Los programas educativos no habrán de restablecerse antes de finalizar 2021, lo que implica una crisis educativa muy profunda. Si no tomamos las decisiones correctas como nación, seremos responsables de condenar a nuestros jóvenes a un futuro precario y limitado.
Si bien la Era Covid producirá cambios y afectaciones en todos lo ámbitos humanos, hay tres dimensiones que considero las más perjudicadas, sobre todo, por sus repercusiones y efectos amplificadores en diversos aspectos de la vida: la economía, la forma de relacionarnos y la educación. Hoy toca el turno de abordar esta última.
Las medidas sanitarias adoptadas para prevenir los contagios por Covid-19 han trastocado por completo la dinámica educativa tradicional. En cada nación, dependiendo del momento en que se encuentre la curva de contagios y las perspectivas de futuro inmediato y de medio plazo, se han adoptado distintos sistemas para retomar los cursos escolares de todos los niveles educativos.
La gama de estrategias va desde modelos presenciales o semipresenciales, donde en algunos casos se ha optado por alternar la presencia de los estudiantes en los planteles con educación a distancia o dividiendo los grupos para que cada uno tenga menos alumnos, hasta modelos completamente a distancia, donde los planteles educativos permanecen cerrados y los estudiantes continúan con sus cursos mediante plataformas tecnológicas o clases vía televisión y radio.
Ninguna de las modalidades parece estar desarrollada del todo. Los programas han tenido que improvisarse sobre la marcha o recortarse, con muy poco tiempo de planeación y ejecución logística, lo que implica una infinidad de errores y contratiempos con los que los estudiantes, padres de familia y maestros deben lidiar conforme se presenten. Si bien este es un problema global, como siempre ocurre, cada nación posee distintas herramientas, recursos y competencias, según su nivel de desarrollo económico, administrativo, logístico y cultural establecidos.
Esta situación que estamos viviendo es un excelente ejemplo de lo que ocurre cuando no se parte de pisos semejantes. La disparidad previa se dispara en tiempos de crisis. Y si esto ocurre a nivel naciones, ocurre también en los ámbitos interiores de cada una, donde distintos niveles de desarrollo educativo en las diferentes regiones, arroja resultados muy dispares a lo largo y ancho del territorio. Pero de esto hablaremos en un artículo posterior.
Volviendo al plano general, la primera gran condicionante de esta etapa de implementación de estrategias para reiniciar los cursos escolares está en la duración de la Era Covid. Como ya hemos dicho, hay muy pocas posibilidades de que el funcionamiento de los planteles y programas educativos se reestablezcan en sus modalidades originales antes de que finalice 2021. Esto puede llevar a un grave daño en varias generaciones de estudiantes de todos los niveles educativos, donde, como siempre ocurre, quienes sufrirán el mayor atraso serán, sin duda, las naciones menos desarrolladas y, dentro de ellas, los grupos sociales ya de por sí más vulnerables.
Estoy seguro de que aun con una ruptura en el ritmo educativo tradicional de dos años, los estudiantes de Harvard, Yale, Cambridge y Oxford –por citar ejemplos paradigmáticos de educación superior que se puede extender a planteles de alto perfil en todos los niveles educativos previos– se las arreglarán para continuar en la élite del desarrollo académico. Este tipo de instituciones ha atravesado ya por periodos de guerra y crisis diversas y han conseguido reinventarse, pero dudo que pueda decirse lo mismo en todos los casos y en todos los niveles de desarrollo.
Esto implica que estamos a las puertas de una profunda crisis educativa que afectará a todos los niveles y que separará aún más a unas naciones de otras y, dentro de cada país, a unos segmentos de población del resto. Como ya se ha dicho hasta el cansancio, si algo caracteriza a la Era Covid es la universalidad de su impacto: todas las naciones –ricas y pobres– enfrentan el mismo reto de forma simultánea; sin embargo, como ya empezamos a constatar, los recursos y estrategias para salir de la crisis no son similares. Algunas naciones saldrán mejor posicionadas que otras y esto se reflejará sin ninguna duda en los sistemas educativos y, por consiguiente, en las oportunidades de futuro para quienes hoy están en etapas formativas.
