Ayer, Diógenes se levantó de su tumba y dijo con una sonrisa de oreja a oreja: ¡todo va bien! ¿Por qué Diógenes, el fundador de la escuela cínica, estaba tan contento? Porque el Mundo Occidental está plagado de votantes caraduras que conducen a la democracia por la trocha ancha del oportunismo propio de los cínicos. ¿Qué vamos hacia un mundo dominado por la inteligencia artificial y el extravío existencial? Peor que esto: estamos entrando a la era del votante cínico (Peter Sloterdijk) que consolida a una sociedad de suspicacia permanente víctima del malestar de las civilizaciones.
Derrochando el legado humanista de la ilustración, los votantes caraduras actúan con el criterio de que, aunque sean corruptos, me van a dar mi tajada. Corrupción que forja una sociedad de suspicacia donde tiene lugar un juego de todos contra todos, pero no de todo el mundo gana. Aunque es sabido que las desigualdades económicas, políticas y sociales se combaten con más democracia dialogística e igualdad de oportunidades, los votantes caraduras apoyan a la dictadura de las mayorías para reciclar a la pobreza y a la discriminación.
Si la libertad de comercio exterior entraña el progreso realmente existente, los votantes caraduras están haciendo ganador al proteccionismo excluyente en nombre del nacionalismo identitario proclamado o silente; pero siempre promotor de la involución y el estancamiento cuando no del aislacionismo de la economía de guerra.
La era de la acción social cínica de los votantes caraduras se conjuga perfectamente con el capitalismo emocional del populismo que se derrama por todas partes convocando al comportamiento sentimental, pero no racional. Renegando de la herencia que nos dejó el Siglo de las Luces, los votantes caraduras están gestando una humanidad animalizada propiciatoria del oscurantismo.
Ese comportamiento social cínico despuntó y despunta en las élites tradicionales y en las nomenclaturas populistas (Ibidem), oponiendo el autoritarismo a la fatiga prematura de la democracia dialogística mientras las redes sociales confortan a la egolatría estúpida de los participantes caraduras, los cuales terminan votando al candidato más carismático, sea cual sea su plan de gobierno, aún el de no tener ninguno.
Falla el Estado porque falló el mercado, y falla el mercado porque falló el Estado, pero, sobre todo, falla la educación en valores a causa de los fallos del Estado y del mercado. Por lo cual, nadie promueve el bien común reservado al discurso demagógico de la clase política, en donde figuran los comentaristas de los medios de comunicación masivos, maestros e intelectuales; muchos de los cuales legitiman al votante caradura (Sierakowski) otorgándole carta de ciudadanía.
Contrariamente a lo que sucedía anteriormente, ahora la zanahoria son los votantes y el burro los partidos políticos. Así lo demostró la sublevación popular chilena en 2019, o la oposición cubana, o el rechazo a la amnistía decretada por Pedro Sánchez en España. Estas movilizaciones multi ideológicas tienen sus cosas buenas y sus cosas malas; una buena: evidenciar un consenso horizontal en la población; otra mala: poner de relieve que la educación en valores solo se está alfabetizando. Recordemos que la mejor forma de regular a la inteligencia artificial, es que los utilizadores tengan una educación en valores avanzada.
Cierto es que deviene imposible pensar en el progreso durante esta actualidad de la Incertidumbre XXI fabricada por las guerras comerciales, la desintegración económica remitida al nearshoring, los populismos proteccionistas y las guerras de diversas intensidades; todo esto en una nueva matriz institucional y organizativa madre de todos los oportunismos; empezando por el de los votantes caraduras.
Si el progreso se borró del conjunto de nuestras expectativas, forjaremos una sociedad involutiva y excluyente, la cual justifica cualquier menosprecio del otro; particularmente si es inmigrante. Desprecio del extranjero que será enarbolado por el voto de los caraduras quienes niegan fóbicamente a nuestra naturaleza donde todos somos inmigrantes, entonando las estrofas del neo fascismo y dándole una nota especial a la masificación de la deconstrucción postmoderna.
En las vísperas de la Revolución Francesa de 1789, un representante del Antiguo Régimen dijo alegremente: ¡tout va bien!, sin pensar ni un instante en la guillotina.
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