Acaba de publicarse en la revista JAMA una revisión de interesante artículo acerca de la vulnerabilidad de los adolescentes frente a los chatbots generados por la Inteligencia Artificial (IA). Lo firman las investigadoras Alison Giovanelli y Katrina D.Roundfield. Las cifras que arroja el estudio son sorprendentes: se considera que en Norteamérica tres cuartas partes de los menores de 17 años han utilizado alguna vez la IA, y que poco más de la mitad son usuarios regulares de estas aplicaciones. Las revisoras del artículo comparan los chatbots con las cajas negras de las aeronaves, registran todo lo que ocurre en la red, pero no necesariamente con una mentalidad crítica, como sería el caso de los humanos. Con la totalidad de contenidos captados generan respuestas congruentes a preguntas formuladas, al margen de los valores humanos tradicionales.
Es una realidad incontrovertible que nuestros adolescentes se sienten solos y buscan paliar esa sensación por los medios que tienen a su alcance. Es por ello que este estudio considera que una tercera parte de los chicos estudiados utiliza la IA como acompañamiento y poco más de uno de cada diez jóvenes lo hace buscando apoyo emocional. De entrada, es muy posible que ellos se sientan acompañados, aunque en la realidad sabemos que los recursos tecnológicos carecen de empatía. Podrán alinear la información que poseen con las necesidades de quien recurre a ellos, pero, en el fondo, los jóvenes siguen igual de solos que antes de la introducción de la IA en el mundo.
En la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias, llevada a cabo en Oviedo, España el pasado día 24 de octubre, uno de los galardonados fue Byung-Chul-Han, filósofo sudcoreano avecindado en Alemania, profundo estudioso del efecto de la tecnología digital en el pensamiento y la conducta de los humanos. Durante su discurso de aceptación planteó puntos de gran valor; me quedo con algunos. Hizo hincapié en que la tecnología nos ha ofrecido un espejismo de libertad, aunque, en realidad, más que libres, nos ha vuelto sus esclavos. No utilizamos la tecnología como un recurso, sino que nos hemos vuelto productos suyos, esclavos sometidos a lo que esta dicta. En varios momentos destacó el concepto “moeurs” (“moral” en idioma francés), para hablar de la necesidad de establecer relaciones entre humanos que impliquen civismo, responsabilidad, confianza, amistad y respeto, porque, de otra forma, –insistió– estamos vacíos, sin vínculos genuinos.
Quienes no somos nativos digitales hemos tenido que incursionar en las nuevas tecnologías para tratar de entenderlas y dominarlas. Lo hacemos con mayor torpeza y cautela que quienes nacieron, como se dice, “con el chip integrado”. En relación con estos últimos, a nosotros nos asiste la capacidad de cuestionar y discernir lo que aparece en la pantalla. No creemos todas las noticias, ni las posturas políticas ni los dichos de terceros. Estamos programados para ir a buscar las fuentes originales, hasta descubrir si esa realidad virtual que se nos presenta empata con la real, valga la redundancia. Las nuevas generaciones son mucho más capaces que nosotros para el manejo de esos recursos, pero a la vez, viven inmersos en la virtualidad. Para ellos, entonces, resulta muy normal recurrir a los chatbots en búsqueda de información, verificación y, tal vez, hasta consejo. Volvemos al punto que mencionamos arriba, están esperando apoyo de una gran caja negra que hará sus compuestos literarios con cierta línea racional, pero sin auténtica empatía.
Ahora viene a mi mente el estupendo libro de Jonathan Haidt publicado en el 2024: “La generación ansiosa”. Se trata de un estudio muy completo acerca de las conductas humanas, en especial entre adolescentes, derivada del excesivo contacto con la tecnología digital. En uno de sus capítulos transcribe el testimonio de una madre de familia quien manifiesta: “Estoy luchando contra la IA y no logro vencerla. No puedo vencer una computadora que es más lista que yo y que le está diciendo a mi hija cómo derrotarme”.
Es un buen momento para reflexionar que la inteligencia artificial llegó para quedarse y que no va a dar marcha atrás. Es obligación de nosotros, los mayores conocer sus alcances, de modo de ir a trabajar con las jóvenes generaciones en el encauzamiento de sus inquietudes y dudas. Muy probablemente ellos no se aproximan a sus padres o maestros, pues saben que de entrada los van a sermonear y a castigar. Por eso prefieren recurrir a instancias con las que puedan “dialogar” y expresar sus inquietudes sin el temor a ser reprimidos. Es así que confían más en sus amigos o en las pantallas. En tal circunstancia los mayores tenemos dos tareas: Por un lado, abarcar las nuevas tecnologías hasta poder orientar a los jóvenes respecto a los riesgos que su mal uso implica. Por otro, y más importante aún, prepararnos para un diálogo abierto y empático con ellos, aprendiendo a poner en pausa nuestras lógicas reacciones a lo que podamos conocer, anteponiendo el bienestar de ellos con inteligencia y serenidad.
Hay cosas que llegaron para quedarse. Como dice algún principio pedagógico, no esperemos que el mundo se adapte a nuestros hijos; más bien preparémoslos a ellos para saber abordar con sabiduría y prudencia ese mundo que les está tocando vivir.
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