Por lo general, cuando un nuevo gobernante entra en funciones hay un periodo en el que las mayorías…
Por lo general, cuando un nuevo gobernante entra en funciones hay un periodo en el que las mayorías sociales y los medios de comunicación observan con curiosidad y hasta simpatía las acciones y declaraciones del recién llegado. A algún ocurrente analista o periodista se le ocurrió llamar a este tiempo “luna de miel”.
Las lunas de miel pueden ser largas o cortas. La del presidente Carlos Salinas fue inexistente pues llegó a Los Pinos precedido del escándalo de la caída del sistema. La de Zedillo duró 20 días, cuando lo alcanzó la crisis económica. La de Fox fue de seis meses hasta que un asunto como el costo de las toallas (el toallagate) lo vulneró. Sobre estas historias, muchos detractores de López Obrador esperan que los múltiples errores del tabasqueño terminen con la luna de miel que ha establecido no sólo con sus votantes, sino con muchos otros. Tal vez no debían hacerse muchas ilusiones al respecto.
La buena imagen de los gobernantes entrantes no sólo depende de que no se equivoquen gravemente sino de dos elementos más: la mala imagen de las otras fuerzas políticas (el rencor social) y la habilidad del recién llegado para lidiar con sus errores. Hay que tener ambos elementos muy claros a la hora de esperar el fin de la luna de miel.
El ejemplo podría ser el del gobernador Ernesto Ruffo Appel en 1988. Fue el primer gobernador de oposición de la era PRI y por lo tanto cometió un número importante de errores, sin embargo, su luna de miel con los bajacalifornianos no sólo duró sus seis años, sino que alcanzó para que triunfara su partido en las siguientes elecciones para gobernador. En este caso entraron en juego los dos elementos mencionados arriba. La antipatía, casi odio contra el PRI, era mucha por razones sobre todo económicas. Por otro lado, durante su mandato el panista fomentó el rencor contra el tricolor culpándolo de todos los males que ocurrían.
Teniendo en cuenta lo anterior, el panorama actual le pinta mejor al presidente electo de lo que probablemente esperaba. La animadversión contra los partidos hegemónicos (PRI-PAN-PRD) dio como resultado su achicamiento. Esta animadversión no disminuirá pronto pues estas organizaciones se siguen comportando como si el 1 de julio no hubiera ocurrido. El segundo elemento, la habilidad de un nuevo gobernante, no necesita mucha presentación. López Obrador la tiene de sobra. Maneja la ambigüedad política como un maestro y eso le permite quedar bien con casi todo público, sean empresarios o víctimas de la violencia. Además, cuenta con la fe (no es otra cosa) de millones de seguidores que creen en él. Estos seguidores no debaten, no escuchan razones, sólo rechazan cualquier opinión en contra. Así que la combinación de estos factores hace a la buena imagen de AMLO muy resistente. Mientras se le siga considerando una especie de cruzado, las posibilidades de que termine pronto la luna de miel son bajas. Mientras, dure lo que dure, podrá hacer y decir casi cualquier cosa o callar cuando no le convenga. Por ejemplo, no criticar a Trump ahora que volvió a decir que México pagará el muro. Callar, sin costo alguno.
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