Nuevos ciclos, nuevos hábitos

La labor que desempeña el hábito consiste en sistematizar la cotidianidad de tal manera que las acciones inmediatas estén predeterminadas de tal modo que podamos realizarlas pese a nuestras indecisiones y titubeos. 

21 de enero, 2022 cambio de horario en México

Los ciclos existenciales que decidimos emprender suelen estar impulsados por razones internas muy potentes, pero son entorpecidos por resistencias y dudas. Para ello no hay herramienta más útil que el hábito, que sistematizan la cotidianidad de tal modo que las acciones inmediatas estén predeterminadas de tal modo que podamos realizarlas a pesar de nuestras indecisiones y titubeos. 

Una vez explicados los ciclos preestablecidos y los existenciales, y la relación sinérgica y de generación de armonía entre ambos, corresponde ahora hablar de cómo los nuevos ciclos se llevan a la práctica en la realidad. 

Conocer nuestras limitaciones y potencialidades, así como tener cierta claridad de propósito son las piezas básicas necesarias para iniciar un nuevo ciclo existencial. Saber lo que queremos, trazar un plan o una estrategia para conseguirlo, y someter esas intenciones a los ciclos tanto naturales como culturales existentes –y ayudarse de ellos para lograr lo proyectado– son algunas de las claves para que las resistencias y obstáculos se reduzcan.  

Aunque a veces nos gane la pereza, las distracciones o la procrastinación, o incluso nos asalte la incertidumbre, el hecho de finalizar un ciclo produce una especie de vacío. Si el resultado del ciclo que finaliza fue positivo, la sensación de oquedad suele traducirse en disponibilidad y apertura, mientras que si el ciclo que termina dejó frustración, tristeza, pérdida o insatisfacción, lo que suele imperar es el miedo, la ansiedad y la carencia. Lo cierto es que durante el tiempo en que ese ciclo no es sustituido por uno nuevo, sabemos que ese ámbito de la vida debe ser ocupado por un nuevo capítulo. Éste puede centrarse en la nostalgia por lo periodo o por lo que no fue, o puede funcionar como motor para un nuevo comienzo que nos conduzca al cambio y la renovación. Al final todas las posibilidades son legítimas, lo importante es la plena consciencia de la opción elegida. 

Cuando el cierre de un ciclo existencial conlleva dolor ante una pérdida irreparable o ante el derrumbe de un propósito por el que se luchó por largo tiempo sobran motivos justificados para abandonarse al desconsuelo y la agonía. El vacío existencial de un proceso que se cierra sin dejar opción a la reversibilidad suele conducir a la depresión y al pesimismo; sin embargo, también puede plantearse de otro modo: cuando un ciclo se cierra, de la manera que sea, la única opción imposible es la inmovilidad el que las cosas se queden en punto muerto, sin sufrir ningún cambio. Y ante la inevitabilidad del movimiento, es posible asumir la responsabilidad de que éste no sea de mayor deterioro y decadencia.

Por eso lo deseable es que, ante la imposibilidad de evitar el cambio, lo ideal es participar en la medida de las posibilidades en que en que en vez de que se trate de una caída o una mayor erosión, se convierta en una transformación dirigida, aun cuando ésta tenga lugar con enorme lentitud.

Ante un escenario semejante, el proceso de cambio en sí se vuelve fundamental, y la forma más eficaz de conducirlo, o cuando menos de influirlo, consiste en tomar acciones pequeñas, posibles y realizables dentro de nuestra vida cotidiana, muchas veces de consecuencias imperceptibles en principio, pero que, al ser realizadas con intención y constancia, nos ponen en la dirección en la que deseamos encaminarnos. Como escribió James Clear, “Roma no se construyó en un día, pero se ponían ladrillos cada hora”. En lenguaje simple, se puede resumir en que el verdadero motor para el inicio de un nuevo ciclo existencial consiste en una apropiada construcción de hábitos.  

