Del segundo informe de gobierno en materia de economía puede desprenderse poco; realmente nada que complemente los enunciados matutinos del presidente. Sabemos que no le gusta tocar el tema de la economía porque también sabemos que no le gusta tocar temas en donde pierde. El rezago de la economía viene desde su toma de posesión y tal vez desde antes, por las cancelaciones importantes como presidente electo. Es preciso abundar en las encuestas y en sus costos. 200 mil millones de pérdida en Texcoco no es cifra que pueda ocultar el atropello de un ejercicio simulado en adopción y convencimiento ciudadano.
Muchos analistas han aportado los verdaderos costos del traslado de un aeropuerto de talla mundial a uno de características de carga aérea. Más allá de los costos, las implicaciones para la economía mexicana han evolucionado en el verdadero matiz de futuro para la nación. Es imposible hallar la explicación de una decisión que por simple sentido común se hubiera sostenido. Se desechó y el deshecho incluye un anticipo de derrota por la magnitud de la obra y otro más por la imposición no cuantificada de una visión anclada en la obstinación y en un falso horizonte que pudiera suplir un activo real por un proyecto imaginario.
Después de dos años, la situación no cambia. La pérdida es real y la suplantación está muy lejos de arrojar una solución. Podemos imaginar un espacio aéreo asfixiado y contrariado en la escena internacional, la que cuenta en materia turística y en materia de relaciones con el mundo entero, como ya lo teníamos en 2018. Así nació lo que pretendía ser una transformación. El error de inicio cimentó una ruta de fracasos. Lo que parecía una interpolación de proyectos alternos se convirtió en una constante de dispendio sin límite en una mira al interior de la nación y se le llamó rescate. Ser autosuficientes en energía y alimentos, metas de un retraso generacional. se alzaron como premisas de esta transición.
La petrolera mexicana fue la primera afectada con esa mira redentora de valores y de rescate, cuando la empresa tenía utilidades y contaba con contratos de exploración profunda para nunca más refinar y nunca más perder el capital recuperado en 2018. Las refinerías cuentan con un nivel de atraso de más de cuatro décadas en tecnología y en planta operativa. Seis son y seis pierden gradualmente su capacidad de operación. Rehacer su operatividad va simplemente contra toda lógica financiera y de mercado.
Las cifras que este gobierno no podría ocultar reúnen más de 600 mil millones de pesos de pérdidas en solo ocho meses. Eso ha perdido PEMEX. Dimensionar esta pérdida en el entorno de lo creado por la nación en la suma de bienes y servicios, aunado a la deuda de la petrolera, representa el 12% de ese total, de esa suma, producto de la nación. Este caso es único en el mundo, ninguna empresa en otro entorno del orbe, estaría operando. Esa gravedad reúne el concepto de rescate de una empresa que no necesitaba ser rescatada.
La visión de este gobierno no se ha detenido ahí. La comisión Federal de Electricidad también merecía ser rescatada; desde luego no era preciso hacerlo, dadas las condiciones de legado de una Reforma Energética que negaba materiales fósiles en la producción de energía y abría a la inversión del exterior, sin riesgo para la nación, energías limpias y renovadoras. En este entorno tan controversial existen capítulos de recomposición de rumbo, radicados en nuestra Corte Suprema.
El dispendio siguió su desbocado camino para situar una premisa falsa de recomposición de la economía y de los mercados de consumo. Se instaló una dádiva sin padrón y sin estructura en Jóvenes Construyendo El Futuro, un eufemismo para una construcción clientelar. Esta acción y otras que cimentaban un ahorro pretendido en una imaginaria de desvío de recursos, jamás se dio y de una cifra presupuestada en quinientos mil millones de pesos, un solo peso nunca apareció. El desequilibrio proyectado en esa imaginaria y un presupuesto destinado a obra innecesaria, ha creado un déficit real de la cuenta pública.
Las cuentas de este gobierno nunca podrán cuadrar cuando la infraestructura en franco descuido se interpretó como necesidad en tres áreas no demandadas por el sector creador de recursos, el empresarial. Las reservas para fines muy distintos a las tres áreas de concentración de esta transición, se han agotado y la deuda tendrá que hacer su parte. El problema es que los simples costos de emisión de papel gubernamental y sobre todo el de PEMEX ya encareció el costo del capital y el servicio de la deuda.
Los castigos a PEMEX y al país cuestan y cuestan mucho. No es preciso elevar el valor nominal de la deuda existente, la simple renovación y las pérdidas de grado de inversión se encargan de hacerlo. Se han recibido préstamos de nuestros organismos financieros internacionales de nuestra región y se han destinado a coberturas inmediatas. En tanto no se etiqueten los créditos para proyectos de plazo, la recuperación de la economía no se dará, porque estos no existen.
El ahorro que se denominó republicano lastimó áreas prioritarias del contrato social; el ahorro simplemente se tradujo en recortes sin miramiento para destinar el recurso presupuestado a las ofertas de captura electoral y a las tres obras innecesarias y no prioritarias del gobierno. La ineficiencia en el aparato del gobierno debilitó la vía institucional y las funciones específicas de innumerables organismos en educación, campo y sobre todo, en salud pública.
Tenemos un gobierno asfixiado y con escasas posibilidades de salida de las crisis de salud y económica. No existe voluntad de cambio y la guía –por llamarle de alguna manera– radica en la visión de un solo hombre, el presidente, que anuncia como logro una cifra de empleo de cien mil creados en fecha reciente cuando la pérdida es de millones, cuando anuncia un ahorro de 500 mil millones que PEMEX se encargaría de borrar en unos cuantos meses como fue detallado; que anuncia recuperación de la economía cuando cerramos con un 10% de pérdida del producto, que anuncia bases insostenibles de ingreso derivado de su dádiva, finita y atemporal, que anuncia una economía moral, que no existe en ningún rincón del orbe. Esas son sus cifras, nosotros padecemos otras muy distintas.
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