La semana pasada me permití abrir una puerta complicada y, como era de esperarse, además de la mía creo que se movieron varias conciencias. Me llamó mucho la atención la respuesta de la gente que me hizo el favor de leerme. Pareciera que la gordofobia está mucho más presente y nos persigue a todos, seamos o no personas con sobrepeso.
No dejo de pensar en los comentarios a los que se suman nuevos casos de discriminación por obesidad o por cualquier otra característica que nos impidan entrar en el estereotipo que se nos vendió desde siempre sobre lo que es un cuerpo saludable y aceptable. Peor aún, no solo molesta nuestro peso, nuestra imagen, nos molestan las preferencias, las orientaciones y los gustos de los demás.
Fui a ver la multimencionada película “La ballena”. Me dejó con muchas más interrogativas. No solo es malo ser una persona con sobre peso, ser además homosexual demoniza a cualquiera que ose vivir o intentar vivir como una persona común y corriente y ser feliz, enamorarse, escalar profesionalmente.
Ser mujer y tener sobrepeso es casi un pecado mortal. No es un tema de salud, a pocos nos interesa saber si verdaderamente la persona en cuestión tiene problemas de salud. El asunto es mucho más profundo, no nos preocupamos nos sentimos agredidos, nos sentimos con el derecho de juzgar, de aconsejar y de rechazar.
La obesidad como muchas otras enfermedades responden a un historial multifactorial de razones, desde herencia genética hasta problemas hormonales, de tiroides, de traumas por maltrato o rechazo en la infancia. ¿Por qué nos molesta vernos entre nosotros? ¿Por qué nos molesta vernos en el espejo?¿Por qué somos tan duros con nosotros y los demás?
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No dudo que haya gente que ame el ejercicio y que disfrute de comer sanamente, pero también somos muchísimos –y me cuento en esta categoría– quienes nos hemos castigado en el gimnasio y vivimos llenos de restricciones solo por pertenecer, por ser aceptados, aunque en el fondo no sintamos que estemos mejor o peor física o emocionalmente por estar delgados.
Esta semana en particular me he notado muy sensible al tema. Noté comentarios, conversaciones, gestos de aprobación y de rechazo con respecto a la imagen corporal del otro. Una compañera de trabajo ha bajado mucho de peso. La verdad yo no había reparado en eso hasta que me di cuenta de la gran cantidad de personas que la felicitaban por haber adelgazado. Nadie le preguntó si estaba bien, si estaba triste, lo único que repetían era: “muchas felicidades, vas de maravilla, sigue así”.
Una Paty Chapoy visiblemente molesta por tener que ofrecer una disculpa pública a una cantante a la que hace algunos años llamó gorda. Haciendo ver cómo una exageración el hecho de que exista la comisión nacional para prevenir y erradicar la violencia contra la mujer (CONAVIM); y es que hasta en esto nos tienen que regular, porque nosotros, miembros de una comunidad, somos incapaces de medir el alcance de nuestros comentarios y de moderar nuestras críticas y entender que el sustento de cada criterio es tan subjetivo como cada ser humano.
Si es riesgoso para la salud vivir con sobrepeso, pero no nos garantiza ser delgados estar exentos de contraer cualquier tipo de enfermedad. No nos preocupa ni de cerca que nuestros jóvenes, nuestros adolescentes, las mujeres y mucha gente en general se mantenga delgada a base de restricciones, laxantes e incluso anfetaminas, jornadas extenuantes en el gimnasio, fajas que cortan la circulación y lastiman la piel.
Vivimos en una sociedad gordofóbica y todos somos parte del problema, todos hemos hablado del cuerpo de los demás, todos hemos contribuido a este problema y lo peor es que fuera de solucionarlo, lo único que hemos logrado es sentirnos peor y hacernos más conscientes de que no merecemos vivir si no somos física y socialmente correctos.
Creo de deberíamos replantear el tema y reconocer que señalándonos no estamos llegando a ninguna “Solución”, creo también que el problema de las fobias no está en las demás personas sino en los ojos de quienes las ven.
La gordofobia, la homofóbica, la morenofobia, por mencionar solo algunos casos, sí son verdaderas enfermedades que laceran a nuestra sociedad. Aceptarnos como somos y dejar vivir a cada quien como mejor le parezca sería mucho más sencillo y sano para todos.
Pero entonces ¿cómo expropiarnos nuestras propias culpas y deficiencias el día que no tengamos la oportunidad de meternos en la vida de los demás? Queda la pregunta en el aire. Cada uno sabemos qué tanto daño hemos hecho o hemos permitido que nos hagan y si vamos a seguir con este modo tóxico de convivencia.
Más atención deberíamos de prestar a las nuevas generaciones que defienden las garantías individuales de cada persona y reprueban los hábitos que sus padres tenemos de opinar sobre el cuerpo y el comportamiento de los demás.
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