No todas las opiniones son iguales: opinión experta

Aunque las corrientes dominantes se empeñan en democratizar la opinión, lo cierto es que no da lo mismo quién dice qué. Las conclusiones fundadas de una opinión experta, sin detrimento de la democracia y de la igualdad,...

1 de diciembre, 2023

Juan Carlos Aldir

No todas las opiniones son iguales: opinión experta

Por más que se repita hasta la saciedad que todas las opiniones son iguales y todas deben respetarse y considerarse en el mismo nivel, esto no deja ser más que una rama de la narrativa de igualdad que está muy bien como arenga de campaña pero que en la vida real no debería aplicarse.

No es lo mismo que tu tía Lupita te diga si te duele el estómago significa que seguramente tienes cáncer porque “igualito le pasó a su papá” a que tu gastroenterólogo opine que sería buena idea que consultaras con un oncólogo amigo suyo. En esencia ambos “opinan lo mismo”, ambos se basan en sus conocimientos previos, creencias y prejuicios para emitir dicho juicio, sin embargo ni los fundamentos en que se apoyan son los mismos ni el efecto en quien lo recibe es equivalente. En sentido contrario, valorarás más la opinión de tu tía Lupita, propietaria de una empresa de organización de eventos, cuando te recomiende el centro de mesa que deberías poner en tu boda, sin siquiera tomar en cuenta la opinión que tenga al respecto tu gastroenterólogo. La opinión fundada en un campo no no convierte a nadie en experto acerca de todos, pero del mismo modo, por respetable que pueda ser una opinión, no hay razón alguna para tomarla en cuenta si desconoce por completo el campo acerca del que emite el juicio. El ejemplo más claro está en esas típicas mesas de discusión donde un grupo de contertulios se reúnen semana con semana para hablar y emitir juicios y conclusiones definitivas sobre la más amplia gama de temas.

El mecanismo para emitir la opinión es el mismo tanto en la tía Lupita como en el gastroenterólogo: una amalgama entre el conocimiento adquirido acerca del tema, las creencias y los prejuicios. Pensemos en otro ejemplo: la saga de cinco libros conocida como Crepúsculo, cuya autora es la norteamericana Stephenie Meyer. Ha vendido millones de libros a lo largo de los años y alrededor del mundo. Si preguntamos su opinión acerca de estas novelas a un refinado crítico literario, casi seguro que las describirá con adjetivos poco amables y, en el mejor de los casos, las calificará como mala literatura. Pero si a quien pedimos opinión es una joven adolescente, fiel lectora del género de fantasía romántica y susceptible de fascinarse por las historia de amor y de vampiros, es casi seguro que se expresará elogiosamente de la serie. A diferencia de la tía Lupita y el gastroenterólogo, en este caso ambas opiniones serán opuestas, pero el hecho de que tanto la joven, lectora consumada de literatura juvenil, como el crítico, reconocido especialista en literatura, expresen opiniones fundadas produce que ninguna de las dos pueda considerarse falsa o equivocada. Cada una de las dos visiones interpreta de manera distinta la experiencia de acercarse a los textos, pero ninguna habla desde el desconocimiento o el oportunismo. En todo caso, cada una de esas opiniones será más o menos válida en función del sitio donde se exponga. Si las conclusiones del crítico y de la joven adolescente se publicaran en un simposio académico de la facultad de letras de la Universidad de Salamanca de España, no hay duda que la opinión del crítico recibiría mayor validación. Pero si se vertieran en un blog público acerca de literatura fantástica y amorosa, es casi seguro que la opinión de la joven adolescente fuese más apreciada.

Imaginemos que alguien propone una encuesta desde Twitter donde pregunta si las mujeres y los hombres son iguales. Si diésemos una respuesta automática, una opinión al calor de “subirnos al tren del mame”, estaríamos hablando de nuestras creencias y prejuicios acerca del sexo, del género, del feminismo, pero de ningún modo “responderíamos” a la pregunta planteada. Por otro lado quien propone un ejercicio como ese, en una plataforma como Twitter, no busca en lo absoluto conocer la opinión de sus seguidores sino desencadenar una polémica que genere tráfico en sus redes sociales. Si alguien verdaderamente se planeara el tema con seriedad tendría que subdividirlo en distintas vertientes como la biológica, la filosófica, la jurídica, la psicológica, la histórico, etcétera, e involucrar a una amplia gama de expertos en cada campo para generar una discusión basada en argumentos y razones y con todo ello buscar una síntesis que de un panorama general de la cuestión. El problema es que ese tipo de acercamiento a los temas importantes no da likes.

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