Los grandes cambios políticos, económicos y tecnológicos sacuden y profanan el modo de vida de las personas. Rompen con sus referentes que orientan su vida y conducta. Como todo animal amenazado, los humanos reaccionamos, primero con miedo, mezclado con angustia y nostalgia y, por último, con ira. Cambiamos nuestro comportamiento. Desconfiamos. Somos hostiles. Nos preparamos para la defensa, el ataque o la huida. ¿Qué perturbó nuestro estado de ánimo? Las causas fueron la globalización económica (caracterizada por la apertura comercial y el libre movimiento de capitales) y la revolución tecnológica. Trastornaron nuestra vida y comunidades.
Globalización. La apertura comercial ocasionó que muchas empresas quebraran (en los países ricos implicó la relocalización productiva a naciones con mano de obra barata, principalmente en Asia). El trabajo estable y a veces de por vida se precarizó. Aumentaron desempleo e informalidad. Destruyó la vida de miles y desestructuró familias, comunidades y ciudades. He ahí la causa del temor, la angustia y la añoranza por un pasado mejor. El libre movimiento de capitales, inexplicable sin la revolución tecnológica -que con un clic hace posible mover de un país a otro miles de millones de dólares o pesos-, ató a los gobiernos al arbitrio del inversionista financiero: devaluaciones e inflación si no seguían políticas austeras, privatización y bajos salarios.
Los gobiernos dejaron de tener peso en la economía y en el bienestar de las personas. Todo se redujo a competencia y mérito escolar (devaluación del trabajo manual y las labores esenciales). Se confinó al gobierno a ser garante de la ley y el orden. Así, la democracia se degradó y vació de contenido: dejó de ser medio para que las personas controlen sus vidas y vivan bien, ética y económicamente. Devino en mero formalismo y medio para llegar al poder. México abrazó esa democracia formal e insuficiente. Y destruyó al ogro filantrópico (el Estado patrimonialista y corporativo) sin sustituto para millones. Angustia y añoranza. En consecuencia, todo tiempo pasado fue mejor.
Miedo, angustia y añoranza reclaman protección, seguridad. Las sociedades exigen hombres fuertes y providenciales que pongan orden, den sentido de pertenencia, de identidad y las reivindiquen. Por ello en el mundo, simultáneamente, son aclamados personajes autoritarios, que entienden y apelan a los sentimientos básicos de desamparo y desolación de la gente. En lenguaje entendible, simple, sin complejidad, se dirigen a sus pueblos y achacan los males a elites, burocracias y contrapesos al Ejecutivo (Legislativo, Judicial y órganos autónomos). Un discurso potente, incendiario, que denuncia esos males, mañana, tarde y noche, forja una nueva realidad y un sentido de identidad y pertenencia. Afloran la ira, el ánimo de revancha y venganza. Las resistencias a este orden populista poco a poco ceden, desaparecen.
Revolución tecnológica. La historia revela que las revoluciones se caracterizan por grandes movimientos especulativos, concentración del capital, destrucción de empresas y modos de vida. Por ejemplo, la invención de la escritura en los tiempos de Pericles transformó a la sociedad griega. La invención de la imprenta trastocó al catolicismo y surgió la Reforma y la Ilustración. La invención de la radio favoreció el encumbramiento de Hitler, Mussolini y Stalin, así como del mismo Roosevelt. Hoy la irrupción de las redes sociales, acompañada de la revolución de la biología, en particular, pero no únicamente, forjan un nuevo paradigma de ver y entender el mundo. Las redes sociales rompieron el consenso del relato liberal y dieron pie a múltiples visiones de la realidad, además de potenciar el discurso populista divisivo.
Y los algoritmos descubrieron los patrones de conducta de las personas y pueden manipular su comportamiento y generar adición, así como atrapar a las personas en mundos paralelos que no se entienden. También sabemos por la revolución biológica que la conducta humana es determinada por la química, por las hormonas y las neuronas. Gracias a ambos descubrimientos sabemos que la libertad del hombre no es una condición innata a su naturaleza. La determina nuestra química y el medio ambiente. Luego, somos predecibles y manipulables. El libre albedrío, que funda libertad personal, democracia y mercado libre se revela como invención filosófica. Elección y pensamiento libres son quimeras. Estamos ante un cambio copernicano, una nueva cosmovisión que cimbra creencias y el edificio social que construimos.
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