Cuando se desciende por la Avenida de los Insurgentes desde el Ajusco hacia el centro, el copiloto y los pasajeros, si ponen atención, verán una de las maravillas de la plástica mexicana: se trata del mural “La Universidad al pueblo y el pueblo a la Universidad” de Siqueiros. Sus relieves están diseñados para cambiar la perspectiva conforme se avanza, es un mural diseñado para verse en movimiento. La obra que decora parte del complejo del edificio de la rectoría es una declaración de principios. La UNAM solo se debe al pueblo y el pueblo encuentra su casa entre los espacios universitarios. No rinde cuentas a ideólogos ni a los barones del poder. Aunque parezca lejano e imposible, la casa de la inteligencia debe su potencia y su calidad al encuentro de la diversidad, al choque de puntos de vista, a la tortuosa, casi imposible, búsqueda de la verdad científica.
La Universidad no se “derechiza” ni se “izquierdiza”; no justifica modelos ni aplaude estructuras; la universidad estudia, saca conclusiones y las difunde. Crea conocimiento y lo da a conocer. A nadie sirve una institución de educación superior que escupe títulos o sirve de aval político; que muchos universitarios tengan importantes papeles en la vida política o que muchos, muchísimos de los manifiestos que han escrito la vida pública de la Nación, hayan salido de sus aulas no significa que ese sea su papel, sucede porque en un ente vivo de esa complejidad y esas dimensiones, todo sirve a su análisis y todo pasa por el tamiz de su discusión.
La autonomía universitaria es un legado de Gómez Morín, fundador del PAN; el lema de la Universidad proviene de la pluma de Vasconcelos; la estructura de la Junta de Gobierno, de Alfonso Reyes; la defensa de la vida universitaria es legado de Barros Sierra y todo el teatro y el cine del país se debe a mujeres y hombres tan diversos como Rosario Castellanos, José Luis Ibáñez o Felipe Cazals; los científicos que crean vacunas, desarrollan computadoras o estrujan las entrañas del universo, también tienen posturas políticas que están en los laboratorios, en los buques oceanográficos o en el observatorio de San Pedro Mártir. Y cada día, estudiantes de todas las clases sociales, estratos económicos y regiones del país, se parten la… cabeza para aprender y criticar, para imaginar un futuro mejor; muchísimos de ellos son los primeros en sus familias en ingresar a los estudios universitarios y esa experiencia cambiará su vida y la de su entorno, eso es la revolución permanente
Nadie necesita una Universidad obediente o pudorosa ni una Universidad silenciosa o atávica. Cuando uno ingresa a la UNAM se enfrenta a dos situaciones inéditas en la vida: la idea de “comunidad universitaria”; uno oye hablar de ella como de un ideal, de un concepto abstracto, hasta que alguna circunstancia la ataca o algún actor peregrino la emprende contra ella, entonces los universitarios responden para mantener intacto su espíritu y su espacio, ya luego habrá tiempo para ajustar cuentas entre los grupos internos que, como es natural, también existen, pero la comunidad universitaria es fuerte, tanto como la familia ilusionada que asiste al examen profesional de su primer odontólogo en el que están cifradas tantas esperanzas; y la segunda, la intensa codependencia que se desarrolla de inmediato, el universitario se enamora de su casa, la trae tatuada en la conciencia y establece un nexo tan fuerte como el del apellido y la memoria, porque los elementos de esta identidad son la gratitud y la esperanza.
La Constitución obliga al gobierno a prever recursos para la Universidad, no es sueldo ni compra. Cada centavo se usa para descubrir y criticar, para comprender el mañana y construirlo. Y si el gobierno tiene que pagar para que le peguen, le señalen sus errores, corrijan su perspectiva porque para pagar paleros, porristas y lamesuelas, para eso hay otros rubros presupuestales tan folclóricos como inmortales.
En días como este, que pueden volverse aciagos si no somos prudentes, solo nos queda recordar el inmortal consejo de Alfonso Reyes que, por cierto, fue enunciado en el Paraninfo de San Ildefonso: “no nos olvidemos de ser inteligentes”.
@cesarbc70
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