El hecho de que un presidente tenga seguidores no significa que sea bueno. He ahí el ejemplo de Donald Trump. A pesar de sus más de 70 millones de votantes, pasará a la historia como uno de los peores presidentes de Estados Unidos. Y mire usted que ha habido algunos sumamente malos.
Habrá muchos que consideren mi afirmación hiperbólica y hasta rocambolesca. Es más, no faltará quien me reproche y hasta quien se enoje conmigo, sobre todo si es de la idea de que el partido demócrata es el “prian” de allá, solo porque vio una foto en internet de Biden y Calderón, una foto ya vieja, por cierto. No se ría usted, que mucha gente lo cree, y me lo ha dicho de viva voz. Yo simplemente les replico que si los demócratas fueran el “prian” de allá, Trump tendría que ser el “Obrador” de allá. Creo que es injusto para AMLO que sus seguidores alaben a Trump, pues, quieran o no, al hacerlo los homologan, y yo pienso que Trump ha sido, es y será siempre un patán racista y majadero, mientras que el presidente mexicano está haciendo un gran esfuerzo, de buena fe, para enderezar nuestro retorcido y corrupto país –que lo esté logrando es otro tema–.
Trump jugó al mártir, se hizo el bueno, el patriota, el líder abnegado cuyo único interés fue hacer a América grande. Esto da risa. ¿De verdad podría ser una persona tan ingenua como para pensar que alguien como Trump pondría el interés común sobre sus propios intereses? ¿Un millonario tramposo y narcisista con su historial? ¡Por favor! Se hizo pasar por redentor, mesías, salvador de los pobres, una especie de caballero cristiano-místico-medieval que se alzó contra las malvadas fuerzas regresivas de la Big-Tech, el Big Money y el Big Media que tenían sometido al noble pueblo americano (es decir, a los blancos) al tenor de una conspiración internacional y diabólica. Hablo en serio. Hay muchos que creen en esa conspiración diabólica y aseguran que Biden y sus secuaces comen niños en ritos durante la Pascua judía. Hágame usted favor.
Hay muchas razones que hacen de Donald Trump uno de los peores presidentes americanos. Pero hay una que por sí sola sería suficiente para asegurarle tan nefasta distinción, y se la voy a explicar en este mismo párrafo: Trump dio voz, fuerza y protagonismo a los supremacistas blancos. Tras la Guerra Civil (1861-1864) Estados Unidos vivió una situación lamentable: si bien en virtud de las enmiendas XIII y XIV todos las personas en los Estados Unidos fueron iguales ante la ley (Equal Protection Clause) y gozaron de su protección, se estableció de facto un inicuo y opresor apartheid, sobre todo en los Estados que pertenecieron al bando confederado. Fueron casi 100 años de injusticia para que las personas afroamericanas, no sin ríos de sangre, de sudor y de lágrimas, pudieran romper ese apartheid. La década de 1960 fue fundamental. En la medida en que los afroamericanos reivindicaron sus derechos e hicieron valer su voz, los supremacistas blancos tuvieron que irse replegando. Estuvieron escondidos, sin acceso a los medios, casi cinco décadas (70’s, 80’s, 90’s, 00’s, 10’s). Pero no desaparecieron. El Alt-Right ha estado ahí todo el tiempo esperando al Grand Wizard, no de la triple K, sino del país entero, para salir finalmente de la sombra y actuar con total impunidad. Y ese hombre fue Donald Trump. Fue la voz y la fuerza de los supremacistas blancos, los sacó de la clandestinidad, les dio vigor y los alentó. Y al final los azuzó para que tomaran el Capitolio el día 6 de enero de 2020.
La razón que he explicado en el párrafo anterior sería suficiente para hacer de Trump el peor presidente de Estados Unidos. Pero además dividió al país en muchos sentidos. ¿Qué peor daño puede hacer un presidente que dividir a su propio país? No estar de su lado significó para él y sus seguidores ser anti-americano, comunista, parte de la conspiración internacional; ser, en suma, traidor de la patria. Fascismo American style.
