En las semanas anteriores reflexioné acerca del panorama general para las elecciones que se celebrarán en México en junio de 2024. Ahora toca el turno al papel de un participante fundamental: los medios de comunicación.
En este escenario tan delicado, el papel de los medios de comunicación es desconcertante. Va de lo heroico, en aquellos casos donde se carece de la infraestructura, a lo profesional, intentando seriamente cierta objetividad, pero también se llega a los extremos vergonzosos de la abyección cuando se defiende acríticamente un proyecto por interés personal.
Desde luego, ya no estamos en los tiempos de las campañas tradicionales. Si bien la tormenta de spots en radio y televisión persisten, ahora conviven con infinidad de posibilidades informativas cuyo impacto es complicado de medir. No podemos dejar de lado el célebre caso de Cambridge Analytica –y su influencia, tanto en la campaña de Donald Trump como en la del Brexit– y de otras variedades de campañas digitales que estén en proceso y aún no conocemos. Por otro lado, están las alternativas visibles, que van de los videoblogs, youtubers, redes sociales –alimentadas ya sea por ciudadanos o por seguidores, pagados o no–, los mensajes indiscriminados vía WhatsApp, cuyas fuentes y veracidad son casi siempre imposibles de determinar.
A eso hay que sumarle los noticiarios, podcast, entrevistas, reportajes en medios tanto masivos y tradicionales como de carácter digital, los sesgos de cada uno así como los espacios y la naturaleza de los mismo –positivo o negativo– que se le asigna a cada opción política.
Si bien, como en todos los casos, existen honrosas excepciones de comunicadores y medios que buscan informar de manera ponderada y equilibrada, la gran mayoría, sean estos masivos o digitales, se asumen como defensores de una postura en particular, enviando el subtexto de que el triunfo de esa agenda los favorece.
A eso convendría agregar nuestros sesgos personales, como asegura Marta Peirano en El enemigo conoce el sistema, “los seres humanos tenemos sesgos cognitivos, puntos ciegos en nuestro razonamiento que crean una distorsión. […] El primero (sesgo de confirmación) es la tendencia que tenemos todos a favorecer la información que confirma lo que ya creemos y despreciar la que nos contradice, independientemente de la evidencia presentada. El segundo (efecto de falso consenso) es que tendemos a sobreestimar la popularidad de nuestro punto de vista, porque nuestras opiniones, creencias, favoritismos, valores y hábitos nos parecen de puro sentido común”*. Conforme nos acercamos a gente que piensa como nosotros, más confirmaremos que tenemos razón. Continúa Peirano: “los grupos generan un entorno de consenso permanente, aislado del mundo real, donde la credulidad dentro del círculo es máxima, y fuera del círculo es nula”.
En resumen, ante ese inmanejable coctel informativo y la imposibilidad de conocer los hechos y dichos sin intermediarios, terminamos por creerle, no al que dice la verdad, sino a aquel que dice lo que queremos escuchar.
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*Peirano, Marta, El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención, Primera edición. Quinta reimpresión. España. Debate-Penguin Random House, 2019, Pág. 247
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