Autor: Orestes Enrique Díaz Rodríguez Profesor investigador en ciencia política, Universidad de Guadalajara
Javier Milei está haciendo correr ríos de tinta por su victoria sorprendente e inobjetable. La Libertad Avanza, su partido, obtuvo 55,79% de los votos emitidos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas el 19 de noviembre. Pero la mayor parte de esa tinta se gasta en reflejar sus claroscuros personales, en vez de aclarar si la solvencia mostrada en las urnas garantiza la gobernabilidad.
De la anomalía a la congruencia
Por una parte, un eventual triunfo de Sergio Massa representaba un desafío a la teoría de la alternancia en el poder en América Latina. Mientras, por otra, el éxito de Javier Milei pone en entredicho la pauta según la cual el acceso al poder solo es factible si la oposición constituye una opción de gobierno creíble.
Hoy sabemos que la amenaza de anomalía empírica se disolvió desde el momento en que millones de votantes de la coalición Juntos por el Cambio, tercera en discordia y eliminada en primera vuelta, tomaron distancia de la división que afectó a sus líderes y optaron masivamente por respaldar al candidato de La Libertad Avanza.
Mientras mayor era la dispersión del voto entre los líderes de Juntos por el Cambio, mayor también fue la cohesión del mismo entre las bases de la coalición. Esa paradoja explica que la anomalía empírica fuera desplazada por la congruencia. Forzado a elegir desde el dominio de las pérdidas, el votante se muestra proclive a respaldar a la fuerza política emergente, la única que no tiene responsabilidad con la crítica situación existente.
Pero el triunfo libertario puso sobre la mesa la duda que nunca despejó la campaña de Milei: como presidente electo, ¿conducirá a Argentina hacia una crisis de gobernabilidad?
Reversión del resultado y crisis de gobernabilidad
Milei, el candidato perdedor de la primera vuelta, finalmente obtuvo la presidencia. La reversión del resultado inicial indica que el candidato que hubiese sido electo bajo un sistema sin dos vueltas (Sergio Massa) cuenta con la oposición de un sector mayoritario de la población. Sin embargo, los problemas de gobernabilidad para el nuevo presidente tienden a incrementarse.
La supuesta legitimidad derivada del amplio respaldo electoral al presidente puede ser dudosa y volátil, ya que en casos como estos se vota contra el perdedor más que a favor del ganador.
Cuando el perdedor de la primera vuelta emerge ganador de la segunda, su situación en el Congreso tiende a agravarse por la diferencia abismal entre su apoyo legislativo minoritario y el sobredimensionado respaldo electoral obtenido en la segunda ronda.
La mayoría artificial genera un falso sentido de respaldo público para el nuevo presidente, quien rápidamente puede verse abandonado por la opinión pública. Simultáneamente, la oposición, que ha triunfado en la primera vuelta, tiende a controlar una bancada legislativa más fuerte que la del partido gobernante y está dispuesta a vengar su derrota. Los mandatarios latinoamericanos Abdala Bucaram, León Febres Cordero, Alberto Fujimori, Jorge Serrano y, más recientemente, Pedro Castillo tuvieron que enfrentar este escenario.
Sin embargo, no todos los casos de reversión del resultado han conducido a una crisis de gobernabilidad.
Tres niveles de crisis de gobernabilidad
Pérez Liñán (2008), uno de los más importantes politólogos latinoamericanos, destaca tres niveles de gravedad de la crisis de gobernabilidad.
Un primer nivel se da cuando el poder ejecutivo cuestiona la legitimidad del poder legislativo y plantea su disolución o viceversa.
El segundo se alcanza cuando uno de los dos poderes encuentra una vía constitucional para efectivamente deponer al otro.
Mientras el máximo nivel se produce cuando los militares intervienen para destituir al mandatario, a los legisladores de la oposición o a ambos.
La reversión del resultado electoral en la doble vuelta puede erosionar, pero no siempre lo hace. Algunos ejemplos lo evidencian, como los casos de los presidentes Leonel Fernández (1996), Jorge Batlle (1999), Andrés Pastrana (1998) y Mauricio Macri (2015).
Para que la reversión derive en crisis, es condición necesaria la existencia de un sistema de partidos fragmentado y escasamente institucionalizado. Esto significa que las organizaciones partidarias además de numerosas tienden a tener un vínculo débil con los representados, por lo que los líderes partidarios son incapaces de forjar coaliciones perdurables.
