La dictadura de chocolate

“Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento.” 

-Nicolás Maquiavelo

En la Suprema Corte de Justicia de la Nación pudo más el miedo que la razón y con ello prácticamente queda desaparecida la división de poderes en México. Sin independencia no hay justicia y su reciente fallo compromete de facto la aplicación de la ley. Ahora ya sabemos que es más importante la interpretación, la presión oficial y el miedo a la furia presidencial que la constitución.

A muy pocos les desagrada la idea de juzgar a los expresidentes, es parte del rencor popular acumulado sexenio tras sexenio. En el fondo, este juicio popular está inspirado en aumentar el poder presidencial con miras a influir en las elecciones de 2021 y en perpetuar un estilo de gobernar. 

¿De qué sirve a nosotros, los mortales comunes que los expresidentes vayan a la cárcel? ¿Aumentará el empleo? ¿Nos tocará algo del dinero que les puedan quitar? ¿Habrá más medicinas y servicios de salud?  Para efectos prácticos, no nos sirve de nada, salvo verlos juzgados y condenados, humillados, hundidos en alguna prisión u hospital. A final de cuentas, todo esto es para ofrecerle al pueblo bueno un show que ante la falta de resultados como gobierno sea un tema electoral que le alcance hasta 2021.

El presidente ya maneja a su antojo las cámaras, el INE, la CNDH, etc. La lealtad ciega que exige el presidente está siendo acatada en silencio y ese silencio nos está acabando. Muchos opinan que ya estamos viviendo en una dictadura. En realidad estamos volviendo al presidencialismo a ultranza. Este es un gobierno clásico del PRI de los 60 y 70, un gobierno retro en el más amplio de los sentidos… México hoy es una versión mal producida de Volver al futuro. Qué más se podría esperar si quienes hoy gobiernan eran jóvenes en esos tiempos y por supuesto que añoran el poder absoluto de presidentes como Díaz Ordaz, Echeverria o López Portillo. Además, la mayoría del gabinete viene en mayor o menor medida de la misma cepa, de la misma cuna, de la misma escuela, del mismo fracaso, del PRI. ¿Así cómo?

Aquella frase de “como anillo al dedo” hoy se entiende en todo su concepto.  La pandemia provocó el aislamiento, la dispersión y sobre todo justificó las medidas extraordinarias en tiempos extraordinarios y sirvió de excusa para que, en nombre de la salud, se hicieran todo tipo de acciones en pro del interés de la 4T, bajo el pretexto del combate contra el Covid. La pandemia fue un acelerador muy bien utilizado por el presidente para sus fines, un verdadero anillo al dedo, hecho a la medida.

El amor llega al corazón por el oído, es por ello que no hay un momento de silencio en la 4T. Las mañaneras han sido miel para sus seguidores que ven en el presidente al prestidigitador que desaparece las desventuras y las transforma en una dulce dictadura de chocolate. 

Hasta hoy después de dos años y de acuerdo a sus acciones, al parecer, el presidente piensa que la democracia no funciona, que las masas no se gobiernan solas; cree que es mejor que un solo hombre decida qué es lo mejor para la nación y con ello tener orden y disciplina. Piensa que con la democracia votan todos por todos y el resultado es el caos. El presidente no dejará de agitar al país hasta que hierva y todo para sus propios fines…

Hace algunos años un buen amigo búlgaro estuvo por un tiempo en México. Cuando le pregunté qué pensaba de la democracia mexicana me dijo: “El pueblo mexicano no necesita democracia, necesita música y diversión y alguien que les diga qué hacer para que se pongan en fila y caminen”. ¿Tendría razón?