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La importancia del sentido

2 de agosto, 2024

En su libro El hombre autorrealizado, Abraham Maslow nos recuerda que “Los teólogos acostumbraban a emplear la palabra acidia para describir el pecado de quién no hace con su vida aquello que sabe que podría realizar^⁠¹”.

A mi juicio, en esa idea está el núcleo de lo que suele entenderse como «el sentido de la vida». Como se ve, no se trata de una acción –o un conjunto de ellas– que debamos llevar a cabo todas las personas de manera homogénea, sino que el sentido de la vida individual está relacionado con las capacidades, intenciones y propósitos que cada uno se autoasigne en función de su realidad concreta.

En su libro La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset afirma que “la vida humana, por su naturaleza propia, tiene que estar puesta a algo, a una empresa gloriosa o humilde, a un destino ilustre o trivial. Se trata de una condición extraña pero inexorable^⁠²…”, porque, de lo contrario asistiremos “al gigantesco espectáculo de innumerables vidas humanas que marchan perdidas en el laberinto de sí mismas por no tener a qué entregarse”.

Desde luego, no todos los seres humanos estamos en las mismas condiciones ni pertenecemos a los mismos contextos y por lo tanto no tenemos tampoco el mismo margen de acción para crear sentido, significado y dirección. Para no ir más lejos, tomemos el caso de los prisioneros de los campos de exterminio nazis de los que nos habla en primera persona Viktor Frankl en Un hombre en busca de sentido. Está claro que carecían de la posibilidad de autoasiganrse sentido en función de sus deseos y metas. Pero resulta igual de cierto, partiendo de los testimonios de muchos de los supervivientes, que una de las constantes que les permitió seguir adelante fue asignar una “razón de ser” a su sufrimiento, así fuera el de la resignación o la esperanza de reencontrarse algún día con sus seres queridos. Cuando los márgenes de libertad y agencia se estrechan aún más de lo común, se trata de otorgar sentido –significado y dirección– a lo que sucede en la medida de lo posible, pero conscientes de que renunciar por completo a este ejercicio de la voluntad conduce al vacío y la desesperanza.

La vida no parece tener un sentido preestablecido. Según la experiencia de cada uno, éste habrá de emerger para algunos como una misión predestinada, para otros como producto de una búsqueda o de un descubrimiento o, incluso, como producto de una decisión racional que, justamente, dé significado y dirección a la existencia. Quizá la clave esté en la creatividad, en imaginar un mundo de posibilidades, pero con la condición de no separar los pies de la realidad factual.

Como ya se puede vislumbrar, desde mi perspectiva el concepto «sentido» posee dos acepciones complementarias –o, quizá sería más apropiado decir que una sola pero que se manifiesta en dos dimensiones–: significado y dirección.

En las próximas entregas hablaremos más a fondo de ellas.

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