Con el inicio de las campañas electorales en México, donde el principal cargo público a disputarse es la elección presidencial, la candidata opositora, Xóchitl Gálvez mantendrá en su discurso de campaña la narrativa filtrada desde la DEA de un narco estado. En el periodo de intercampaña dos artículos sobrevaluados publicados en The New York Times (NYT) y en Propublica difundieron que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) habría sido objeto de investigaciones por agencias norteamericanas, ya cerradas por falta de pruebas, donde presuntamente colaboradores y aliados cercanos tuvieron acercamientos con grupos delincuenciales, en dos momentos. Uno fue en la campaña de 2006 y otro después del triunfo de AMLO en 2018.
Los trabajos periodísticos nunca aportaron pruebas, ni folios de las investigaciones cerradas, se basan en fuentes anónimas, e incluso en el cuerpo de los mal llamados reportajes, se menciona que la propia DEA revisó y solicitó que fueran modificados los textos periodísticos. Esto supondría que un organismo de seguridad estadounidense, dictaría “línea” a legendarios periódicos defensores de la libertad de expresión.
A la memoria llega que el mítico NYT debió salir a reconocer que sus coberturas fueron erróneas, en dos casos emblemáticos. El más conocido es el haber apoyado la invasión a Irak, cuando mintieron sobre la existencia de armas de destrucción masiva. El segundo fue cuando en la frontera de Colombia y Venezuela se dio un concierto musical que acompañaría la supuesta ayuda humanitaria para el pueblo venezolano, donde camiones habrían sido quemados por integrantes del régimen. Se sabría después que dichos montajes, terminarían reconociendo que la oposición venezolana, fue quien incendió los camiones de ayuda humanitaria.
Como era de esperarse desde la conferencia mañanera el presidente AMLO desmontó el denominado polvorín mediático que quedó como una simple anécdota académica para la didáctica formativa que permite distinguir entre un texto sin fuerza ni sustancia periodística, de un buen trabajo periodístico. Sin embargo, en la conferencia donde el titular del ejecutivo federal mostró las preguntas de la reportera Natalie Kitroeff, se reveló su número telefónico cayendo en un delito al difundir sus datos personales.
Ante lo débil del trabajo periodístico del NYT, la nota fue el error del presidente AMLO por mostrar los datos personales de la reportera, que junto con el laureado periodista Tim Golden, debieron posicionarse al decir que no existían pruebas suficientes para abrir una investigación contra AMLO y que los testimonios de las fuentes anónimas no daban para algo más que versiones encontradas y erróneas. Incluso el embajador norteamericano en México, Ken Salazar, salió a declarar que EEUU no tiene expedientes abiertos contra el mandatario mexicano.
Inferencias, deducciones, teorías basadas y rebuscadas en fuentes de seguridad norteamericanas no son casuales en este tipo de textos disfrazados de periodismo. Pero que inciden la agenda nacional para intentar rescatar la campaña presidencial de la candidata opositora, que hasta antes del inicio formal de la contienda presidencial, está muy atrás en las preferencias electorales.
En las redes sociales que están inundadas de odio y de bots, los temas de tendencia han sido desde hace semanas, la propaganda contra el presidente AMLO acusándolo de cómplice del narcotráfico. En la previsible campaña de lodo en que se batirá la oposición, el principal señalamiento contra el régimen serán las falacias que se difundieron desde estos dos trabajos periodísticos que por muy mediocres que sean, ya incidieron en la narrativa nacional en una lógica claramente intervencionista, que la oposición utilizará sin tapujo alguno.
La agencia dedicada al presunto combate de las drogas, en aquella guerra imposible de ganar desde los tiempos del presidente Nixon, tiene un historial negro en torno al intervencionismo en países, con la excusa del combate a los grupos delincuenciales. Es incluso copartícipe en el mal que pregona combatir, con la terrible verdad de que sin las complicidades en el interior de territorio norteamericano, sería imposible el trasiego de estupefacientes.
El caso de políticos coludidos con el narcotráfico es una realidad innegable, pero por lo general, habían sido en zonas locales y casos a nivel estatal. La excepción a esta regla se dio cuando el súper policía Genaro García Luna, de la época calderonista, fue sentenciado culpable por apoyar al grupo delincuencial del Cártel de Sinaloa.
El entender la difícil dinámica de trasiego de fentanilo, que está matando a miles de adictos estadounidenses, requiere de un mayor nivel de análisis que la simplicidad de las campañas tendenciosas, características de la politiquería opositora. La DEA cuando señala a los países productores de drogas o de tráfico, les condena a un intervencionismo de años, con implicaciones políticas que afectan su gobernabilidad interna y su soberanía.
Desafortunadamente, a pesar de los años de lucha contra los cárteles de droga sanguinarios, muy pocos logros se han podido obtener en la misión final que es erradicar la producción, tráfico y consumo de estupefacientes. Con la crisis del fentanilo, el mito genial de la DEA (defendida desde los púlpitos conservadores y opositores) cae por su propio peso desnudando a la agencia que es incapaz de evitar que las millonarias ganancias sigan acumulándose, en detrimento de las vidas de los adictos y las guerras internas entre carteles y fuerzas del orden, en una misión que se sabe es imposible de cumplir.
Con el régimen de AMLO se detuvo el entreguismo a la DEA en materia de seguridad y combate al narco que los gobiernos de Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón habían tenido como regla colonialista. Estas acciones no sentaron muy bien a la agencia estadounidense acostumbrada a operar casi impunemente. La visita de la entonces virtual candidata opositora a varias agencias, medios de comunicación e institutos no fue casual, en un contexto donde describió al país como un polvorín sin gobernanza ni orden.
Si bien no se puede hablar de una estrategia intervencionista orquestada desde la Casa Blanca, con un Biden muy diezmado y auto exhibido con preocupantes lagunas seniles, el status quo estadounidense siempre comulga con la visión del superpolicía que tiene el deber de vigilar y juzgar el actuar de sus países vecinos. La sintonía entre oligarquías mediáticas y las agencias norteamericanas no requieren de una línea directa desde el poder político en turno, simplemente se conciben como un gobierno mundial con intereses imperialistas comunes.
El inicio de las campañas se da en un clima muy viciado, en un contexto que poco abona al debate y contraste de ideas, pues para la oposición la única posibilidad de que su candidata reduzca la desventaja en la encuestas, requiere en su estrategia ensuciar el proceso y polarizar con mentiras en tiempos donde la verdad ya es intrascendente, según ha confesado la comentocracia decadente.
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