Como agravante a la situación, ya de por sí muy seria, está el hecho de que el siglo XXI es muy distinto a los siglos anteriores. La velocidad con la que cambia y avanza la tecnología y el ritmo con el que crece el conocimiento y la información –en contraste con lo que ocurría, por ejemplo, a mediados del siglo XX, cuando tuvieron lugar las dos guerras mundiales– es abrumador. Esto implica que las naciones que se rezaguen, lo harán exponencialmente en relación a lo que ocurría en épocas anteriores.
El gran reto de naciones como México está, no solo en conformarse con dar facilidades para que se cubran los requisitos formales y los alumnos continúen avanzando de un ciclo escolar al siguiente –evitando así un estancamiento generalizado del sistema escolar–, sino también en darnos cuenta de que se trata de un momento clave donde existe el riesgo inminente de que se produzca una brecha educativa –tanto interna, de ciertas escuelas privadas y la mayoría de las públicas, así como externa, en tanto país en relación con las demás naciones– de tal magnitud que el resultado final de la crisis habrá de separarnos del mundo desarrollado de manera muy significativa y duradera.
Si ya en los tiempos pre-covid un porcentaje alto de las escuelas públicas, en especial las rurales, padecían carencias importantes en instalaciones y materiales educativos, ahora, con la necesidad insatisfecha de señal de internet, de herramientas tecnológicas, la falta de capacitación de los docentes en plataformas digitales, el desconocimiento de los contenidos que se exponen en los programas trasmitidos en la televisión abierta y el retraso en entrega de libros y materiales didácticos, el escenario es mucho más oscuro aún.
Y el problema no se limita a las escuelas públicas. Las privadas tienen también fuertes retos por superar. Para intentar mantener la atención del estudiante, los contenidos se reducen al mínimo. Por otro lado, está la supervivencia de los planteles, donde un porcentaje de alumnos se dan de baja ante la pérdida del empleo o la reducción significativa de ingresos de los padres, que les impiden seguir pagando las colegiaturas. A esto se suma que algunos planteles deberán cerrar ante la imposibilidad económica y técnica de sostener sus instalaciones y recursos humanos.
Una generación completa de estudiantes, de todos los niveles, perderán cuando menos dos años de clases y de programas regulares. Este escenario, salvo excepciones muy puntuales, puede derivar en lagunas importantes en el conocimiento básico requerido para el nivel siguiente, implicando un retraso educativo general y acumulativo muy serio que, sin duda, habrá de afectar el desarrollo posterior de cada nivel.
Si a nuestro desajuste interno le sumamos el avance que otras naciones están llevando a cabo en el diseño de nuevas técnicas, programas y tecnologías para enfrentar el reto educativo de la Era Covid, podemos visualizar la clase de atraso a las que se enfrentarán nuestras generaciones jóvenes cuando pretendan integrarse a la fuerza laboral global.
En un mundo competido, donde la tecnología y la formación especializada son las bases para el desarrollo y la movilidad social, las suma de las condiciones previas y los desafíos que agrega la Era Covid ponen, nuevamente, a los más vulnerables en posiciones de atraso que difícilmente habrán de recuperar. Lo que hagamos con la educación hoy, determinará en gran medida las posibilidades tecnológicas, productivas y creativas a las que nuestras generaciones de futuros profesionales podrán acceder.
Se entiende que en México, como ocurre en todo el mundo, la lucha por el poder político no tenga cuartel; sin embargo, hay temas que, por su trascendencia futura, tendrían que retirarse de la arena de lucha y colocarse como prioridad nacional. No tengo duda de que la formación de nuestras generaciones más jóvenes debe ser uno de ellos. No hay ningún recurso más valioso e importante que los seres humanos que habitan una nación. Escatimar la inversión necesaria para colocar a nuestros jóvenes en el siglo XXI es no solo el peor negocio imaginable, sino la más grave falta ética y moral que podamos cometer.
La manera en que hoy, como país que pretende proyectarse hacia el futuro, abordemos el problema de la educación –más allá de pugnas políticas, gremiales, sindicales y económicas– determinará el lugar que ocupemos en los próximos años en el nuevo orden mundial que inevitablemente habrá de emerger tras la Era Covid. De nostros depende que las generaciones que hoy están en edad escolar puedan o no acceder a las oportunidades y el desarrollo que ofrecerá el mundo tecnológico, científico, filosófico y artístico de las próximas décadas o, reproduciendo nuestros patrones del pasado, perpetuemos la precariedad y la desigualdad que hoy nos caracteriza.
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