Narrativas: cómo las ideas cambian al mundo 

¿De qué manera una idea puede consolidar –mejorándola– o modificar –transformándola– la realidad que la hizo posible? Lo primero es contrastar tres tipos de ideas: exitosas, disruptivas y auténticamente revolucionarias.  ¿Realmente una idea puede cambiar al mundo?...

23 de julio, 2021

¿De qué manera una idea puede consolidar –mejorándola– o modificar –transformándola– la realidad que la hizo posible?

Lo primero es contrastar tres tipos de ideas: exitosas, disruptivas y auténticamente revolucionarias. 

¿Realmente una idea puede cambiar al mundo?

La respuesta intuitiva seguramente sería: no. Las ideas son abstracciones subjetivas mientras que la realidad objetiva y las estructuras materiales, sociales, económicas y culturales son demasiado sólidas como para que una intención individual sea capaz de modificarlas.  

No hay duda que sería un argumento aplastante, de no ser porque la experiencia empírica nos dice lo contrario: cada objeto, invento, obra de arte, desarrollo científico o tecnológico, ideología, ley, institución, y un largo etcétera, fueron primero ideas que alguien abrigó como posibles y que, tras una combinación de actos y circunstancias, consiguió materializarse y con ello, en alguna medida transformó la realidad. 

Entonces quizá lo que cabría preguntarse enseguida es ¿qué clase de ideas cambian al mundo? Por otro lado, las ideas jamás surgen en la nada, sino como consecuencia de la realidad existente con la intención de consolidarla, mejorarla o transformarla. Para que emerja una idea se requiere un contexto –o un entramado de ellos– que la detonen ¿De qué manera una idea puede consolidar (mejorándola) o modificar (transformándola) la realidad que la hizo posible?

Y además, lo que también nos dice la experiencia es que, de entre el cúmulo incontable de ideas e intenciones –unas brillantes y otras anodinas e intrascendentes– que surgen en la interioridad humana con el propósito de perfeccionar o transformar la realidad existente, sólo un porcentaje minúsculo acaba efectivamente materializándose con plenitud e influyendo de forma significativa en su entorno. 

Así que, vayamos por partes. Lo primero que merecería la pena es contrastar tres tipos de ideas diferentes: las exitosas, las disruptivas y las auténticamente revolucionarias. 

La primera distinción es la más simple. La idea exitosa es aquella que consigue hacer de forma más eficiente, más estética y/o más deseable lo que ya se hacía. Busca la mejora en los sistemas preexistentes, refuerza fortalece y perfecciona la tendencia dominante y el statu quo vigente sin mayores pretensiones transformadoras de fondo. El principio de mejora constante es implementado en un sin fin de organizaciones, estructuras y empresas, y cada vez más es la base para programas de desarrollo humano individual. Las normas ISO son una buena referencia de cómo medirlas y un buen ejemplo de carácter más simbólico y subjetivo de esta dinámica puede verse si analizamos la aparición del célebre exprimidor de cítricos diseñado por Philippe Starck para la marca Alessi. No es otra cosa que un exprimidor manual de jugos, pero esta función tan manida y tradicional Stark consiguió llenarla de belleza, equilibrio y distinción. En la práctica ni siquiera es eficiente para hacer jugos, pero adquirir dicha pieza –más escultura que utensilio de cocina– refuerza su verdadero propósito: apuntalar la idea de que su propietario posee un estilo, refinamiento y estatus por encima del promedio. Como producto es un éxito que no busca modificar la realidad que le da origen, pero sí mejorarla en lo posible, siempre dentro de las tendencias dominantes.

El segundo tipo de idea es la disruptiva. Esta me parece francamente genial, porque tiene el aspecto de “idea revolucionaria”, pero sin tener que pagar los enormes precios que aquella implica. Una idea disruptiva parece romper con las formas y tendencias del statu quo, pero en realidad las reconfirma y fortalece al reencuzar la corriente dominante por un camino que la refresca y renueva aun más que las ideas exitosas. 

