¿Por qué importa discutir conceptos como igualdad o libertad, cuando hay problemas tan graves que desgarran al país y al mundo? Me parece que entender lo que significan puede esclarecer por qué llegamos a este punto de encono, violencia y polarización sociopolítica. Hay varios estudios en los campos social y epidemiológico que revelan cómo los países se han fracturado a causa de la enorme desigualdad que padecen (y ha favorecido el arribo al poder de líderes radicales). No se trata de opiniones. Son análisis basados en la observación empírica, clínica y estadística que muestran el daño a la convivencia y la salud.
En sociedades donde unos tienen mucho y, las mayorías muy poco, se producen divisiones tajantes que cancelan la comunicación y la cooperación. En este ambiente, dos fenómenos contribuyen a que las diferencias se vuelvan abismales: las redes sociales facilitan conectar y relacionar a los que piensan igual; también excluyen y riñen a quienes no coinciden. Los estudios de análisis de datos muestran que son excepcionales los casos en los cuales usuarios de diferentes rentas económicas se comunican. Es decir, pocos de abajo se cuelan hacia las redes de los adinerados y al revés, los de arriba no voltean para abajo. Líneas adelante trataré el otro fenómeno que causa la desigualdad.
Los mundos de unos y otros son tan diferentes, y las experiencias de vida tan distintas que no tienen de qué hablar. ¿Qué puede dialogar una persona que sufre violencia en su familia, en la escuela y en su barrio, con otra cuya enseñanza es bien organizada y estructurada, que tiene sus necesidades satisfechas y desconoce la agresión física como verbal? ¿Le interesa a uno saber que en la escuela del otro carece de agua, de mobiliario en sus salones, de internet, que por sus manos apenas ha tocado un IPad y desconoce el mundo digital? ¿De qué pueden hablar? ¿Qué puntos en común tienen para comunicarse? Vamos, hasta el caló de uno y otros grupos suelen ser impenetrables.
El otro fenómeno que ocasiona la desigualdad extrema es la polarización política. Para comprender la causa que ensancha la separación entre los grupos sociales es conveniente entender los problemas que genera la desigualdad en los ámbitos personal, social y la salud. El primer problema que suscita tiene que ver con el estatus social. Las personas necesitamos reconocimiento, pues nos brinda un lugar en la sociedad, una identidad y un sentido de pertenencia. En países donde las comunidades son fuertes, gracias a la solidaridad y a las políticas e instituciones públicas que favorecen piso parejo para sus miembros, una desventura no hunde al individuo en la ignominia y la desgracia. Su status social permanece. No sufre angustia ni depresión.
En cambio, en las sociedades altamente individualistas, cuyas políticas públicas relegaron el bienestar común y alientan a que cada miembro sea Robinson Crusoe (un burgués autosuficiente, pragmático y de moral suprema), un cambio en la suerte del individuo puede hundir su reputación y su estatus social. Su posición se degrada. De acuerdo con diversos estudios, las sociedades concebidas como un conjunto de individuos, genera altos niveles de estrés y ansiedad, pues carecen de redes de apoyo social; se saben solos, desamparados, aislados, porque su sobrevivencia y reconocimiento social depende de su esfuerzo. Son naciones que padecen altos niveles de angustia, depresión y violencia.
Durante más de medio siglo en Estados Unidos han medido los niveles de ansiedad y angustia en los diversos grupos de edad, y han encontrado un constante incremento. En otra investigación, la Universidad de California midió los niveles de cortisol a personas a las que evaluó su autoestima y estatus social mediante la ejecución de diversas tareas. El cortisol es una hormona que segregan los hombres sometidos a situaciones estresantes. El estudio comparó a personas con lazos comunitarios fuertes y otras donde predominaban desarraigo e individualismo. Los resultados encontrados en este segundo grupo fueron niveles de cortisol muy altos, coincidentes con baja autoestima y precaria identidad, por lo que requerían gran esfuerzo para reafirmarse.
La necesidad innata de reconocimiento social para mantener la autoestima y el estatus social obliga a estos últimos individuos a buscar formas incluso extremas para autoafirmarse. En Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva, Richard Wilkinson y Kate Pickett dicen: cuando en la sociedad solo se posee estatus (y un estatus muy inestable e inseguro), las personas no tienen otras bases para sostenerse y entra en terrible amenaza su sentimiento de pertenencia. Por eso la sensibilidad tan alta a sentirse menos que las personas que les rodea. Y, en consecuencia, buscan diversas formas para recuperar su estatus, identidad y pertenencia en un mundo anónimo. Una de ellas es la violencia; otras son el elevado consumo de alcohol y otras drogas.
La desconfianza social es un efecto adicional al perder el sentido de pertenencia e identidad. Igualmente, es mayor la mortalidad, así como los suicidios. De la misma manera, se encontró que los niveles de obesidad y de enfermedades cardiovasculares. El organismo humano bajo estrés tiende a acumular la grasa. El estrés propicia un mayor consumo de calorías. Una persona bajo estrés come más y guarda más grasa. Los efectos de la comida en el cerebro son similares al consumo de drogas estimulantes. La comida funciona como consuelo psicológico en situaciones de estrés aun y cuando esta ingesta excesiva e innecesaria de calorías sea negativa para la salud. Como se aprecia, la desigualdad tiene efectos perniciosos en los ámbitos social y de salud.
En política también tiene manifestaciones inquietantes. Y este es el otro fenómeno disruptivo que genera la desigualdad. Cuando un líder carismático propone a las personas que se sienten humilladas (porque su estatus social es precario e inestable y su autoestima destruida), que es su vengador, que les va a reivindicar ante aquellos que los hacen menos y que les va devolver su antigua grandeza, entonces le van a seguir a donde les diga, sin importar las consecuencias ni los resultados de la aventura. Entender cómo la desigualdad destruye la autoestima y el sentido de pertenencia es fundamental para conocer los resortes que mueven y convocan los discursos y relatos de reivindicación y revancha a miles de personas anónimas que perdieron su identidad y autoestima.
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