La posibilidad de un universo inteligente

Si la evolución planetaria de la que somos parte dio lugar a la razón y la inteligencia humana, es porque la “inteligencia” de algún modo está dentro de los componentes del cosmos.

1 de julio, 2022 La posibilidad de un universo inteligente

El sentido de la existencia humana está limitado al tiempo de nuestra vida y al impacto que podemos ejercer en el entorno que habitamos. 

Esa capacidad humana para construirse un sentido podría ser reflejo de una inteligencia cósmica subyacente capaz de dar dirección al Todo, aun cuando nosotros no podamos percibirlo. 

Tras los artículos de las últimas semanas no queda todavía claro hasta qué punto estamos determinados por un destino del que no podemos escapar, qué tanto estamos inmersos en el juego cósmico del azar y la contingencia o cuáles son los límites y las formas apropiadas para ejercer la libertad. Y esta imposibilidad de saberlo quizá se deba a que, en efecto, más allá de toda religión o narrativa esotérica, formemos parte de un universo inteligente, aun cuando esta “inteligencia” no se parezca a lo que nosotros consideramos como tal.

La postura destinal está sobre todo centrada en la convicción religiosa de que un Dios nos ha creado y tiene predeterminada una existencia y un final de la misma para cada uno de nosotros. Dependiendo en la tradición espiritual a la que pertenezcamos dependerá a quien se le asigne el papel de gran arquitecto o inteligencia metafísica superior que lo define y lo controla. Es decir que en prácticamente todos los casos se trata de un dios personal que, más o menos a su imagen y semejanza, nos creó para determinar, a la manera de un titiritero, el devenir de sus creaciones. En realidad, si se toma cierta distancia de la creencia propia, es tan posible que esto sea así, como que nosotros seamos quienes creamos a ese dios a nuestra imagen y semejanza y que cada divinidad conocida no sea otra cosa que la sublimación de los deseos, necesidades, miedos y anhelos humanos en distintos tiempos y circunstancias. 

El azar como motor existencial me parece la más inverosímil de las posibilidades. Suponer de verdad que la evolución de la vida hasta los niveles de sofisticación alcanzados tan solo en el planeta Tierra es productos del encadenamiento de casualidades equivale a pensar que si dejamos a un chimpancé en una habitación con una máquina de escribir y suficiente tiempo y papel, eventualmente escribirá Hamlet.  

Por otro lado, la posibilidad de ejercer nuestras voluntad de manera amplia en todas las vertientes de nuestra vida se derrumba con la experiencia cotidiana. De hecho los grandes avances de la humanidad en todos los ámbitos son producto de una lucha contra los límites. Si pudiéramos volar no habría aviones y si nuestra capacidad cerebral fuese ilimitada no habría computadoras, simplemente no harán falta. Se inventan respiradores para quienes, por una condición médica, no pueden respirar; del mismo modo que el nacimiento de la épica y la poesía tiene como motor rebelarse contra aquello que no se tiene o que se busca transformar. Nada de esto existiría si nuestra voluntad se ejerciere de forma natural, inmediata y sin obstáculos. 

Sin embargo, la mezcla de nuestra porción de libertad con la inteligencia que hemos conseguido desarrollar evolutivamente sí que nos ofrece una ventaja con relación a la postura destinal y la basada en el azar: a partir de capacidad de acceder a una consciencia de nosotros mismos cada vez más desarrollada hemos sido capaces de construirnos una existencia con sentido, con propósito, así se trate de un sentido y un propósito limitados, parciales y auto-asignados. 

Quizá el sentido de nuestra vida no sea cósmico, ni dependa de complacer a un ser infinito que nos vigila y cuida a cada momento, sino que se trate de un conjunto de propósitos existenciales, limitados al tiempo de nuestra vida, circunscritos al impacto e influencia que podemos ejercer en el entorno que habitamos. 