El sistema de partidos argentino bajo la lupa
El sistema de partidos argentino cuenta con abundantes etiquetas partidarias, pero no se ha derrumbado pese a sufrir recurrentes crisis políticas). Su fragmentación dificulta la gobernabilidad democrática y limita la capacidad del gobierno de alterar el statu quo. Algunos investigadores lo caracterizan como falto de institucionalidad, pero otros lo califican de institucionalizado.
Buena parte de su complejidad reside también en la existencia de tres “arenas electorales”, la presidencial, la senatorial y la de la Cámara de Diputados, y 24 sistemas de partidos provinciales. A este enrevesado marco político se suman dinámicas interpartidarias, que resultan más relevantes que la internas y añaden otro giro de guion al intrincado sistema.
Néstor Kirchner y Mauricio Macri, dos antecedentes
Los mandatarios Néstor Kirchner, en 2003, y Mauricio Macri, en 2015, resultaron derrotados en primera vuelta sin que derivara después en una crisis de gobernabilidad.
La experiencia de Kirchner (2003-2007) no fue tan insólita porque representaba al peronismo, la organización partidista en torno a la que desde hace 80 años giran los demás actores. En cambio, despertó enorme interés el caso de la administración macrista (2015-2019) por su resiliencia. La crisis de gobernabilidad no estalló, pese a la combinación de ajuste con retroceso económico, el quiebre de la narrativa gubernamental de cambio y la existencia de una sociedad civil predispuesta al conflicto.
Cuesta creer que Milei corra con igual fortuna que Macri.
Diferencias entre los escenarios de Macri y Milei
Macri esquivó la crisis de gobernabilidad debido a que su ascenso a la presidencia significó la consolidación de un partido (PRO). Además, la coalición con la UCR le permitió contar con 91 diputados, cinco gubernaturas y 15 senadores. Contribuyó también a la gobernabilidad un peronismo dividido, que habilitó la aprobación de más de cien leyes con un perfil gradualista.
En cambio, la llegada de Milei responde al éxito de un outsider, que apenas cuenta con ocho senadores y 38 diputaciones, lejos del tercio requerido para bloquear un eventual juicio político.
La radicalidad de las iniciativas defendidas por Milei (dolarización, cierre del Banco Central, privatización, etc.) dificulta visualizar un comportamiento colaborativo por parte del peronismo (106 diputados).
Tampoco parece probable que los sindicatos, la Confederación General del Trabajo y los movimientos sociales mantengan relativamente un bajo perfil, como hicieron durante la administración de Macri. En ese periodo, no apostaron por la derrota del plan del gobierno en las calles, sino por el desgaste que facilitaría su derrota en las urnas.
Aunque Kirchner y Macri no enfrentaron una crisis de gobernabilidad, no hay que olvidar que los presidentes radicales Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa se vieron obligados a concluir sus mandatos anticipadamente. Al sistema político argentino no le resulta ajeno elevar la presión y forzar el reemplazo del ejecutivo.
Fortalezas del libertario
Javier Milei no carece de fortalezas. En apenas cinco años logró alcanzar la presidencia. El modelo de gobierno del peronismo kirchnerista luce agotado. El terror a la hiperinflación puede facilitar la aceptación por los ciudadanos de las políticas neoliberales más draconianas, mientras la ultraderecha tiene una presencia significativa en importantes países vecinos como Chile, Brasil y Uruguay.
Sin embargo, hay dudas legítimas sobre la capacidad del libertario para superar estos seis desafíos:
- Evitar que elites empresariales, tradicionalmente beneficiadas de una “relación carnal” con el estado argentino, consigan aislarlo.
- Que su programa económico resulte viable.
- Que consiga sostener niveles de popularidad satisfactorios.
- Que impida a la oposición legislativa conformar una mayoría calificada capaz de impulsar un juicio político.
- Que su batería de reformas neoliberales no articule en su contra a una sociedad civil en movilización permanente.
- Que no resulte abandonado por sus propios legisladores cuando la tensión social se incremente.
Las amenazas al nuevo gobierno, cuando menos, provienen de tres direcciones: el riesgo de hiperinflación, las secuelas de la reversión del resultado electoral y la eventual presión en las calles.
Un fantasma acosa el inminente mandato de Milei, el fantasma de la crisis de gobernabilidad.
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