Dicen por ahí que una verdad es una mentira repetirá mil veces. ¿Qué pasa cuando pensamos que el machismo es solo aquel acto de violencia física ejercido de un hombre a una mujer y pasamos por alto todos los comportamientos que de alguna u otra manera nos minimizan, ofenden, anulan y lastiman?
He escuchado cientos de veces mujeres diciendo: “A mí mi pareja jamás me ha levantado la mano”; “Es super buen esposo porque me ayuda cuidando a los hijos”; “Si no estoy, él mismo lava sus platos”; “No me deja trabajar, pero me da todo lo que necesito”; “No le gusta que ande de minifalda o pantalones ajustados”; “No me dice nada si salgo con mis amigas”.
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De cuántas formas somos las mismas mujeres las que maquillamos el machismo haciéndolo ver como amor y tolerancia. Pensamos que si el señor no encuentra en su casa lo que necesita lo va a ir a buscar a la calle y está bien; que si no estamos siempre delgadas, guapas, con nuestra casa y nuestros hijos impecables, de buen humor, listas para cualquier demanda sexual que él tenga, con la cena caliente en el horno y dispuestas a satisfacer todas sus necesidades, él se cansará de nosotras e irá a buscar la atención que merece a otro lado.
El término micromachismo lo acuñó por primera vez el psicólogo Luis Bonino Mendez en 1991 para nombrar aquellas prácticas y pequeños actos tiranos y violentos hacia una mujer, llámese pareja sexo afectiva, cónyuge, hija, amiga, compañera, subordinada o alumna.
También dividió los micromachismos en dos categorías principales:
Los Coercitivos se refiere a cuando la parte masculina se impone a la femenina en su condición de más fuerza física, capacidad económica, social o psicológica. En éstos encontramos el abuso de la fuerza física, la violencia psicológica, el discurso pasivo agresivo y la ausencia de equidad en el trabajo y la escuela.
Están también los micromachismos encubiertos, que es cuando el hombre no toma en cuenta las necesidades o deseos de la mujer, imponiendo su autoridad para que ella haga lo que él quiere. Éstos muchas veces son confundidos con tolerancia y sin verdaderos abusos de confianza en los que la mujer queda como una criatura sumisa frente a las imposiciones del hombre.
Todas las mujeres, sin excepción, hemos sido víctimas de la descalificación a causa de nuestra condición, todos aquellos comentarios anuladores en los que se refieren a las mujeres como no aptas para tal o cual trabajo, no entendidas sobre ciertos temas, no capaces de participar en alguna conversación o debate, ignorantes, incapaces o simple y sencillamente presas de sus cambios hormonales que les impide tener un desempeño laboral óptimo.
Por difícil que debería parecer de creer, las mujeres somos relegadas como ciudadanas de segunda (en el mejor de los casos) increíblemente cuando somos nosotras las responsables de que la humanidad siga existiendo, ya que somos las únicas que podemos embarazarnos y por lo general las encargadas de la crianza y educación de los miembros de una comunidad, lo que debería de ponernos en un estado de privilegio y no de desventaja.
Lo más triste es que muchísimas veces son además de los hombres muchísimas mujeres, madres, hermanas, hijas, jefas, las que obstaculizan el desempeño de las mujeres al no permitirles desarrollarse en el ámbito que ellas quieran y enseñando a sus hijas o descendientes que el lugar de la mujer siempre será caminar detrás de un hombre, que si no se casa, prácticamente no se realiza, usando frases tan absurdas como “No hizo su vida” y que si elige trabajar en vez de dedicarse al cuidado de sus hijos es una desobligada merecedora del escrutinio social. Cuántas veces somos las mismas mujeres las que nos escandalizamos por la libertad sexual de nuestras amigas y las criticamos llamándolas de mil formas ofensivas y denigrantes.
Si no empezamos nosotras mismas por apoyarnos y ser sororas ante aquellos que nos hacen menos por nuestro género, no habrá forma jamás de que los otros entiendan, respeten y atiendan nuestras necesidades y reconozcan nuestra fortaleza, siendo cómplices y no enemigas representaremos realmente un sexo con los mismos derechos y obtener por fin el reconocimiento que se nos ha negado en prácticamente toda la historia de la humanidad.
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Fuentes:
Alejandra Esquer Lejtik y Sofia Candiani Jimenez “Los Machismos aceptados por la sociedad”
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