Si usted aún cree que Trump no es racista, lea esto: en varias ocasiones este personaje ha dicho que cree en los genes, que hay personas genéticamente superiores e inteligentes y personas que no. Él se cuenta entre los primeros, claro. Lo que Trump está afirmando es que hay humanos genéticamente inferiores. Y lo curioso es que muchos de sus seguidores, tanto allá como acá, serían, bajo sus parámetros discriminatorios, inferiores (pero ello no ha sido óbice para que dejen de idolatrarlo). Durante su campaña en 2016 se aventó una afirmación que bien podría haberla dicho Hitler: “Siempre he dicho que ganar es de algún modo innato. Quizá es algo que simplemente tienes: tienes el gen del ganador. Francamente sería maravilloso si eso (el gen) pudiera desarrollarse, pero no creo que se pueda. Estoy orgulloso de tener sangre alemana, sin duda alguna. Es algo grandioso.” Y en 2018 se volvió a volar la barda, para usar una metáfora del deporte que tanto le gusta: “No son personas, son animales”, dijo refiriéndose a los migrantes que cruzan desde México. Si esto no es racismo, dígame usted qué es racismo. Y ni hablar de sus elogios a los supremacistas blancos.
Trump ha sido, es y seguirá siendo un tipo infame, un buleador que no se cansó de insultar. Poner apodos es siempre cruel y ruin, más si el apodo se finca en algún defecto físico o en alguna discapacidad. Y si lo hace el presidente, bueno… Es algo brutal. Trump no se cansó de poner apodos: “Mini Mike” Bloomberg, Hilary “la retorcida”, Comey “el chismoso”, “Monster” Kamala, Obama “el tramposo”, “Evita Perón” Ocasio-Cortez, Beto “el tonto” O’Rourke, “la loca” Pelosi, Bernie “muerte cerebral” Sanders, Elizabeth “Pocahontas” Warren, Jeff “Bozo” Bezos, “Juan Trump” (a López Obrador), “British Trump” (a Boris Johnson), “Tropical Trump” (a Jair Bolsonaro)… y la lista continúa.
Y si hay algo tan repugnante en Trump como su racismo y prepotencia, es su misoginia. Toda su vida la ha dedicado a insultar a las mujeres. Y para muestra un botón: cuando Alicia Machado, ex Miss Universo, subió un poco de peso la llamó “disgusting”, o sea, asquerosa, y le dijo “Miss Peggy”. En su famoso show de televisión afirmó algo tan infame que debió ser causa para inhabilitarlo como candidato, ya no digamos a la presidencia, sino a la jefatura de su manzana: “Todas las mujeres de El Aprendiz coquetearon conmigo, consciente o inconscientemente. Era de esperarse.” Pero quizá su comentario más misógino sea este: “Automáticamente me atraen las mujeres bellas, simplemente empiezo a besarlas, es como un imán, simplemente comienzo a besar. Ni siquiera tengo que esperar. Cuando eres una estrella, ellas te dejan hacerlo. Puedes hacer lo que quieras: agarrarlas de sus genitales, puedes hacer lo que sea.” Ni siquiera su hija escapó a sus horrendos comentarios: “Ivanka tiene una muy hermosa figura. Yo diría que si Ivanka no fuera mi hija, muy probablemente saldría con ella.”
Dividir, dividir, dividir. Eso fue lo que hizo Trump. Exacerbó a los supremacistas blancos y convirtió a los Estados Unidos en un campo de batalla. Despreció la ciencia, la cultura y las artes. Destruyó el liderazgo de los Estados Unidos a nivel internacional y se convirtió en la mascota de Putin, Xi Jinping y Kim Jong-un. Puso en riesgo al mundo entero al sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París y cerrar las puertas a las energías limpias. Y ya ni hablemos de su criminal manejo de la pandemia: más de 400 mil muertos. Forzó a nuestro gobierno a desplegar casi 30 mil efectivos de la Guardia Nacional para contener la migración proveniente de Centroamérica, y así nos convirtió en su maldito muro del que tanto presumió, jactándose de que nosotros lo estábamos pagando –lo cual en cierto sentido es verdad–, y nos convirtió en un tercer país seguro de facto.
Desde hace casi un siglo no se había visto un presidente estadounidense tan nocivo, nefasto, cruel, inhumano, ridículo y desagradable como Donald John Trump. Envileció como nadie la institución presidencial. Pero su fin ha llegado. Lo dijo muy bien Anderson Cooper, comentarista de CNN, tras la elección: “Esa cosa es el presidente de los Estados Unidos. Esa cosa es el [hombre] más poderoso del mundo y lo vemos como una tortuga obesa de espaldas agitándose en el sol caliente, dándose cuenta que su tiempo se acabó, pero no lo ha aceptado y quiere hundirse cargándose a todos con él, incluido el país entero.”
Su fin llegó. Ojalá. Good bye, Mr. Trump.
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