La imposición de aranceles a los productos de México y Canadá que entren al mercado estadounidense suponen un golpe muy grave, sobre todo, contra el espíritu de cooperación que había animado las relaciones entre los tres países y que se materializó con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, después convertido en T-MEC. La decisión tomada por el Presidente Trump contra quienes habían sido sus principales aliados y socios comerciales en los últimos 30 años marca un quiebre significativo en el espíritu de las relaciones diplomáticas en Norteamérica y tendrá efectos negativos considerables para los tres países. (Esto resulta particularmente significativo en un momento de reconfiguración geopolítica en que el orden de la globalización neoliberal se ha agotado para dar paso a un sistema de bloques regionales dominados por alguna de las superpotencias).
Sin embargo, debemos reconocer que México ya le había dado golpes severos a este espíritu de cooperación y a su relación con sus socios norteamericanos. Fue el Presidente López Obrador, con sus filias (pro-cubanas y pro-Foro de Sao Paulo) y sus fobias (anticapitalistas y antiyankees) el primero en aplicarse contra este arreglo internacional, al cancelar las reformas estructurales que había logrado el Presidente Peña Nieto -con las que México se alineaba mejor a los requerimientos de competitividad de la alianza norteamericana-; después, con su política de abrazos no balazos, prácticamente canceló la cooperación en el combate al narcotráfico y le dio carta abierta para operar a ciertos cárteles, con quienes además se asoció políticamente tanto para el financiamiento de sus campañas como para su operación electoral. A ello hay que añadir algunos dislates diplomáticos muy molestos para el gobierno del entonces Presidente Biden. Después, la obsesión por el llamado “Plan C” de transformación institucional del país (más bien de destrucción) con el que se comprometió la Presidenta Sheinbaum, con su absurda reforma judicial y la desaparición de los organismos autónomos, envió a nuestros socios comerciales y a los inversionistas una serie de mensajes fuertemente contradictorios para un entorno mínimamente favorable a la inversión y al crecimiento económico, poniéndole una soga en el cuello a la seguridad jurídica, al estado de derecho y a la transparencia institucional. (En realidad hay un tipo de gestión esquizoide entre el avance del “Plan C” -que va porque va- y los discursos que promueven el “Plan México” con el que, por otro lado, la propia Presidenta Sheinbaum dice querer aprovechar el nearshoring favorecido por el T-MEC y su intención de captar inversión foránea por 277 mil millones de pesos).
No es sensato jugar con tantas contradicciones. No se puede querer “mamar y dar de topes”.
Entre tantas contradicciones que han enturbiado el contexto diplomático, por supuesto tienen razón el Presidente Trump y destacados miembros de su gabinete cuando acusan que la cooperación del gobierno mexicano es insuficiente, toda vez que los cárteles de drogas tienen vínculos estrechos con personajes importantes del gobierno mexicano en los tres niveles de gobierno (federal, estatal y municipal) y en los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial -que con la reforma judicial comprometida se pondrá peor-).
Independientemente de las acciones del Presidente Trump, el gobierno mexicano se tiene que definir: ¿de verdad quiere alinearse con los requerimientos para una eficaz integración económica, política y de seguridad con sus vecinos anglosajones o prefiere envolverse en sus banderas ideológicas proclives al llamado “socialismo del siglo XXI” por sus amigos cubanos y venezolanos?
También el gobierno de México le está echando gasolina a la hoguera del espíritu de cooperación que tuvieron las tres naciones de Norteamérica.
Dicho esto, la decisión del Presidente Trump de ponerle aranceles a los productos de México y Canadá, no es nada sensata si quisiera posicionarse como líder de un poderoso bloque norteamericano para hacer frente a su rival chino y recuperar la fuerza política y económica de EEUU en el mundo. El tiro le puede salir por la culata.
De entrada porque tendrá costos significativos para la economía de los Estados Unidos, que los consumidores sentirán en inflación y posible escasez de productos varios. Además, debilitará la competitividad global de su propia economía. Como ha señalado un analista de JPMorgan: “El problema con los aranceles, para ser breves, es que elevan los precios, ralentizan el crecimiento económico, reducen las ganancias, aumentan el desempleo, empeoran la desigualdad, disminuyen la productividad y aumentan las tensiones globales.” (Pero de ahí en fuera, bien).
Para México, si los aranceles no son temporales y en corto tiempo, tendremos una crisis económica severa: con devaluación del peso, cierre de empresas y desempleo tanto en el sector manufacturero como en el sector primario (agricultura y minería). Algunos expertos estiman que esto puede tener un impacto inmediato de entre 2 y 4 % de castigo “al crecimiento” del PIB (que ya el Banco de México esperaba de apenas 0.6% en 2025 -sin considerar los temibles aranceles-). Además, si devolvemos el golpe arancelario, tendremos más inflación.
El impacto tan severo para la economía mexicana se verá reflejado de manera también contraproducente para los objetivos que pretende Donald Trump hacia México con esta medida: Los efectos directos de un escenario tan negro para la economía son, a causa del desempleo y la contracción del PIB, mayor migración ilegal hacia EEUU y una “reconversión” de actividades, de las lícitas a las ilícitas, incrementando la actividad en la economía delincuencial: recordemos que la economía criminal, en todos sus segmentos de mercado y en todas sus industrias, es la opción que tienen para tener (algo) muchos de quienes no pueden conseguir nada de otra manera.
No se ve ni sensatez ni congruencia en la toma de decisiones, ni aquí ni allá. Tal parece que atravesamos por la Era de la Estupidez.
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