En su origen etimológico la palabra “hábito” viene del latín “habitus”, participio pasivo del verbo tener. Un hábito es “algo que se tiene”, con lo cual, dejando de lado la compresión materialista, podemos entender el término como una habilidad, una costumbre, una destreza o una capacidad. 

Nuestra vida está constituida por los días transcurridos en ella. Cada una de las experiencias que nos hacen ser quienes somos tienen lugar durante nuestro tiempo concreto de existencia. Y cada uno de esos días están hechos de veinticuatro horas, es decir, estamos inmersos en los ciclos naturales-culturales preexistentes y conviene utilizarlos como plataforma de apoyo y despegue. Para que algo –relación, competencia, actividad, costumbre, etc.- forme parte de nuestra vida necesariamente tendría que estar inserto en nuestro tiempo vital. De lo contrario podríamos estar hablando de las mejores intenciones, de las más sabias comprensiones, de frases motivadoras, de las más avanzadas teorías, pero, de no ir acompañados de un cambio de rutinas, hábitos y conductas que tengan lugar en el tiempo, no serán más que eso: buenas intenciones.

Centrarnos en los hábitos es centrarnos en el proceso y no en el resultado. Centrarnos en el proceso, donde avanzamos un día a la vez, nos anima a seguir adelante, a mantenernos en ruta y a observar día con día cómo los retos y las oportunidades se presentan y se aprovechan, con lo cual dejamos de tomarlas como amenazas de fracaso.

El ejemplo paradigmático tanto de las buenas intenciones fracasadas como de los ciclos culturales preexistentes son los conocidos propósitos de Año Nuevo. Terminamos un año natural con una larga lista de ciclos existenciales deseados, pero casi nunca se consiguen, y esto se debe esencialmente a dos motivos: 

El primero, porque están centrados en el resultado. Una conducta o aspecto personal no nos gusta y lo queremos cambiar; es decir, escogemos algo de connotación negativa de lo que nos gustaría librarnos –como por ejemplo, fumar– sin tomar en cuenta que si está en nuestra vida es porque algún beneficio nos otorga –en el caso de fumar, por ejemplo, liberar ansiedad–. Además, este tipo de propósitos exigen ciclos de “todo o nada”: cualquier cosa que no sea erradicar dicha conducta de forma permanente es un fracaso, con lo cual todo esfuerzo parcial se considera inútil y a esto se suma el hecho de que no solemos tomar en cuenta que debemos obtener de alguna forma el beneficio que esa actividad “aparentemente negativa” nos aportaba, de lo contrario, volveremos a ella, con lo cual las posibilidades de éxito son muy estrechas y demandantes. 

El segundo motivo es porque el nuevo ciclo –ir al gimnasio diariamente, por ejemplo– no cabe en nuestras rutinas. De algún modo nuestros días –el ciclo preexistente básico– ya están estructurados de alguna manera y para que entre un nuevo hábito debe desplazarse alguno de los existentes que libere ese tiempo vital, de lo contrario, esa nueva actividad literalmente “no cabrá” en nuestras veinticuatro horas, lo que la convertirá en irrealizable. 

Los hábitos se asientan y perfeccionan con la repetición, y, nos guste o no, esta dinámica es la materia prima central de un ciclo existencial verdadero. No hay milagros ni magia, simplemente se trata de sustituir unas conductas por otras, de preferencia de forma paulatina, y sostener dicho cambio en el tiempo.

Los ciclos existenciales que decidimos emprender suelen estar impulsados por razones, intuiciones y estímulos internos muy potentes, pero del mismo modo que tienen motivaciones fuertes, son entorpecidos por resistencias, dudas, inseguridades y por simple y llana procrastinación; para luchar contra ellas, no hay herramienta más útil que el hábito. Los planes y proyectos no solo se sostienen de voluntad y buenas intenciones, sino de acciones concretas que podemos trazar y que estén por encima de pensamientos e inseguridades que saboteen nuestros propósitos. Esta es la labor que desempeña el hábito: sistematizar la cotidianidad de tal modo que las acciones inmediatas estén predeterminadas de tal modo que podamos realizarlas a pesar de nuestras indecisiones y titubeos. 

 

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