Vamos cerrando ciclos, no pretendo aburrir al respetable con nuevas crónicas de infortunios y desencuentros entre la clase media y sus elegidos al poder, a otra cosa mariposa como que decía mi abuela. Pero para enterrar el tema, demos una pequeña mirada a lo que las clases medias hemos hecho por este país y cómo nuestro egoísmo, nuestro aspiracionismo y nuestra ambición han logrado algunas pequeñas aportaciones a la historia nacional.
Para comenzar el pequeño elenco digamos solamente que hace muchas décadas, al menos unas cinco, la clase media no tomaba conciencia de sí misma; gran parte del secreto de la longevidad el sistema hegemónico de partido en nuestro país se basó en un minucioso programa cultural y educativo. Nos hicieron creer que con esperar un poco todos seríamos millonarios cuando nos tocara el turno; pretendieron que la disciplina —y no el esfuerzo— era el secreto del éxito; que nuestro aliado natural era el rico y no el proletario. Así, nos dormimos en una falta de identidad muy cercana a la vergüenza, tanto que decirle clasemediero alguien constituía una ofensa sinónimo de mal gusto (“naquerío” con pretensiones), tanto, que los obreros podían desfilar exhibir sus músculos, llamarse orgullosamente trabajadores, mientras que los ricos podían mirarnos a todos con desprecio e ironía; y nosotros, los de en medio (los que creábamos despachos y pequeñas empresas, escribíamos libros, actuábamos en los teatros y los cines), nos mirábamos unos a otros y nos sonrojábamos al reconocer que soñábamos con tener lo que no podíamos; nos avergonzábamos de los lugares de donde habíamos venido porque nos habían educado para llamar “resentido” al que protestaba, como si no hubiera razones para sentirse ofendido en nuestro capitalismo de compadres, en este país de desigualdades crónicas donde a algún listillo se le ocurrió que los pobres lo son porque quieren y no porque los dueños de los capitales y el poder no les dieron otra opción.
La decadencia y desvergüenza de las élites y de las clases altas en México es la primera las llamadas de atención, si lo dijo Óscar Wilde en voz de un aristócrata en La importancia de llamarse Ernesto, “si las clases bajas no sirven para poner el ejemplo, ¿para qué sirven entonces?”, no sabemos dónde está más más ruda la corrupción, si en las grandes empresas que hacen chanchullos a costa del consumidor o en el contubernio con los gobiernos; una clase alta excluyente, hiriente, pigmentocrática y ridículamente ignorante. Los clasemedieros desde luego queremos salir de pobres, subir en la escala social, pero hay algo, lo que vagamente llamamos educación, que nos gustaría pensar que podemos combinar: ilustración, buen gusto y prosperidad. Tal vez por eso nos quemamos varias horas viendo televisión cultural, leyendo, ahorrando para las escuelas de los hijos y generando proyectos en un contexto como el nuestro donde fracasan siete de cada diez intentos, pero aquí seguimos y nos queda claro que somos el motor, el fiel de la balanza cuando nos han puesto en la perspectiva de utilizar nuestro poder. Al fin y al cabo, poder sin gobierno.
Verá usted, Alfonso Reyes provenía de la clase más alta de la sociedad porfiriana. La desgracia lo llevó a la clase media que ejerció con maestría incuestionable. Se dedicó a vivir de su trabajo, escribir y formar cultura, aunque Carlos Fuentes logró un patrimonio digno de respeto pertenecía aquel extraño híbrido al que llamamos clase media alta y que no es más que un matiz, apenas barnizado, del concepto básico del clasemediero burgués. La cabeza de la hidra, Las buenas conciencias, Aura y Zona sagrada no son sino manifestaciones de la rica vida que hacemos los miembros de esta vapuleada clase social. Ni Sebastián, ni Juan Soriano, ni José Luis Cuevas eran hijos de magnates que encontraron en la vagancia el ambiente para crear su obra y la plástica del siglo XX que lleva su sello. Por ahí nos podríamos seguir, Torres Bodet, José Emilio Pacheco, Abraham Zabludowsky y Jacobo también, surcaron las aguas del ascenso social a punta de remo y no viajando en primera, como algunos empresarios que después rematan su explotación vendiendo sus libros que nos cuentan el secreto para hacerse millonarios.
A diferencia de otros pueblos, la carga cultural y educativa en este país la hemos llevado los clasemedieros y ha sido nuestro “aspiracionismo”, mal nombre y apodo inexacto que mejor podríamos llamar anhelo y esperanza, la que nos volvió irredentos en nuestra creencia de que la próxima oportunidad es la buena, porque generar conciencia de clase es justo lo que nos está sucediendo, mirarnos en el espejo y decir “ese soy yo, el que lucha por llegar al final de la quincena y planea con meses, años de anticipación, el cambio del auto, el que busca ahorrar para complementar con becas de educación de sus hijos y que espera que sus herederos no tengan que pasar por las tres hipotecas, sino que puedan vivir con más libertad para seguir creciendo”. El término “clase media” ha perdido su connotación ridícula porque nos han confrontado y sabemos que el egoísmo está en la falta de autocrítica del gobierno y en la lucha de los funcionarios por ensuciarse mutuamente esperando mejores tiempos electorales, que egoísmo y el aspiracionismo tiene el multimillonario al que 29 muertos no le saben nada porque, después de todo, el negocio de la desgracia ya estaba amortizado. Desde luego esta aportación a nuestra autoconciencia es algo que, lejos de darnos coraje, debemos agradecer, por fin un colega clasemediero, sin quererlo ni comerlo, nos ha abierto los ojos.
Escritor. Abogado
@cesarbc70
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