Pensemos en un Influencer. No lo es por hacer lo que todo el mundo hace, sino por hacer lo que nadie se atreve, pero entre más parezca “romper el orden establecido”, más éxito tiene dentro de la corriente mainstream y más popular se vuelve. Paradójicamente el éxito disruptivo, una vez que se asienta, se convierte en dominante y, a partir de entonces, debe someterse a la mejora constante para seguir vigente. Es decir, el Influencer que se “distinga” por ser “disruptivo”, tendrá que seguir “pareciéndolo” si no quiere salir del gusto del público que lo encumbró. El Influencer disruptivo necesita “likes”, “visualizaciones”, “followers” y “comentarios”, con lo cual, más allá de la apariencia, no se ha movido un milímetro de la tendencia dominante previa y, por el contrario, la refuerza. Su “perfeccionamiento del sistema” pasa por hacer lo mismo –llamar la atención–, pero de una forma novedosa. Entre más éxito tenga y más sea reconocido como “disruptivo” –sin serlo en realidad–, más dependerá de las plataformas digitales patrocinadoras del statu quo vigente, como Facebook, Instagram, Youtube o Tik-Tok, con lo cual surge lo que me gusta llamar la paradoja del Influencer: para estar en “tendencia” (ser parte del mainstream) tienes que ser “disruptivo” (fingir que lo trasgredes).    

El caso del Influencer puede lucir un poco caricaturesco, pero no deja de ser ilustrativo. Sin embargo las ideas disruptivas lo que hacen es renovar el estatu quo dominante a partir de cambios menores pero significativos que lo revitalizan y fortalecen. Un ejemplo de esta dinámica es la aparición de la plataforma Uber. En el fondo no hay diferencias esenciales al servicio prestado por un taxi tradicional, pero al transformar el “cómo” se accede, se paga y se brinda ese mismo servicio consiguieron una potente innovación que tonificó y trastocó de forma definitiva e irreversible el negocio del transporte público individual: crearon un proceso automatizado, reflejaron la tendencia de la generación millennials –y posteriores– de preferir el intercambio digital al humano e integraron una actividad tradicional al universo tecnológico del siglo XXI.  Además, han sabido leer nuevas posibilidades creando servicios adicionales con la misma plataforma, como la entrega de comida a domicilio y la mensajería. Aun cuando sus estándares de calidad han decaído conforme se han popularizado, fueron disruptivos porque consiguieron renovar conceptualmente un servicio tradicional –ya nadie “toma un taxi”, ahora todos “pedimos un Uber”–, sin necesidad de cambiarlo de fondo.  

Las dos ideas anteriores (exitosas y disruptivas) utilizan las mismas estructuras y sistemas preexistentes para manifestarse, pero las ideas realmente revolucionarias prescinden de las estructuras y sistemas previos –o en su caso los  modifican de manera tan sustancial que terminan irreconocibles– dando lugar a nuevas realidades en diversos órdenes.  

El ejemplo más obvio es la Internet, que transformó por completo una enorme cantidad de sistemas y estructuras humanas en infinidad de ámbitos, en especial en lo que tiene que ver con los procesos de transmisión global de información sin restricciones. Vinton Cerf, nacido en Connecticut, en 1943 y Robert E. Khan, originario de Nueva York, donde nació en 1938 –ambos en los Estados Unidos– crearon los protocolos informáticos TCP/IP que dieron vida a esta red global de información en los primeros años de la década de 1970. 

No hay forma de exagerar la influencia que este desarrollo ha tenido en devenir de la humanidad en las últimas décadas, al grado de provocar el surgimiento de un nuevo statu quo, donde se han trastocado valores, maneras de entender el mundo, tendencias de consumo, educación, y un larguísimo etcétera y que pasó del liderazgo de las grandes corporaciones industriales (Ford, General Electric, Nestlé, etc.) al de un nuevo puñado de empresas tecnológicas (Facebook, Amazon, Google, etc.). Internet, en tanto idea revolucionaria, ha modificado las estructuras sociales y económicas, culturales y relacionales en infinidad de niveles, situación que no ocurre con las ideas exitosas y disruptivas. 

Y todo lo anterior está relacionado con la construcción de narrativas que he desarrollado en las semanas anteriores porque, como he insistido una y otra vez, los tiempos que estamos viviendo son propicios para la renovación de los relatos con que nos explicamos el futuro y pueden abrir caminos para renovar las narrativas caducas, esas que nos han traído hasta aquí, esas que han devastado al planeta, esas que nos tienen en perpetua confrontación unos con otros, cuando la pandemia global que estamos atravesando ha dado lugar a nuevas dinámicas de cooperación, comunicación y empatía inéditas en la historia humana, pero que, desde luego, no se consolidarán solas. 

En el artículo siguiente hablaremos un poco más del proceso mediante el cual surgen y se materializan las ideas que posteriormente son el germen de las narrativas que habrán de darnos, o no, la posibilidad de un futuro. 

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