En días recientes se generó una discusión pública tras la decisión de Alessandra Rojo de la Vega por quitar las estatuas de Fidel Castro y “El Ché” Guevara que adornaban una plaza en la colonia Tabacalera de la CdMx. El hecho provocó airadas reacciones de Claudia Sheinbaum, Clara Brugada y otros personajes morenistas. Más allá del valor histórico que pueden tener estas estatuas recordándonos como la revolución cubana se fraguó en México, el hecho es revelador sobre donde tienen la cabeza y el corazón los actuales gobernantes mexicanos. Dónde ubicar en el espectro ideológico a la 4T no termina de ser claro, pero es relevante para dilucidar el modelo de país al que nuestros gobernantes nos conducen.
Con López Obrador el asunto resulta algo confuso: Un conservador moralista, con elementos social-cristianos en su configuración ideológica (próximo a la Teología de la Liberación de los años 60’s y 70´s), formado en las entrañas del nacionalismo revolucionario de la izquierda priísta de filiación cardenista: estatista, autoritario, nacionalista, desconfiado pero tolerante de los mecanismos de mercado y de “los empresarios nacionalistas”. Populista, pragmático, demagogo, tal vez el hecho más revelador de su modo de pensar sea que a su hijo menor lo llamó Jesús Ernesto, en memoria del Nazareno por un lado y del guerrillero argentino por el otro. Aunque en principio no parece de línea marxista, es relevante que su formación intelectual haya sido en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM en los años 70’s cuando ésta era dominada por un grupo de intelectuales de izquierda (con varios profesores vinculados al Partido Comunista Mexicano, adoctrinados en el marxismo-leninismo, algunos todavía alineados ideológicamente a la URSS y otros revisionistas, críticos del estalinismo). Pero fue siempre un mal estudiante que tenía otras prioridades en su cabeza sin enredarse gran cosa con elucubraciones teóricas. AMLO ha declarado que él quisiera ser visto como “un luchador social” y su carrera política, dividida fundamentalmente entre el PRI tabasqueño y el PRD, se distinguió por su incitación hacia la movilización popular en causas de protesta que le granjearan liderazgo y notoriedad pública. Como Presidente del PRD y Jefe de Gobierno en la CdMx, se opuso demagógicamente al “neoliberalismo” y a las reformas estructurales institucionales sucesivas de Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto (oposición consagrada en su frase: “¡Al Diablo con sus instituciones”!).
AMLO nunca ha sido partidario de la democracia liberal y como Presidente de la República se dedicó a destruir la mayor parte de estas reformas estructurales y a quebrar el entramado institucional democrático del país, regresándonos a un régimen de presidencialismo autoritario y anulando la división de poderes, en tanto fortalecía su base electoral con sus “apoyos del Bienestar”. Hasta aquí, podría pasar por priísta pragmático de vieja cepa. Sin embargo, no deja de llamar la atención su veneración por “esos gigantes liberadores de los pueblos de América Latina que fueron Fidel Castro, Salvador Allende y el Ché Guevara”, así como su cercanía discursiva tanto como operacional a las dictaduras actuales de Cuba y Venezuela. Tampoco conviene pasar por alto algunas expresiones de sus “Mañaneras” que reflejan su psique profunda: “No hay que tenerle miedo al comunismo, porque éste implica darle a cada quién según sus necesidades” o la promoción de una vida austera con no más que un par de zapatos: “¿Para qué más?” o su desprecio a la clase media por aspiracionista.
En cuanto al morenismo, hay que distinguir entre el núcleo ideológico duro del partido y los muchos oportunistas que se han sumado a sus filas atraídos por los beneficios económicos y políticos que permite la adhesión a este movimiento. Por un lado, se subieron al carro de la 4T los dinosaurios más retrógrados de la vieja izquierda priísta, que son corruptos y pragmáticamente acomodaticios, pero por otro, conviene reconocer el rol que juegan, crecientemente a partir de la segunda mitad del sexenio lópezobradorista, antiguos militantes de aquella izquierda radical formada en torno al Partido Comunista Mexicano y los otros partidos de las diferentes corrientes del pensamiento socialista mexicano (PSUM, PMS, PRT, PT). Esta izquierda se distingue, ante todo, por su radical desprecio a la democracia representativa (que ellos llaman “burguesa”) porque disimula o perpetúa la explotación del proletariado. Consecuentemente, no respetan la pluralidad política porque todo lo que no sea de izquierda está mal (“la derecha está moral e históricamente derrotada”) y cualquier pacto “con la derecha” es traición. No se trata de una izquierda moderna ni cercana a la socialdemocracia europea sino de una izquierda ideologizada, obnubilada por fantasmas anticapitalistas, antiliberales o revolucionarios. De ahí su ciega admiración hacia la revolución cubana y su necia creencia que el desastre de las dictaduras de Cuba o Venezuela se debe a los ataques del imperialismo estadounidense y no a lo nefasto de las políticas públicas implementadas por estos regímenes. Para esta gente, la transformación de México ha de ser socialista y exige el control absoluto del Estado por parte de la élite revolucionaria. Para ellos, el fin justifica los medios.
De Claudia Sheinbaum podemos estar seguros de la formación marcadamente socialista (de corte soviético) que recibió en su familia, su activismo en el radical Consejo Estudiantil Universitario de los años 80´s y su simpatía ideológica con la izquierda morenista. A diferencia de AMLO carece de la moderación propia de la izquierda priísta; no es conservadora moralista ni tiene ideas social-cristianas y, por su edad, es moderna en el sentido que entiende las demandas ambientalistas y al movimiento LGBTTIQ+. Tampoco es social-demócrata ni valora el pluralismo político; no está dispuesta a dialogar con la oposición ni a tolerar la crítica; es estatista pero valora la aportación de los empresarios siempre que ésta se dé en el marco de un sistema económico controlado fuertemente por el gobierno. Por esto es que algunos dicen que su visión es un régimen parecido al de China, pero esto requiere mayor análisis.
En conclusión: ¿A dónde nos lleva la 4T? Todavía no es claro. Por lo pronto ya estamos en un régimen autoritario y estatista y sabemos que sus líderes desprecian la democracia tanto como al liberalismo y admiran a Fidel Castro y al Ché.
X: @AdrianRdeCh
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