un país tan grande y diverso (con 50 estados y más de 330 millones de personas) tan solo existen dos grandes partidos con posibilidad de tomar el poder ejecutivo. A pesar de que no hay impedimento legal para que otras opciones compitan, lo cierto es que la propia idiosincrasia institucional, histórica y financiera desmotiva su participación. De ahí que la arena política carezca de una paleta de colores diversa y esté dominada por el rojo y el azul.
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