  Y esta capacidad humana para, a partir de su propia inteligencia, construirse sentido y dirección permita visualizar una cuarta posibilidad, la de un universo inteligente, en evolución, que si bien avanza en una dirección, ante la falta de perspectiva, nosotros no podemos conocerla. Se trataría de una inteligencia cósmica que genera nuevos espacios para la creatividad y la innovación en busca de su propia evolución.    

El hecho de que algo sea para los seres humanos inexplicable o incomprensible no confirma ni que exista ni que no exista una explicación, simplemente retrata una posibilidad que con las capacidades racionales y cognitivas actuales, y desde la limitada perspectiva humana no podemos siquiera visualizar. 

Sin embargo, a partir de una hipótesis que proyecte la propia experiencia humana y lo que sabemos del funcionamiento del planeta y del sistema solar, permite suponer que habitamos un cosmos creativo, y que este cosmos creativo pudiera ser un Todo que opere bajo ciertos parámetros universales, y que me atrevería a llamar inteligentes, donde las estructuras que le permiten operar no necesariamente impiden las posibilidades de innovación, creatividad y evolución, permitiendo, dentro de una realidad con cierto grado de propensión a repetir patrones previos, porciones orgánicas de libertad y azar.

Más allá de religiones y creencias específicas no podemos descartar la existencia de una inteligencia subyacente que participe de la evolución otorgándole un cierto sentido, fomentando ciertas tendencias, poniendo límites y alentando algunos motores de cambio por encima de otros, promoviendo determinadas formas de avance por encima de otras. Si la evolución planetaria, de la que somos parte, dio lugar a la razón y la inteligencia humana es porque la “inteligencia” de algún modo está dentro de los componentes del cosmos y es susceptible de replicarse en distintos lugares, de formas diversas, así como tener manifestaciones más amplias, más simples o más complejas de ella. 

Una vez que miramos el mundo conocido con esos ojos, no debería costarnos trabajo admitir que si bien poseemos un tipo y nivel de inteligencia como especie, nos somos los únicos. Dentro de las millones de variedades de vida que constituyen los ecosistemas terrestres sobran ejemplos de un sinnúmero de manifestaciones de distintos patrones, formas y niveles de ella.  

En infinidad de especies existe un impulso, quizá incomprensible para nosotros, que les permite cumplir con su “propósito existencial como especies” y, por más que nos prefiramos llamarle “instinto”, lo cierto es que no dejan de ser manifestaciones de inteligencia existencial. ¿Qué impulsa a ciertas variedades de aves a viajar miles de kilómetros cada año como mecanismo de supervivencia? ¿Cómo saben hacia dónde deben dirigirse y por qué se trasladan de forma gregaria y ordenada? ¿Cómo determinan cuándo, cómo y hasta dónde? Pero las aves no son las únicas: el funcionamiento de un hormiguero o de una colmena resulta también sorprendente. Y así podríamos seguir recorriendo todo el reino animal e incluso el vegetal. 

Es verdad que un perro o un caballo no pueden escribir La Divina Comedia, pero negar que poseen cierto nivel de percepción, de voluntad e inteligencia que les permite manifestar su “esencia” como perros o caballos es simplemente cerrar los ojos a la realidad. Y qué decir de los seres humanos, capaces de lo más sublime y de lo más abominable. 

En resumen, queda la impresión fundada de que el cosmos en su conjunto, dentro de sus “ingredientes” constitutivos está la inteligencia, la libertad, la voluntad, la creatividad y la contingencia; y si bien éstas se concretan de formas muy distinta en cada nivel de existencia, su mera presencia, si bien no prueba, tampoco descarta la posibilidad de una fuerza consciente subyacente participe en alguna medida en la dirección y destino evolutivo del universo. 

Desde luego que ésta, en caso de existir, no tenemos por qué entenderla o siquiera poder observarla. La lógica, inteligencia y capacidades humanas son inaccesibles para las abejas de una colmena, pero eso ni evita que el sistema de la colmena funcione según su inteligencia y lógica interna ni que los humanos tengamos la capacidad de diseñar, construir y administrar panales sin que las abejas tengan la menor consciencia de que forman parte de sociedad volitivamente constituida por entes distintos de ellas.   

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