El incendio ocurrido el 1 de noviembre en la tienda Waldo’s del centro de Hermosillo dejó al menos 23 personas fallecidas y más de una decena heridas, entre ellas varios menores de edad. Más allá del dolor y la consternación, esta tragedia obliga a reflexionar sobre la responsabilidad institucional y la urgencia de prevenir que algo así vuelva a suceder.
Según las autoridades, la explosión de un transformador dentro del establecimiento habría originado el siniestro. La Fiscalía General de Justicia del Estado informó que la mayoría de las víctimas murieron por inhalación de gases tóxicos. La tienda contaba con un programa de Protección Civil aprobado en 2019 y 2020, pero no fue renovado en 2021, por lo que operaba sin autorización vigente.
El secretario de Gobierno confirmó esta irregularidad, mientras que el gobernador instruyó una investigación “a fondo, clara y transparente” para deslindar responsabilidades. Por su parte, la empresa Waldo’s expresó su solidaridad con las familias afectadas y aseguró que colaborará con las autoridades.
Sin embargo, la tragedia evidencia fallas graves en los sistemas de supervisión, mantenimiento y prevención. Que un establecimiento con alto flujo de personas opere sin un programa actualizado de seguridad es inaceptable; que las inspecciones oficiales no lo detecten ni sancionen, es aún más preocupante. La Fiscalía ha recabado los documentos y permisos relacionados y ha citado a más de 50 funcionarios de los tres niveles de gobierno, así como a directivos de la cadena comercial.
Este hecho revive inevitablemente la memoria del incendio de la Guardería ABC, ocurrido también en Hermosillo en 2009, donde murieron 49 niñas y niños. Aquella tragedia se convirtió en símbolo de la negligencia institucional y de una justicia que ha tardado años en llegar. Hoy, la historia parece repetirse: promesas de investigación, condolencias públicas y un reclamo ciudadano por respuestas rápidas y contundentes.
Hermosillo no puede volver a caer en el ciclo de la impunidad. La justicia debe ser pronta, imparcial y transparente. La ciudadanía tiene derecho a saber qué pasó, quién falló y qué medidas se tomarán para evitar que algo similar vuelva a ocurrir.
Más allá de las responsabilidades penales, esta tragedia debe marcar un punto de inflexión. Es urgente revisar todos los establecimientos similares, reforzar las normas de Protección Civil y establecer mecanismos de verificación reales, no solo administrativos. La prevención debe ser una prioridad permanente, no una reacción ante el desastre.
Las familias de las víctimas merecen acompañamiento médico, psicológico y legal, pero sobre todo, respeto y verdad. La solidaridad institucional debe traducirse en acciones concretas, no en discursos.
El incendio del Waldo’s deja una herida abierta que recuerda que la negligencia también mata. Si esta vez se actúa con rigor y transparencia, podría convertirse en el impulso necesario para fortalecer la cultura de la prevención y la rendición de cuentas. Hermosillo y las familias afectadas merecen justicia; el país necesita que este dolor se transforme en una lección que salve vidas en el futuro.
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